Hace 60 años el arte comenzó a ser parte de la vida cotidiana de la clase media en diferentes zonas de la ciudad de Buenos Aires, entre ellas la zona conocida como Once
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En la Argentina existe una larga tradición de la pintura mural. Fue iniciada a fines del siglo XIX en las iglesias y en las residencias privadas, pero recién se afianzó en las décadas de 1960 y 1970 uniendo las líneas modernas de los edificios con instalaciones abstracto geométricas. El hall de ingreso cobró relevancia y el arte comenzó a ser parte de la vida cotidiana de la clase media en diferentes zonas de la ciudad de Buenos Aires. Once fue una de ellas y aún conserva este tipo de obras, que son verdaderos tesoros.
Para descubrirlas se puede seguir un itinerario a pie. Son 2100 metros en total para visitar ocho lugares. Así lo propone el arquitecto Luis Rivas, quien se describe como flâneur urbano, abierto a las impresiones. Comenzó con esta actividad en plena pandemia y por su barrio, Palermo, cuando tan solo era posible salir a pasear al perro. “Empecé a tomar fotos de algunos de estos murales y me encontré con un montón. Armé charlas, invité amigos por Zoom. Tuvo mucho éxito. Lo interesante es que es un patrimonio oculto, pero que a la vez está a la vista”, explica Rivas a LA NACION durante uno de los tours por Balvanera que organiza a través de su Instagram.
Para el experto es inevitable comenzar la ruta por una instalación de uno de los más reconocidos muralistas argentinos, Rodolfo Bardi. Es la ubicada en la puerta de un edificio privado en Jean Jaures 983 (el punta A del mapa que ilustra esta nota). Podemos apreciarla desde la vereda, a través del vidrio, en caso de que el encargado no esté. Según el libro Rodolfo Bardi, de Mecenazgo porteño, el artista “realizó más de 300 murales, de los cuales 185 pueden contemplarse en la ciudad de Buenos Aires y en localidades aledañas”. Sin embargo, la hija del pintor, Valeria Bardi, encargada de custodiar el legado de su padre, asegura que tan solo dos de toda la serie del artista están protegidos en la Capital.
El de Jean Jaures, esquina Córdoba, es la primera de todas las instalaciones del artista. Data de 1960. Fue encargada por el arquitecto Juan Roberto Pisni. “Era vecino de papá en el barrio de Vicente López y lo convocó en varias oportunidades para realizar obras en los edificios que levantaba”, recuerda la mujer.
A su vez, en el interior de una construcción situada en Larrea 790 (punto B) se esconde una obra realizada con la técnica del mosaico veneciano utilizada por los soviéticos. Es de 1962, de Oscar Capristo. Se llama “Plenitud” y se ubica casualmente en lo que hoy es un centro médico de fecundidad, donde para ingresar también es necesario solicitar permiso. En un principio el inmueble fue una vivienda familiar. Para la época en la que se ejecutó, Capristo estaba en una etapa de arte figurativo. Su temática se diversifica principalmente entre el amor, la pareja, la maternidad, los nacimientos y los paisajes. Realizó doce trabajos murales. En este caso, la obra está sobre la escalera interna: ilustra una danza, que comienza siendo algo negativo para transformarse en positivo, según se desprendería de la secuencia de mujeres retratadas.
Ya en Viamonte 2533 (punto C) nos topamos con una rareza rodeada de misterios. A lo largo del pasillo de entrada se observa una instalación rocosa de formas redondeadas en la que se entremezclan plantas. Abajo, hay una fuente de la cual originalmente salía agua. Al fondo, un gran mural de cobre y bronce se extiende de pared a pared. Todo está inspirado en la naturaleza; rocas, plantas, animales. Por si esto fuera poco, una estructura de hormigón de formas geométricas se extiende desde el centro del palier hasta el último piso. Es del rionegrino René Morón, quien perteneció al Grupo del Sur y en cuya producción tiene preponderancia la representación de la fauna y el paisaje de la Patagonia.
El patrimonio oculto de la avenida Corrientes
Rivas propone continuar caminando a través de la ajetreada avenida Corrientes, llena de sorpresas y de curiosidades. En el 2885 (D) existe otra instalación de Bardi, de 1967. Originalmente estaba pintada con colores ocre, con óleo y patinados, y fue hecha con los mismos materiales de revoque interior del edificio en construcción. La hija del autor revela que hace dos años los propietarios quisieron retirarla, pero intervino el área de Patrimonio del gobierno porteño, les explicó su valor y los vecinos del inmueble desecharon la idea.
