El Microcentro, desolado: los restaurantes cierran por falta de clientes
El tradicional Bajo porteño, un circuito gastronómico muy concurrido antes de la pandemia, no fue ajeno a los efectos del coronavirus
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“Lo intentamos todo, pero el centro ya no da para más”, dice la chef Paula Comparatore. No puede evitar la nostalgia. En pocas semanas, bajará las persianas de su restaurante El Federal, ese lugar que vio nacer hace poco más de dos décadas. ¿Pero a quién le puede ofrecer sus platos de cocina regional argentina?
Es mediodía de una jornada hábil y son muy pocos los oficinistas que caminan a paso apresurado por el Bajo porteño. Es fácil circular sin tropezarse con otro transeúnte. No se oyen personas conversando en otro idioma. En realidad, casi no hay murmullo de ningún tipo. Parece sábado.
Hace un año, una pandemia, algo que nadie podía imaginar que le tocaría vivir alguna vez, arribó a la Argentina. Ya en suelo nacional llegó para quedarse varios meses y dejó a su paso un sinnúmero de consecuencias.
Y el tradicional Bajo porteño no fue ajeno a los efectos del coronavirus: esa zona del microcentro dejó de ser lo que era. Basta caminar algunos metros por las calles Reconquista, San Martín, Marcelo T. de Alvear y Paraguay, entre las avenidas Córdoba y Santa Fe, para toparse con varias persianas bajas.
“Es muy triste. Se volvió tierra de nadie”, describe Comparatore desde su local en la calle San Martín 1015. Como viene la mano, ella no será ni la primera ni la última en abandonar la zona. “Con la intención de promocionar nuestras comidas acercamos una cocina a la vidriera para que nos vean en plena producción. Un día nos miramos con mi hermana Alejandra y nos empezamos a reír. ¡No pasaba nadie!”, recuerda la cocinera, resignada.
La situación económica para el sector gastronómico en general ya no era la ideal desde comienzos de 2020, pero la pandemia llegó para herir de muerte a varios bares, restaurantes y otros comercios, como kioscos, supermercados chinos y tiendas de vestimenta. Al principio, cuando se había decretado el aislamiento obligatorio, Comparatore, como la mayoría de sus colegas, intentó “aguantar” todo lo que podía. “Empezamos a vender viandas y cajas de regalo”, relata la mujer. La esperanza estaba puesta en lo que ocurriría cuando la actividad volviera a abrirse, se relajaran las medidas restrictivas y los turistas retornaran.
Pero la realidad no cumplió con las expectativas. La chef comenzó a ver cómo las oficinas eran desmanteladas de a poco y los empleados continuaban haciendo sus labores desde los hogares: “Cada tanto, se ve un poco más de gente porque vienen ese día al centro a trabajar. O aparece algún turista varado”.
“La zona está muerta. Seguimos abiertos hasta donde podamos aguantar”, dice Fernando Lameiro, uno de los pocos empleados que quedan en el restaurante italiano Filo, en San Martín al 900. En la memoria del hombre quedaron grabadas aquellas imágenes cuando “una manada” de oficinistas, describe de manera graciosa en diálogo con LA NACIÓN, salía a almorzar alrededor de las 12. Entonces, 150 personas solían comer en Filo; hoy, “con suerte”, son 25.
Romina Alterio camina tranquila. En 10 minutos tiene que estar en su oficina, lugar al que, desde hace un mes, debe asistir solo una vez por semana. “No hay casi nadie en la calle. Nada que ver con cómo era antes”, reconoce la joven de 21 años y sigue el paso.
Elizabeth Rojas, que atiende una cerrajería sobre Marcelo T. de Alvear, no puede dejar de lado su asombro: “Hace más de 20 años que estamos acá y nunca vimos tan poca gente. Desde hace dos meses creció algo el movimiento, pero ya no es lo mismo”. Frente a su local, brillan las persianas bajas de un restaurante chino que, dicen los que habituaban la zona, era muy concurrido.
