Hasta los años 60 solo recibió alumnas, pero después empezó a inscribir varones; tuvo jardín de infantes, primaria y secundaria, dos laboratorios y una capilla; ahora navega en la incertidumbre
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“Abierta la inscripción para el año 2012″, dice un cartel colgado en la fachada. No está equivocado, permanece allí desde 2011, arrumbado como las puertas y ventanas del edificio que por más de 100 años reunió a alumnos en tres niveles, desde jardín de infantes hasta secundaria, que hasta se convirtieron en docentes, en algunos casos. Por él pasaron generaciones de familias. El cartel refleja la inexplicable caída de un colegio tradicional de Caballito que aún duele en el corazón de los vecinos por el vacío que dejó en la comunidad educativa y el deterioro de un espacio considerado un bien patrimonial para el barrio.
El muro del ex-Colegio Santa Rosa sobre la calle Rosario 638 suele estar invadido por pintadas y grafitis; también la puerta principal y las paredes laterales del pasaje San Irineo, aunque hoy luce limpio y reluciente, un profundo contraste entre lo que pasa afuera y lo que hay dentro. Hay ventanas abiertas, que dan a las aulas. Aunque la cáscara no lo muestre, el edificio está ingresando en una etapa de decadencia y la preocupación activó un plan de salvataje a través de una petición barrial.
El pedido fue entregado a la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos para que estudie el expediente y determine si el inmueble reúne las condiciones para ser declarado sitio histórico, una denominación que le daría cierto paraguas de protección. “Lo hicimos en defensa de los derechos colectivos y del paisaje urbano. Asumimos nuestro derecho a intervenir como ciudadanos ante el actual proceso de destrucción de la memoria construida y agresión al espacio público, apoyados en disposiciones de las Constituciones nacional y de la ciudad, que disponen el mandato de velar por el patrimonio y el medio ambiente”, argumentó la agrupación SOS Caballito en la solicitud.
El comité de expertos está analizando el expediente y sus fundamentos históricos, patrimoniales y arquitectónicos; en una primera reunión no hubo acuerdo y la revisión continúa, informaron fuentes del organismo. Esta es la segunda propuesta para salvar al centenario edificio: los vecinos ya habían pedido su expropiación para que continúe la actividad educativa como soporte de otros establecimientos de la zona, por ejemplo, la Escuela Normal Superior N° 4 y el Liceo N° 2 Amancio Alcorta, que funcionan a pocas cuadras, en el mismo espacio de la avenida Rivadavia.
Tarea misionera
El Colegio Santa Rosa fue fundado en 1901 como parte de la tarea misionera en América Latina que realizó la religiosa Francisca Javiera Cabrini (1850-1917), canonizada en 1946. Los registros catastrales de la ciudad indican que la primera titular del terreno era Carolina Cambieri. Los distintos planos municipales dan cuenta de las modificaciones que fue sufriendo a lo largo de su historia: hasta 1937 la estructura se mantuvo original y luego comenzó a sumar superficie hasta llegar a los 5000 metros cuadrados de la actualidad.
“La última parte del edificio, que avanzó hacia el final del terreno que llega hasta la calle Guayaquil, tiene un estilo más moderno, si se quiere, más hormigonero, pero manteniendo los volúmenes, las alturas y otras características del edificio original”, explica el arquitecto Rodolfo Fernández, de SOS Caballito, uno de los impulsores del petitorio elevado a la Comisión Nacional de Monumentos.
No hay un estilo particular que domine el diseño, pero como muchas de las construcciones de la época reúne varias influencias en un modelo ecléctico con rasgos italianos. El diseñador fue el ingeniero italiano Benito Spinedi y el constructor, José Trabucco, quienes se basaron en los conceptos de arquitectos europeos que llegaban al país con ideas innovadoras. Desde su creación fue un edificio pensado como escuela, amplio, con todas las disposiciones necesarias para la educación, a diferencia de otros espacios que se fueron adaptando a esos requerimientos.
Jardín de infantes, escuela primaria y secundaria distribuidos en dos plantas donde también se colocaron varias baterías de sanitarios, dos laboratorios amplios, un patio al aire libre y otro espacio abierto, pero techado; también una capilla que se encontraba en el subsuelo. Todo era parte de las instalaciones del Colegio Santa Rosa, que no contaba con pupilos como solían tener otras instituciones religiosas.
Desde sus orígenes hasta los años 60 recibía exclusivamente a mujeres, aunque en el final de su existencia había empezado a sumar varones. Seis años antes del cierre, la comunidad religiosa empezó a anunciar que las intenciones eran cerrar la escuela, lo que motivó las primeras reacciones de las familias asistentes al establecimiento y los vecinos de Caballito. Además de defender la tradición, temían que el lugar se convirtiera en objetivo de posibles usurpaciones.
Desde ese momento, el edificio está cerrado y nadie lo cuida. Durante un año estuvo ocupado por un centro universitario de idiomas; también hubo una intención del Ministerio de Educación porteño de comprar o alquilar el edificio, pero los propietarios se negaron. LA NACION intentó llegar a la fundación que tendría el dominio del predio, pero los esfuerzos fueron infructuosos.
Tampoco prosperó una iniciativa privada que proponía mantener la estructura original –aunque con la demolición de una parte– y construir torres de viviendas en una zona ya muy densamente poblada.
El ex-Santa Rosa hoy no tiene sereno ni personal de seguridad. Los vecinos reclaman que se protejan las paredes y los techos, y que se garantice la limpieza ya que hay momentos que parece estar invadido por ratas. El salvataje que le podría conceder una declaración de la Comisión Nacional de Monumentos sería, quizás, el envión para protegerlo y recuperarlo.
“Entendemos que reconocer el valor patrimonial, material e inmaterial constituye memoria por representar en un bien, simbólicamente, parte de la identidad del barrio”, sostiene SOS Caballito en el pedido. “El patrimonio es algo activo, se construye, no se posee ni está dado por objetos aislados, sino que los bienes y su entorno conforman un conjunto inescindible. Por eso este edificio notable también es muestra del abanico de intervenciones sostenidas en Caballito, dando cuenta de una mirada opuesta al olvido histórico y patrimonial y a la pérdida de referencias simbólicas. De lograrse, la declaración como sitio histórico, por su valor testimonial, social y arquitectónico, permitirá consolidar un espacio reconocible, querido y reclamado por todos”, fundamentan.