En el 2451 (E), en el interior de una galería casi vacía, la llamada LH, se levanta un gigantesco mural futurista que consiste en una serie de semicírculos idénticos. ¿Su autor? Nada más ni nada menos que Gyula Kosice (1924-2016), un escultor, teórico y poeta argentino, cofundador del movimiento Madí, considerado uno de los precursores mundiales del arte cinético y lumínico.
Justo al lado de este centro comercial, hacia el sur, hay una serie de negocios. Si uno mira a lo alto y se para en la vereda de enfrente descubrirá un colorido friso de figuras geométricas que se extiende a lo largo. Es una obra de Edgardo Ribeiro (F), pintor y muralista uruguayo. El dueño de uno de los locales coronados por la instalación, Moisés Churba, afirma que “la obra es del 70. Todo el friso se realizó cuando mis familiares construyeron esta serie de locales. Lo trajeron especialmente a Ribeiro desde Uruguay”.
Luis Seoane López, el genial dibujante, pintor, grabador y escritor argentino-español, nos legó una instalación sobre una de las paredes de ingreso a un estacionamiento de una galería en Corrientes 2166 (G). Está a la vista. Se trata de una serie de naipes, un estilo que provenía de la gráfica y que seguramente adoptó Seoane cuando tuvo su propia editorial. Según el portero del edificio, quien prefirió no dar su nombre, “hasta no hace tanto se conservaban los moldes originales, pero vino un volquete y se los llevó”,
Al menos el mural permanece, en relativamente buen estado, y da cuenta de la estadía de Seoane en la Argentina: él era de Galicia, España, pero con la dictadura de Franco volvió a nuestro país, donde se relacionó con exiliados españoles y militantes antifascistas; entre ellos, muchos miembros de la comunidad judía, que luego le encargaron varias obras, explica Rivas.
También hay un friso de Seoane en Sarmiento 2233, en el interior de la Sociedad Hebraica Argentina (H), más exactamente en el hall del tradicional teatro que posee la institución. El vitraux se puede ver cuando uno entra al teatro y, antes de continuar, se da media vuelta y mira hacia la calle. Es sorprendente el colorido de las figuras geométricas, iluminadas desde atrás. Fue realizado en 1968, es decir, durante la inauguración de la sala.
Por otra parte, dentro de Hebraica se exponen unos diez murales de reconocidos artistas. Además, sobre la vereda hay una instalación llamada “La hermandad entre los pueblos”, de Leo Vinci, nacido en 1931. Esta obra escultórica se realizó con motivo del atentado a la AMIA.
Ya en el interior de la institución judía se pueden apreciar, entre otras obras, “El pueblo hebreo”, de Juan Batlle Planas, hecho con la técnica del mosaico en 1962. Batlle Planas fue un representante del movimiento surrealista en nuestro país. Era muy amigo de la Hebraica, según se informa en la página web de la institución. “Literatura, Artes Plásticas, Música”, de Antonio Berni, está ubicado al pie de la escalera, a la derecha del hall de entrada. Tiene como título tres conceptos emblemáticos que dan cuenta de la importancia que estas disciplinas tenían y tienen en la SHA.
Se suma “La familia hebrea”, un bajorrelieve en piedra reconstituida del escultor argentino Antonio Sibellino. Para ingresar, se debe pedir autorización por mail a informes@hebraica.org.ar.
Los murales como propaganda gubernamental
A partir de los años 20, hubo en el mundo un auge de los murales utilizados como elementos de propaganda por los gobiernos, señala Rivas. Esto se vio en la Unión Soviética, el fascismo italiano, el New Deal de Roosevelt en Estados Unidos y también en la Revolución Mexicana, con artistas como Diego Rivera, José Orozco y David Alfaro Siqueiros. Este último realizó en 1933 en la Argentina el mural denominado “Ejercicio plástico”, hoy en el Museo de la Casa Rosada. Fue ayudado por Antonio Berni, Lino Eneas Spilimbergo y Juan Carlos Castagnino, por entonces jóvenes artistas argentinos, miembros –como Siqueiros– del Partido Comunista. Los tres, junto a Demetrio Urruchúa, pintaron luego los murales de Galerías Pacífico, la Sociedad Hebraica y otras instituciones sin ostentar encargos estatales.
En la década del 50 comenzó el auge de los edificios en propiedad horizontal, con la ley de 1948, y era frecuente que en el hall de entrada hubiera murales. El apogeo de esta tendencia se dio en la siguiente década y disminuyó a partir de 1975, cuando entró en crisis la industria de la construcción y muchos artistas fueron perseguidos por su orientación política, recuerda Rivas.