El muralista de los personajes urbanos
Gustavo Reinoso dejó su impronta en otras ciudades y hoy pinta en el subte porteño
Comenzó una tarde, cuando tenía 6 años, cuidando el improvisado puesto de un amigo florista. Dicen que bastaron un par de horas para que se le escapara toda la mercadería de las manos y se sintiera el mejor vendedor de jazmines. Sin embargo, con el deseo de superarse, Gustavo Reinoso cambió de rubro: el aroma a mozzarella pasó a ser el que se impregnaba en sus fosas nasales, mientras hacía malabares como ayudante de mozo en la antigua pizzería Giuzzepin.
Pero, curioso por naturaleza, empezó a trabajar en la fiambrería de sus padres. Si bien ganaba bastante menos, le alcanzaba para comprar figuritas, revistas, golosinas y, además, estar con su familia. Fue allí donde, sin saberlo, luego de rayar provolone a la velocidad de la luz, Reinoso comenzó a forjar lo que años después sería su profesión: el amor por el arte.
"Me subía a un cajón de gaseosa y, tirado sobre el mostrador, me pasaba horas dibujando en recortes de papel de almacén. Entonces, los vecinos comenzaron a entusiasmarse con mis dibujos y a comprármelos", cuenta Reinoso, arquitecto, director de arte y artista plástico que hoy despliega su talento sobre las paredes de la estación Pueyrredón del subte D.
El mural que comenzó a pintar con látex y fibrones a fines del mes pasado mide 140 metros de largo y busca reflejar la ciudad ardiente, esa que nunca duerme.
"Siempre intento contar una historia o dar pistas sobre ella. Voy desde lo más macro, que son las ciudades, hasta lo más micro, que son sus personajes. Me gusta que cada espectador pueda imaginar su propia historia y, al mirar el mural, pueda descubrir algo nuevo, distinto", explica el artista, que tres o cuatro días a la semana trasnocha para darles vida a las paredes de la estación.
Reinoso cuenta que nada le da más placer que dedicarse a lo que hace, tratando de no perder esa mirada de pibe curioso que alguna vez vendió jazmines; de ese niño que se divertía creando y que disfrutaba de cada momento. Tal vez sea por eso que hoy continúa jugando con las letras, las palabras, generando un efecto espejo que llama la atención a simple vista. "Me gusta incitar al espectador a ir del otro lado, invitarlo a zambullirse en una nueva dimensión, una experiencia distinta. Busco que se sienta parte de mi obra, que pueda interactuar con ella. Es como si le dijera: ¡vení, pasá!", explica.
El artista asegura que la propuesta le interesó de inmediato y que, después de varios bocetos y algunos retoques en computadora, proyectó las imágenes en la estación y se puso en marcha. Si bien Reinoso ya ha realizado trabajos similares en grandes urbes del mundo, como son Barcelona y Nueva York, la idea de poder dejar su impronta en la ciudad que lo vio crecer lo llena de orgullo.
"Se podría decir que trato de registrar detalles, olores, situaciones, sonidos, alimentando esos recuerdos muchas veces olvidados", explica. Quizás una muestra de ello sea la imagen de Javier, un sereno del subte, que hoy se encuentra inmortalizada junto a las de tantos otros. Como la de un travesti que camina por los bosques de Palermo o una familia de cartoneros que recorre las calles como cada noche.
Están presentes el tango, el bandoneón, los puestos con banderitas, el imponente Cabildo, Plaza de Mayo con sus madres y abuelas, "Hay de todo un poco. El que quiere lo ve y el que no puede seguir de largo", dice Reinoso mientras trabaja rodeado de pinceles, Con una sonrisa tatuada, quizá la misma con la que alguna vez vendió jazmines, Esos jazmines que muy pronto serán parte de esa ciudad ardiente, díscola, apasionada.
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