El guardaparque que lleva 27 años de trabajo en la reserva de San Isidro
Cualquier vecino de Acassuso, partido de San Isidro, que haya presenciado una sudestada aseguraría haber visto el rostro de Guillermo -alias Willy- Bryant. Con el paso presuroso y los pantalones arremangados, él caminaba hasta hace pocos años entre las calles inundadas hacia el Parque Natural de la Ribera Norte, en la zona costera del barrio, para rescatar a los animales en rehabilitación de la crecida. "Ahora tenemos dónde resguardarlos, pero nunca voy a olvidar aquella madrugada en que, con el agua muy por encima de las rodillas, evité que el río se llevara a un carancho. Lo mejor que me dio la naturaleza es que me acuerdo de todo", dice Bryant, de 73 años, el guardaparque más antiguo de este lugar, donde trabaja desde hace 27 años.
Algunos lo llaman "el guardián del Delta". Es que este parque representa una muestra original de la costa del Río de la Plata, cuyo ambiente fue muy modificado a partir del crecimiento de las ciudades. Con sus 50 hectáreas, 20 de tierra y el resto de aguas del río, es la primera reserva municipal de la Argentina.
Además de ser área protegida desde 1982, figura como un pulmón verde vital para la conservación del patrimonio natural del país. Según un estudio de la Dirección de Ecología y Biodiversidad sanisidrense, se detectaron en este lugar 272 especies de aves autóctonas de las 1040 que habitan en el suelo y el cielo argentinos, es decir, más del 25 por ciento.
Unas pocas casillas de pescadores y un grupo de chicos explorando entre los juncos y los espejos de agua. Esa es una de las imágenes que Bryant atesora en su memoria acerca de este lugar. "Me crie en este barrio y solía salir a pescar con mi papá por esta zona. Él era un aficionado a los pájaros, al igual que mi abuelo, que coleccionaba grabaciones con sus sonidos. Por eso, agarrar una culebra o cargar un sapo en el bolsillo eran la clase de juegos que acostumbraba de chico", recuerda el guardaparque.
Cuando los juncos de la costa de San Isidro se fueron desdibujando hasta dar lugar a los basurales, Bryant se reunió con un grupo de vecinos para proteger el área. Así fue como, en 1992, se convirtió en voluntario del Parque Natural de la Ribera Norte.
Sin dudas
"En aquel entonces, trabajaba en Aerolíneas Argentinas y los fines de semana empecé a colaborar como guardaparque en tareas de limpieza y como guía de la zona junto a la Fundación Vida Silvestre. Después dejé mi trabajo y comencé a viajar por el país promoviendo el turismo autóctono, relevando la flora y la fauna de cada lugar a través de registros fotográficos y ofreciendo charlas en museos", relata.
"Pero nunca dejé de venir acá. Fue en 1997 cuando desde la Municipalidad de San Isidro me ofrecieron ser el primer guardaparque oficial. Este lugar lo era todo para mí. Sin dudarlo, acepté el trabajo", agrega quien actualmente, además de ser coordinador de guardaparques, está a cargo de la Dirección de Ecología y Conservación de la Biodiversidad del partido, junto a Bárbara Gasparri.
"Junto a los seis guardaparques, custodiamos las cinco áreas naturales protegidas de San Isidro: el Parque Natural de la Ribera Norte, la barranca de la Quinta Los Ombúes, la barranca de la Quinta Pueyrredón, el Bosque Alegre y las Islas de San Isidro. Promovemos espacios de educación, capacitación y voluntariado ambiental", explica Bryant con una pasión que se le escapa de los ojos, desde su rincón más preciado del parque, el bosque en conjunto con el matorral ribereño.
"¿Qué es lo que hace que me despierte con entusiasmo todos los días desde hace 27 años para venir acá? Mi necesidad de transmitir el amor por la naturaleza. Me interesa que quienes hacen las visitas guiadas -los sábados y domingos- entiendan la importancia de las cadenas alimentarias y de que el cuidado del medio ambiente debe estar en todos los hábitos cotidianos. Suelo ver repetirse los rostros de los chicos que luego de una visita escolar vuelven con sus padres. Escucharlos decir que 'para contemplar el vuelo celestial de una mariposa bandera argentina necesitamos cuidar de los coronillos, que son su base de alimento', me llena de emoción", detalla.
Una de las tareas más desafiantes de conservación del área es la del rescate de fauna silvestre, según describe Bryant. Cuando los rayos del sol se aparecen entre los sauzales, matorrales y ceibales del parque, el sonido de las chicharras y de las garzas es interrumpido por el llamado de algún vecino del municipio. Pide ayuda porque una comadreja y otro animal no doméstico apareció en el jardín de su casa.
Los guardaparques se alistan, lo cargan en el auto y lo llevan a la reserva para rehabilitarlo. "Los animales en recuperación más frecuentes son las aves o las comadrejas, que llegan a la reserva o a alguna casa. Pero también socorremos animales del tráfico ilegal, como monos y serpientes. En invierno, hemos tenido que rescatar lobos marinos, que se pierden de su tropa y terminan acá", recuerda Bryant.
Joya
Una de las joyas de la reserva, según expresa su guardaparque más antiguo, es el vivero de plantas autóctonas que luego son usadas para la restauración de áreas protegidas o la reforestación de lugares públicos. "Esta tarea es muy importante por la modificación que se produjo en la población vegetal a partir de la extensión de las ciudades, la erosión del suelo causada por la basura y por la superpoblación de flora exótica", analiza.
Al reflexionar sobre cómo fue cambiando el entorno a lo largo de los años, a Bryant se le tiñe la voz de un tinte melancólico. Añora las noches en que innumerables luciérnagas iluminaban este lugar. Le preocupa la acumulación incesante de basura. "Los residuos de la ciudad son arrastrados por las lluvias hacia el Río de la Plata y con las crecientes terminan en la ribera. Esto perjudica tanto a los animales como al suelo y el correcto crecimiento de especies nativas. Además de nuestras jornadas de limpieza de rutina, los primeros sábados de cada mes recibimos a voluntarios que se acercan a colaborar", sostiene.
Para Bryant, la mejor temporada para visitar la reserva es la primavera. "Quienes se detengan al pie del río en octubre y descubran en el cielo una bandada dibujando una estela rojiza hacia el norte estarán siendo testigos de la migración de espátulas rosadas. También en esa época suelen aterrizar flamencos. Casi todo el año se puede seguir con la mirada el recorrido de un lagarto overo o el de una tortuga. Hace unos años, rescatamos a lo largo de la costa once yararás", enumera.
"Acá, no hay un día que se le parezca al anterior. Lo importante es estar atento, con todos los sentidos. Caminando por el entorno se pueden reconocer los sonidos de las aves e insectos que llegaron en verano y hasta percibir a los del invierno que todavía no se han ido", expresa, con el mismo esmero con el que describe el oficio que -según dice- es su vida.
"El Río de la Plata debería llamarse Estuario del Plata. Al desembocar en el mar, el curso del agua puede cambiar de sentido, ya que está influido por las mareas", considera Bryant, desde la costa del río. Ya casi anochece. Pero antes de irse, sus ojos se reflejan en ese "animal de barro que huye", al que alude Fandermole. Contempla unos camalotes que surcan las aguas rumbo al Tigre. Hace unas horas vio pasar otro conjunto de plantas acuáticas en dirección contraria. Algunos se preguntarán cómo es posible. A él se le escapa una sonrisa. Sabe que es uno de los pocos que podrían develar el misterio.