El corazón de la gente necesita una guía
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Paz, en el barrio Aeropuerto, bien alejado del centro de La Plata, no sirvió este fin de semana para el culto religioso. En su interior, decenas de voluntarios sin pecheras ni distintivos partidarios de ningún tipo clasifican la gran cantidad de ropa, zapatos, alimentos y demás bienes que se reciben.
Las entregas a los vecinos en la puerta de la parroquia se interrumpen cada tanto cuando se forma la cadena de manos para ingresar más donaciones.
Muchos otros voluntarios colaboramos en la distribución de las mismas recorriendo en nuestros vehículos el castigado barrio de Villa Elvira, en cuyas calles coexisten los objetos perdidos, como dolorosa secuela de la inundación, con las improvisadas mesas en los frentes de las casas desde donde se retiran las ayudas.
Lo mismo ocurre en el resto de los barrios platenses castigados por la trágica inundación. Desde los grandes centros de recepción -como, entre otros, la Catedral, el Banco de Alimentos, el Teatro Argentino, las diversas facultades y el club General San Martín, de Tolosa- las ayudas que siguen llegando en una cantidad que ha sobrepasado toda expectativa se reparten por las distintas zonas y barrios afectados.
Por las calles donde hace días corrió el agua de un modo tan fuerte e inusitado ahora fluye una caudalosa corriente de solidaridad que proviene de todo el país.
Estos primeros días luego de las tormentas no parecen sino confirmar ciertos rasgos distintivos de nuestra identidad. Somos un pueblo que desde múltiples motivaciones e ideologías sabe responder con altruismo y generosidad frente a este tipo de circunstancias, aunque nos falte capacidad de organización en la planificación y la ejecución de ese esfuerzo solidario.
Nos sobra corazón, pero nos falta cabeza. Si le cabe al Estado responsabilidad por la falta de previsión en materia de planeamiento urbano, obras de infraestructura y dispositivos frente a las emergencias, no menor también es la ausencia del ejercicio de una autoridad o comité de crisis que procure ordenar las generosas tareas de ayuda.
Debemos confiar en que, a pesar de las limitaciones existentes, todas las donaciones puedan llegar en tiempo y forma apropiada a manos de quienes de verdad más lo necesiten, sin interferencias ni intereses mezquinos.
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