El subte en pandemia: pocos oficinistas, persianas bajas y nuevos conflictos entre los pasajeros
En 2020, el subte de Buenos Aires transportó a un 77,3% menos de pasajeros con respecto a 2019; sin embargo, en lo que va de este año ya viajó casi la misma cantidad de gente que el año pasado
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Llama la atención el silencio: hoy en subte se viaja con tapaboca y sin charla. La proximidad entre los cuerpos, adentro y afuera de los vagones, delata una doble moral entre el abajo y el arriba de la tierra: un doble estándar de lo que está permitido, de la contigüidad y la respiración de una cara a la otra. Este viaje comienza yendo por la línea A, de Plaza Miserere a Lima: sin blancos entre los asientos, pero todos con barbijos.
En 2020, el subte de Buenos Aires transportó a un 77,3% menos de pasajeros con respecto a 2019. Una vez pasado el invierno y transcurrido el pico de casos de la primera ola de la pandemia, la recuperación de pasajeros se aceleró a partir de septiembre de 2020: ese mes viajaron dos millones, cifra que aumentó a 2,5 millones en octubre y a tres millones en noviembre. En tanto, durante lo que va de 2021 y hasta el mes de julio ―siempre según la Dirección General de Estadística y Censos de GCBA—, hubo 27.633.493 pasajeros pagos transportados.
El contraste con 2020 se ve claramente, ya que el año pasado, de marzo a diciembre, con el ASPO (Aislamiento Preventivo Obligatorio) en vigencia, se transportó a 31.756.001 pasajeros, llegando al piso en abril de 2020, con solo 794.658 pasajeros transportados.
El subte de la pandemia también consolidó un fenómeno que ya se había dado en 2019 —según mediciones de la tarjeta SUBE— y que hoy, según observación directa y testimonios de comerciantes de las diferentes estaciones visitadas, se mantiene en pandemia: el adelantamiento de la hora pico desde las 18 a las 16 horas, en el marco de un contexto generalizado de home office y cierre o suspensión de gran cantidad de oficinas en la zona centro de la ciudad.
Inicio de recorrido
Línea A, estación Lima. El chico recorre los asientos y pide un saludo chocando su puño apretado con el del pasajero. Bajaron de un 50 a un 10 por ciento los saludos aceptados, dice. Es uno de los rubros más castigados; en este vagón, consiguió solo dos saludos.
Vagón repleto de la línea D, sábado, 18.21 horas. Desde Plaza Italia, en dirección a Catedral, hay tosecitas bajo el barbijo que concitan miradas. Y hay charlas con barbijo debajo de la nariz. O repartidores del chocolate Hamlet que repiten “Permiso” y “Gracias” con automatismo pasivo agresivo. En la estación Carlos Jáuregui, línea H, se ve un andén colmado. Y se escucha un murmullo quejoso.
Hoy, otro motivo de conflicto, además del asiento interpuesto (si se deja libre o si no) es el peldaño interpuesto en la escalera mecánica (si se deja libre o si no).
21.15, línea D, de Pueyrredón a Juramento: es sábado a la tardecita pero no hay “previa”. Van parejas de un solo o sola con un teléfono. Poca interacción visual con el vecino. Yendo a Correo Central, de la E, la chica de las Curitas viaja sentada. La venta del día: “Nada”, dice. La bolsa al hombro le pesa. Al principio del día, no. Pero a esta hora es un lastre. Deja suelta la bolsa en el otro asiento. La espalda jamás va al respaldo. La mirada nunca se levanta del telefonito, ni aun bajando, ni aun cuando se cruza al otro andén para esperar el tren en dirección a Plaza de los Virreyes, y así una y otra vez hasta contabilizar 40 viajes.
En Correo Central —que es de las estaciones más nuevas, desde 2019, junto con Retiro y Catalinas de la E—, el andén estilo Boulevard se ve enmarcado por murales combinados en terracota, violeta y lila. El amplio espacio de un hall de techos altos está coronado de flores pasionarias acompañadas de la frase: “Las pasionarias surgen desde debajo de la tierra, buscando la luz y floreciendo”. Saliendo al hall de Retiro, se da el encuentro con la obra Desde Grecia al Renacimiento, hasta hoy con amor, de Marta Minujín: fragmentado el David, de Miguel Angel, en diez facetados que para la artista representan “a los argentinos, como seres que vivimos en la fragmentación y la discontinuidad”. En la media hora que estuvo este cronista, ni un solo pasajero se detuvo a observarla.
El rociado de alcohol líquido, en el asiento, no parece buena idea a juzgar por la campera manchada de una señora: fue disuelta la suciedad pero quedó impregnada en su prenda en el mismo acto. Diagonal Norte, de la C: a partir de las 17, recuperó el viso original de la “hora pico”, con capas sobre capas de ingresantes que no ceden terreno a los salientes, fijados únicamente en el asiento que ocuparán en instantes. A poco de haberse ido el tren, ya hay nuevo tumulto, proveniente de la B y la D, entre otras correas de transmisión.
