El placer de bajar a las profundidades para buscar y encontrar
Laura Sánchez, buzo salvamentista
Envuelta en el traje de neoprene negro, su espalda parece aún más grande de lo que es. Su físico fibroso y los músculos marcados no son obra de la genética: para ser buzo salvamentista, Laura Sánchez entrenó durante cuatro años entre cuatro y cinco horas por día. Cuando se hunde un barco en el río, hay una emergencia en el Riachuelo o una persona desaparece en el agua que costea la ciudad, ella se calza el neoprene y en un minuto está lista para sumergirse.
Laura tiene 30 años. Comenzó la carrera de oficial en 2008 e hizo la especialización en buceo en 2012; ingresaron 30 aspirantes, de los cuales sólo 10 llegaron al final. Ella es la única oficial buzo salvamentista mujer de la Prefectura Naval Argentina, y forma parte de un equipo de trabajo de aproximadamente 100 personas.
"El buceo requiere una preparación física y psicológica muy grande. Hay gente que se termina dando cuenta de que no le gusta, que no se adapta al agua o que no quiere bucear en el Riachuelo. No es una actividad convencional y tiene un nivel de peligrosidad bastante alto", explica Laura.
Su salida de emergencia más larga duró cinco días, en un operativo especial en General Lavalle. "Lo más difícil es bucear barcos pesqueros", le advirtieron. Aquella vez lo confirmó. Pero Laura estaba feliz: los desafíos la motivan. Descendió a las profundidades con dos compañeros, ya que siempre son tres los buzos que realizan una búsqueda de emergencia. Tras verificar la posición del barco hundido, determinar la ubicación y rastrear los detalles del estado de la embarcación, emprendió la vuelta. "Cuando subía, sentí que me había trabado. Volví hacia atrás por el camino que había hecho y quise subir nuevamente. Volví a trabarme. El pesquero me había atrapado. Tuve que cortar un pedacito de red para poder liberarme. Nunca queremos modificar los objetos, pero era romper la red o no poder regresar a la superficie", recuerda Laura.
Mientras se calza las "aletas" (más conocidas como "patas de rana"), muestra el traje que tiene siempre listo para cada jornada laboral en la Dársena F del puerto de Buenos Aires. El enterizo de neoprene, el cabo, las aletas, el casco. Todo listo para sumergirse ante una emergencia.
"El agua es mi medio, no mi enemigo. Cuando perdés el control, la resistencia psicológica es muy importante. Para un buzo salvamentista no hay momento más feliz que el instante en que encontramos un barco hundido o a una persona desaparecida", define Laura.
Cuando habla de dinero, considera que "gana bien", aunque cree que, por ser la suya una "actividad de riesgo", debería pagarse más. Afirma que los operativos con mayor adrenalina son los que tienen como objetivo encontrar a una persona desaparecida en el agua.
Mueve sus ojos verdes y busca en su memoria; entre tantas, le viene una anécdota a la cabeza: "Una noche nos llamaron por una emergencia en Puerto Madero; una chica se había tirado al agua con intención de suicidarse. Tardamos un minuto en llegar y bajamos en un gomón. Me sumergí y mi compañero tiró el peso en el lugar que nos habían marcado; ahí bajé, guiada por el cordón [una soga trenzada]. Descendí cerca de ocho metros y ahí empecé el nado circular, siempre conectada al cordón. Primero toqué un brazo, luego recorrí el hombro, la nariz. Cuando sentí el pelo, supe que era la chica y que ya estaba muerta", cuenta. No se pone triste por el recuerdo, porque para los buzos salvamentistas la muerte no es tan impactante y el éxito de su tarea radica en encontrar el objeto o a la persona que buscan, sea en el estado que sea. Encontrar.
Laura sostiene que la Prefectura Naval no es un ámbito machista, aunque reconoce que hace poco tiempo que las mujeres se interesan por trabajar en esta fuerza. Entre risas asume, también, que muchos compañeros le cuestionaban su capacidad hasta que vieron que ella trabaja a la par de (o mejor que) cualquier hombre. Su deseo es ser buzo hasta que la edad ya no se lo permita. Y fantasea con viajar en barco a la Antártida.
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