El lado B del Obelisco: la réplica en miniatura y otros misterios del ícono porteño
Un recorrido histórico por este emblema de la ciudad que fue inaugurado en 1936
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¿Qué colocar en el cruce de las recién ampliadas avenidas Corrientes y 9 de Julio? No había acuerdo entre los porteños, el sitio parecía ser una rotonda sin destino. Era la década del 30 del siglo pasado, y la ciudad estaba en plena ebullición y su intendente buscaba resolver el tema al acercarse los 400 años de la primera fundación de Buenos Aires. Dos aspirantes eran candidatos a tener su homenaje en ese lugar: Carlos Gardel e Hipólito Yrigoyen. Ninguno prosperó. ¿Cómo fue que instalaron allí al actual Obelisco? ¿A quién se le atribuye la idea? ¿Es cierto que existió una copia del original? ¿Cómo es la experiencia de subir hasta la punta de una escultura pensada para ser vista por fuera? LA NACION recorrió el ícono porteño por dentro y consultó a especialistas quienes revelaron datos curiosos sobre uno de los emblemas nacionales.
Si bien casi todas las crónicas de época indican que la propuesta de emplazar un obelisco fue del alcalde Mariano de Vedia y Mitre, en realidad la idea fue impulsada por uno de sus ministros, el secretario municipal y director de la revista Criterio, Atilio Dell’Oro Maini, que era un apasionado de la arquitectura moderna. Por eso, le sugirió a Alberto Prebisch, que pertenecía a esa corriente de la arquitectura, diseñar un obelisco. Este tucumano de 37 años fue el autor del Teatro Gran Rex, entre otras obras. El arquitecto dijo que sí y le regaló a Dell Oro Maini un miniobelisco.
“Es poco conocido que existió una réplica en miniatura o maqueta del monumento”, reveló a LA NACION Juan Pablo Vacas, subsecretario de Paisaje Urbano del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana porteño. Durante la recorrida por el interior del ícono, organizada por esa cartera, el funcionario afirmó: “Existió un modelo a escala del Obelisco y su subsuelo de unos 60 centímetros de altura, realizado en una sola pieza con la misma piedra Olaen empleada para el revestimiento original que le fue regalado a Dell Oro Maini por Prebisch. Años más tarde, esa escultura fue robada de su domicilio y nunca más apareció”. Así lo consigna el libro Obelisco, ícono de Buenos Aires, de Gustavo Brandariz y Eduardo Zemborain, agregó Vacas. Dónde fue a parar la réplica continúa siendo un misterio. En el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol aseguran a LA NACION ni siquiera tener registrado el caso en sus archivos.
La mole de 170 toneladas se levantó en tan solo dos meses. Fue el punto culmine de un proceso de grandes reformas urbanas bajo la presidencia de Agustín Pedro Justo y la intendencia de De Vedia y Mitre. “Se habían demolido varias manzanas alrededor de lo que es hoy el Obelisco y por debajo pasaba la recién construida Línea B del subterráneo”, explicó Vacas, mientras señalaba las marcas en los muros que dejaron los andamios que se usaron para construirlo.
Otro dato curioso es el aportado por el vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, Pablo Chiesa: “Terminado el hormigón se procedió a su revestimiento con piedra, buscando darle un aspecto cercano a los obeliscos egipcios. Se utilizaron 1400 metros cuadrados de piedra de Córdoba llamada Olaen. El revestimiento se colocó en 23 días, a un promedio de 60 metros cuadrados por jornada. Con ese aspecto, blanco y radiante, fue inaugurado el 23 de mayo de 1936.” En 2019 fue declarado Monumento Histórico Nacional junto a otras 124 esculturas de todo el país.
Dos años después de ser inaugurado, y debido a las vibraciones del subterráneo, se desmoronó parte del revestimiento en piedra, reveló Chiesa. “Al fin cayó ese bodrio estrafalario, ese adefesio inútil de un costo desorbitante para los porteños”, decían los detractores. Sin embargo, se mantuvo en pie, se le quitó el revestimiento original y se aplicó un nuevo revoque. “Se pinta cada cuatro años para mantener su estado de conservación”, agregó Vacas. Cada tanto abre sus puertas para que quienes deseen recorrerlo. Participación Ciudadana organiza para el 13 de abril próximo una nueva recorrida por dentro. La inscripción es desde el 4 y hasta el 8 próximos a través del Facebook: https://www.facebook.com/baparticipacion. Solo podrán realizar la experiencia 15 vecinos y es por orden de inscripción, informó el organismo.
¿Qué esconde el Obelisco por dentro?
Existen monumentos creados para ser vistos solo por fuera. La cúpula de la Basílica de San Pedro, por ejemplo, jamás fue pensada para ser visitada por turistas. El Obelisco tampoco. Si bien en el primer caso se lo adaptó para que la gente ingresara, el ícono porteño se mantiene intacto por dentro. Es decir, tal cual fue pensado: para que solo entren los encargados de mantenerlo. Un indicador de eso es la angosta escalera marinera de hierro por la que se trepan 206 escalones hasta la cima. Es la que vienen usando los operarios desde la década del 30, la única forma de alcanzar los 67,5 metros para tener una vista panorámica de la ciudad.
A diferencia de otros obeliscos emplazados en diferentes puntos del planeta, el argentino es hueco por dentro. Mirando hacia arriba puede notarse cómo la estructura se va haciendo más angosta y se observan siete descansos cada ocho metros.
Siete operarios de Defensa Civil reciben a LA NACION para acompañar en la experiencia de subirlo. Es necesario vestir ropas deportivas y colocarse guantes para no lastimarse las manos con los hierros de la escalera. Se usan arneses para poder quedar sostenido por sogas ante una emergencia. Los guantes y los arneses son provistos por el Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana. Como al ascender la espalda suele rozar el cemento, es necesario pisar los peldaños con cuidado y vestir ropa gruesa.
Más allá de estas indicaciones básicas de seguridad, cada uno elige de qué modo desea subir. Se lo puede hacer rápido o más bien con tranquilidad, sin exigencias, midiendo el ritmo propio. En todos los descansos, Defensa Civil invita a sentarse, descansar y tomar agua. No son pocos los que, una vez hecho el primer tramo, miran hacia arriba y temen no llegar jamás. Sin embargo, gracias a la posibilidad de frenar en los tramos, a pesar de no tener un buen estado deportivo, muchos alcanzan la cima.
Finalmente en la cúspide se pueden ver los cuatros puntos cardinales de la ciudad desde cuatro ventanales. Además de estar cerca del cielo se tiene la posibilidad de formar parte, al menos por unos instantes, del gran símbolo porteño.