Equilibrio precario
Estación 9 de Julio, de la D. “Hace 20 años que estoy acá —Daniel Manzieri, el kiosquero—. Al mediodía cierro y me voy a almorzar a la galería [subterránea] Obelisco Sur. Con Tribunales cerrado, quedó completamente vacía. Me siento y me como un sándwich o una minuta, ahí en la barra. Súper tranqui”.
Tanto la Obelisco Sur como la galería Obelisco Norte —tras cruzar la 9 de Julio bajo tierra— son ecosistemas en equilibrio precario, con muchas bajas: más de la mitad de los comercios no volvieron a abrir desde el año pasado. Algunos, como el señor de la Casa de Antigüedades y su hijo se murieron de Covid-19 y no llegaron a vaciar el stock, que se ve detrás del vidrio, intocado.
Mario atiende junto a su padre lo que antes era El rey del Paty y hoy es el bar Plaza Centro. “Mi padre es muy querido dentro de la galería; es parte de su inventario desde hace 40 años”.
El padre pasa la receta de la mejor tarta de verdura del Microcentro en su apogeo: acelga, cebolla, morroncito, queso de rallar, pimienta y huevo. ¿La continuidad? “Depende de lo que decida Metrovías —dice—, que no está cobrando el alquiler de los locales desde marzo del año pasado. Se dice que en septiembre se retomaría el pago. Yo sigo uno o dos años más, y me voy a vivir a Córdoba”.
En la estación Once de la H, Gisella, empleada de limpieza, explica que rigen horarios más flexibles. “Antes había un horario único de Mañana, Intermedio o Cierre. Ahora, si vos necesitás cambiar tus horarios lo podés hacer”. De ese modo, se evita la aglomeración en andenes, vestuarios y cuartos de descanso.
“Tenemos que limpiar constantemente líneas de molinetes, barandas y manijas. Hay dispensers de alcohol, bastante diluido, en boletería y accesos. Pero nos están faltando materiales. Cada uno tiene que estar guardando su propio producto”.
Muchos pero no todos
Elisa, en Lencería Cocot, de la estación Carlos Pellegrini, de la B, dice que cambió el tipo de gente que pasa: un 70 por ciento son hombres que van a Constitución a tomar el tren. “Faltan los de las oficinas. No ves gente de traje; no se venden más medias para traje; no se venden más medibachas de vestir. Salen medias de entrecasa y medias urbanas para andar. Antes, la señora pasaba y se compraba una bombacha, una media para el hijo, un calzoncillo para el marido. Ahora pasa el pobre tipo con el calzoncillo roto. Era un negocio de compra al paso, ahora ya no”.
Un oficial de policía interrumpe a Elisa: “¿Vendiste alguno?”. Ella le contesta: “Sí, dos”.
“La madre cose barbijos —dice, cuando el policía se retira—, y me pidió que le hiciera el favor de vendérselos. Siempre hay algún pasajero que se olvidó el barbijo y no puede entrar al subte”.
Los empleados le pasan la data: a 150 pesos, cada uno; se vende en Cocot. Después, entra una señora al local: “Hace un año y medio que no viajaba en subte”. Se llama Sylvia, y trabaja en una concesionaria de autos. “Hay mucha gente”, protesta. “Viajé enfrentada contra otro, cosa que en el colectivo no sucede”.
Aun en etapa del DISPO (Distanciamiento Preventivo Obligatorio), el uso del subte está reservado a los trabajadores esenciales y exceptuados, que posean un Certificado Único Habilitante de Circulación. Hoy hay cuadrillas de desinfección que circulan por las estaciones: adentro de los trenes, se ocupan de caños, manijas, asientos y piezas de metal y de madera. Una cuadrilla específica se acota al horario nocturno para una limpieza en profundidad, de punta a punta.
Keichi, músico de la estación Pueyrredón de la D, cantó en esta edición de La voz argentina, y quedó preseleccionado con un tema de Billy Joel. “Fue una sorpresa muy grata de la vida”, dice. “Mi repertorio, con el teclado en el subte, es de un 60 por ciento de música clásica romántica, de películas como Amelie –de Jean-Pierre Jeunet-, o de lo que la gente quiera escuchar. Cuando ganó la Argentina la Copa, la gente estaba generosa. Es impresionante como inciden esas cosas en el ánimo. Otras veces, te ignoran: viajan ensimismados en sus problemas”. Aprendió a ser fuerte mentalmente –sigue el exparticipante de La voz…—, a controlar el estrés, a manejar las energías de la gente “o te juegan en contra”.
Dice finalmente: “Yo dejo mi ego en casa, en una cajita de cristal. Y acá no pienso, existo”.