Locales que no pudieron subsistir
De 80 cubiertos que el restaurante El Federal vendía para el almuerzo los días de semana, hoy solo promedian unos cinco. Con escasos ingresos, Comparatore no tuvo otra opción que despedir a sus 10 empleados y ella y su hermana quedaron a cargo. “Muchos de nuestros vecinos, como el restaurante Las Nazarenas –un lugar icónico en el cruce de Reconquista con la avenida Alem– y Bao, de cocina vietnamita, se fueron yendo en el medio”, se lamenta la cocinera y se detiene a reflexionar: “Cada cierre fue un dolor porque era gente con la que compartías el día a día”.
Una persiana baja por allá; otra más al lado. Enfrente, un local desmantelado. La cuadra de Reconquista al 800 vio desaparecer al menos tres locales gastronómicos, cuentan los comerciantes que se mantienen en pie. “La actividad es irregular, pero generalmente es un desierto. Algunos lugares decidieron irse porque se hace cuesta arriba sostenerlo”, dice Roberto, que es empleado en un local de choripanes al paso. En su caso, mantiene la esperanza: “Vamos a ver qué pasa este mes con la vuelta de las vacaciones y las clases”.
Lamentablemente, el cierre de restaurantes no es una noticia que sorprenda. En las últimas semanas dijeron adiós en el centro porteño tradicionales bares y confiterías.
A última hora del domingo, las redes sociales se impregnaron de nostalgia. Los recuerdos de otras épocas afloraban entre la gente que, a medida que pasaba el tiempo, se hacía eco de un rumor que circulaba y que decía que el bar irlandés Kilkenny, ubicado en Marcelo T. de Alvear y Reconquista, había cerrado sus puertas de manera definitiva. Un hombre rememoraba en Twitter las tardes de after office que, casi como un ritual, pasaba con sus colegas en ese reconocido pub, cuando la palabra pandemia era solo una más en el diccionario español.
Durante la recorrida de LA NACIÓN, se observaron carteles pegados en los vidrios del bar que decía “cerrado por vacaciones hasta el 1º de marzo”, pero el rumor del cierre permanecía intacto en la zona.
Quejas por la inseguridad
Como si faltara algo para volver más triste la zona, la inseguridad se volvió un problema recurrente para los comerciantes y quienes habitan en el barrio. “Cuando empieza a anochecer es tierra de nadie. Hay muchos robos”, resalta Nilda Torale, que hace 35 años vive en el barrio. Andrea Salinas, otra vecina, asegura que anda “con 20 ojos” para mantenerse a salvo del delito. “Solo salgo de día y en los feriados intento no moverme de casa”, cuenta la joven.
Comparatore vivió en carne propia la cara de la delincuencia y, a su vez, de la pobreza y la marginación. Una noche de julio del año pasado, en plena pandemia, un hombre ingresó al restaurante donde la chef preparaba las viandas. Era una “cara conocida” para la cocinera; ya le había ofrecido comida gratis alguna vez. Pero en esta oportunidad otra fue la situación. “Me robó toda la caja”, recuerda la mujer.
No fue fácil para ella tomar la decisión de cerrar El Federal. Fueron varios meses de “procesar” esa determinación, reconoce Comparatore. Durante el tiempo de vida del restaurante nació su hijo, falleció su madre y se sucedieron otras tantas cuestiones de la vida. “Pero no puedo más seguir esperando en el centro”, reflexiona la chef.
En poco tiempo más, la mujer y su hermana reabrirán el bar notable Montecarlo. El tradicional pub de Palermo bajó sus persianas en diciembre último, también signado por el paso de la pandemia. El restaurante de la chef funcionará en el subsuelo de ese local como taller de cocina. Comparatore está ilusionada. Se nota en las muecas de su cara. Después de un año difícil, la mujer apunta a lo que está por venir para intentar dejar atrás la pandemia.