El globo de los Barozza, como hace más de dos siglos, pero en Cañuelas
Norberto Barozza tiene 2600 horas de vuelo y 3000 aterrizajes
Norberto Barozza recrea casi a diario la aventura que inventaron dos hermanos franceses hace más de dos siglos: desafiar los caprichos del viento desde una cesta suspendida en el aire amarrada a un globo de tela.
En 1783, Joseph y Jacques Montgolfier deslumbraron a Luis XVI y a sus cortesanos con el espectáculo de una oveja, un pato y un gallo que se bambolearon en el aire durante diez minutos metidos en una canasta a unos 30 metros de altura. Doscientos años después de este experimento, Barozza busca embelesar a los seres humanos que se suben a su barquilla de mimbre con el paisaje de los campos de Cañuelas, en un vuelo de tres cuartos de hora.
El globo de los Montgolfier era de lino y papel y los de Barozza están hechos de tela ignífuga y nylon. Sin embargo, el principio que descubrieron los hermanos franceses es el mismo: para que el artefacto vuele hay que llenarlo de aire caliente, que es más liviano que el que lo rodea.
A las 6.30 de la mañana el globo de Barozza, de 23 metros de largo, está desinflado y tendido sobre el pasto, amarrado a la cesta o barquilla. Las ráfagas de un gran ventilador lo van llenando de aire frío que enseguida empieza a calentarse a fuerza de los fogonazos que descarga un quemador. Junto con la temperatura del aire, el globo y la canasta empiezan a elevarse, a una velocidad aproximada de un metro por segundo. Hay que subirse rápido a la barquilla en movimiento.
Además del piloto, la tripulación incluye dos tubos de gas propano líquido para alimentar el quemador que, a razón de una o dos llamaradas cada 30 segundos, mantendrá calientes los 1850 metros cúbicos de aire contenidos en la esfera o envoltura durante el tiempo de vuelo. Sin calor, no hay elevación.
En poco más de un minuto el globo ya está arriba. Al llegar hasta la línea del horizonte la vista se topa con campos sembrados, campos sin sembrar, caballos, árboles, alambrados, autos, una fábrica de cerámicas y bancos de niebla.
A los 15 o 20 minutos de vuelo, el altímetro marca que el viento supera los 20 kilómetros por hora -la velocidad límite recomendada para un paseo y que, por lo tanto, es momento de descender. La pista de aterrizaje es un campo próximo a la ruta 6, a unos 10 kilómetros del punto de partida.
Sin las llamaradas, la envoltura se enfría y empieza a bajar. Antes de tocar el piso, la canasta roza las ramas de un árbol cerca de la tranquera, después se arrastra unos buenos metros por el pasto y Barozza tira de una soga roja la válvula paracaídas para que el globo con matrícula Bravo Zulú Eco se desinfle por completo.
Con sus más de 3000 aterrizajes y 2600 horas de vuelo en aeróstato, Barozza es baqueano del espacio aéreo y de la zona que, según explica a LA NACION, la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) habilitó para que pueda viajar en globo con prioridad: un radio de 20 kilómetros desde el punto de partida, hasta los 1000 metros de altura.
"Es un vuelo de aventura, porque se sabe con certeza el lugar de despegue, pero no el de aterrizaje", dice Barozza, un oficial retirado de la Fuerza Aérea y veterano de la Guerra de Malvinas de 74 años, que hace más de 20 creó, junto con sus hijos, Pampa Balloons, un aeródromo de uso exclusivo para globos aerostáticos.
Mientras comienza a enrollar el globo se comunica por handy con Jorge, su asistente, quien sigue la trayectoria por tierra en una camioneta y ahora también está a cargo de la logística de conseguir la llave del candado de la tranquera para poder salir de la pista de aterrizaje con el globo y llevarlo de vuelta al punto de partida.
Además de piloto, Barozza es instructor en su propia escuela, en la que se forman quienes deseen obtener una licencia. Según cifras de la Administración Nacional de la Aviación Civil (ANAC), que es el organismo que las otorga, entre 2013 y 2014 se entregaron 16 en todo el país.