El Bauen fue un ícono de la avenida Callao por más de 40 años, y un ejemplo de cooperativismo, pero cerró en la pandemia y no volvió a abrir
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Las vallas publicitarias bloquean cualquier punto de entrada al edificio, que fue uno de los íconos de la avenida Callao por más de 40 años. Los carteles ocultan su fachada, pero no pueden tapar la torre de 20 pisos con su envolvente vidriada, una de las características por la que fue considerado un edificio moderno. Un ícono que vivió su época de prestigio y de gloria, pero que hoy está sumergido en el deterioro y postergado a un destino de incertidumbre.
Durante 17 años fue administrado por una cooperativa que formaron sus trabajadores y convivió con un proceso judicial que siempre amenazó con el desalojo del edificio. El Hotel Bauen cerró definitivamente como consecuencia de la pandemia y el efecto que eso tuvo en el turismo receptivo. “Solo una pequeña pausa”, habían dicho sus trabajadores, obligados a poner un alto a su historia de lucha y resiliencia. Pero las deudas acumuladas durante meses y la incertidumbre de un mundo que había cambiado provocaron el final inesperado.
“Para nosotros es un tema cerrado que no queremos volver a abrir; ya está, ya pasó”, piden los miembros de la cooperativa casi en tono de súplica para no profundizar en esa historia dolorosa que terminó en octubre de 2020, con una gran venta de garaje de todo el mobiliario del Bauen. Mesas, sillas, televisores, colchones, vajillas, teléfonos, heladeras, camas y otros elementos salieron a remate en la puerta y el hall principal del hotel, una medida que anticipaba la mudanza y la liberación definitiva del edificio judicializado durante décadas por un largo conflicto entre la familia propietaria, un banco de gestión estatal y una empresa chilena que había aportado cuatro millones de dólares para la compra, pero que luego terminó en convocatoria de acreedores.
Antes del cierre, la Justicia había ordenado que el inmueble regrese a la empresa Mercoteles SA, la propietaria del lugar. Desde ese entonces el ex Bauen, cuyas iniciales responden al nombre “Buenos Aires Una Empresa Nacional”, se mantiene inerte y sin un proyecto a la vista. Tres años después del cierre, el Gobierno de la Ciudad no tiene participación en ningún plan de rescate; tampoco las áreas de la Nación que podrían estar vinculadas. Se trata de un lugar abandonado por el sector privado, como ocurre con otros casos en el microcentro. LA NACION intentó comunicarse con la empresa que responde por el Bauen, pero no tuvo respuesta.
“Entendimos que había que pagar cada una de las deudas con parte del mobiliario y mantener la cooperativa. Preferimos mantener la cooperativa, que podría haber quebrado como cualquier empresa, y no queríamos dañar a la cartera de proveedores que nos había ayudado durante años. El objetivo era cerrar con la idea de poder abrir en otro momento y en un nuevo lugar”, cuenta un ex cooperativista, que prefiere mantenerse en el anonimato.
“Aceptamos una parte del acuerdo: la Justicia nos pedía la restitución del inmueble a cambio de una suma de dinero, lo que rechazamos históricamente. Siempre estuvimos en situación de desalojo permanente y en conflicto con los propietarios”, agrega.
La cooperativa, entre los salvoconductos que intentó para continuar la actividad, recurrió a la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) para pedir la cesión de algún inmueble de bien público. Pero esas gestiones fracasaron, al igual que la ley de expropiación aprobada por el Congreso en diciembre de 2016, luego vetada por el entonces presidente Mauricio Macri. Para algunos trabajadores ese fue, junto a la pandemia, el golpe letal que definió su futuro.
Cinco estrellas
Veinte pisos, 220 habitaciones, salas de espectáculos, restaurantes y piscina. El edificio de Callao 360 se construyó en apenas meses y fue inaugurado para el Mundial de Fútbol de 1978 como un alojamiento cinco estrellas. El lugar contaba, además, con estacionamiento subterráneo, galería comercial, un café-concert, peluquería y salón de usos múltiples, entre otras comodidades. Reunió a importantes figuras políticas del radicalismo y el peronismo; también fue escenario de congresos, talleres, asambleas, shows artísticos y otros eventos.
Su propietario era Marcelo Iurcovich, ya fallecido, quien había logrado levantarlo a través de la empresa Bauen Sacic, con un préstamo del Banco Nacional de Desarrollo (Banade), propiedad del Estado Nacional. En el mismo momento de su inauguración, comenzó el derrotero judicial que terminó con el fallo de la Sala C de la Cámara Comercial que ordenó el desalojo el noviembre de 2019.
En 1997 se produjo la venta a una firma chilena que años más tardes se presentó en convocatoria de acreedores aunque previamente desprendiéndose de su principal activo, el edificio del hotel, que vendió a Mercoteles SA. El concurso no tuvo éxito y, en 2002, se decretó su quiebra. Un año más tarde, luego de un acuerdo con el Gobierno porteño, los trabajadores constituyeron una cooperativa y comenzaron a administrar el lugar que se convirtió en una oportunidad accesible para el turismo argentino por sus tarifas y servicios.
Cuatro años después, en 2007, la Justicia resolvió el desalojo y la restitución del edificio a Mercoteles SA. Pero el fallo no se hizo efectivo debido a que la cooperativa presentó a la Justicia una denuncia penal y gestionó una ley de expropiación. El proyecto de ley presentado por el entonces diputado Carlos Heller logró ser sancionado en 2016, pero fue vetado por Macri.
En sus mejores años, el Bauen fue considerado un ejemplo de la organización cooperativista y un símbolo de empresa recuperada que tuvo el apoyo de personalidades como Danielle Mitterrand, Naomi Klein, Noam Chomsky, Evo Morales, Hugo Chávez, Susan Sarandon, Adolfo Pérez Esquivel, entre otras. Para muchos de sus trabajadores significó un primer vínculo con el cooperativismo que, en algunos casos, continúa hasta hoy. Después del Bauen algunos de ellos formaron las cooperativas Sweet Canela, Los Carpinchos y Rutas Argentinas; otros siguen en la actividad, pero en relación de dependencia.
“Hacemos una pausa que será pequeña. Acá no termina nada, acá empieza todo. Nos vamos, pero ya estamos llegando”, arengaba la carta de los trabajadores cuando debieron hacer la mudanza de Callao. Hoy esos desafíos han quedado atrás y ya se dio vuelta la página. Mientras tanto el edificio que vivió en litigio sigue de pie, oculto, a la espera de su próximo destino.