El boliche bonaerense que se levantó sobre una vieja tapera y cobija a un club de caballeros criollo
Desde el 2001, el Bar New Florentino, de General Villegas, es el escenario de reunión de un grupo de hombres que rescatan las viejas costumbres de tierra adentro
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GENERAL VILLEGAS.– “Nosotros tenemos que independizarnos de la Argentina, hacer un país aparte y olvidarnos de todos”, confiesa Osvaldo Decristóforis, descendiente de griegos y oriundo de Piedritas, un pueblo en la profundo del lejano oeste bonaerense. Forma parte de la cofradía de caballeros que se reúnen todos los días desde el 2001 en el Bar New Florentino, conocido por lo “del Polaco”, en las afueras de General Villegas. La ceremonia se realiza a diario y tiene una particularidad: no entran mujeres al bar. “Es una reunión de amigos, nuestro refugio”, dice Román Alustiza, periodista y habitué.
“Es el antiglamour”, define Alustiza para referirse a los códigos que dominan al bar. “Acá no entra la política ni nada que pueda separarnos, no hay discusiones, se honra la amistad”, afirma.
Detrás del mostrador, consuetudinario maestro de ceremonias, Florentino Villalba, alias El Polaco, de pocas palabras es una celebridad en la ciudad que vio nacer al gran escritor Manuel Puig. “Importa quién sos, nadie aparenta nada”, confirma Alustiza. El bar materializa la necesidad de un grupo de caballeros de diferentes perfiles sociales de reunirse y recrear la ceremonia del aperitivo, muy vigente en este pueblo de campaña.
“La única mujer que entra es mi mamá”, dice Roberto Villalba, hijo de El Polaco, quien lo asiste en el mostrador. Su presencia es aceptada, aunque no existe ninguna prohibición enfática sobre las mujeres: “Es muy tradicional, nos juntamos los muchachos”, aclara Alustiza.
El bar no es uno más. Abrió en 2001, y rescató una vieja tapera averiada por el tiempo En su interior están colgados más de 400 cuadros con glorias del deporte local, regional y nacional que de alguna manera tienen relación con General Villegas. También, grandes personajes del pueblo. “Personas muy queridas y entrañables”, dice Alustiza. Como el caso de “Pelayo Pérez”, un boxeador de Elordi (pueblo del Distrito) que tiene un record muy difícil de superar: en toda su carrera pugilística, jamás ganó una pelea. “Para nosotros es un campeón”, dice Alustiza. “No abandoné aún, en cualquier momento me subo al ring para ver si gano una”, dice a sus 74 años.
“Para nosotros este lugar es mágico”, dice Alustiza. “Es una usina de fantasías”, agrega Daniel Provazza.
Está en la esquina de Gregorio Sánchez y Baigüera, en la periferia de General Villegas, donde la barriada prolifera, los ciclomotores cruzan las calles apenas iluminadas y algunos perros cargosos ladran a todo lo que se mueve. “Lo del Polaco” es un mundo ideal en miniatura, que se expresa en su faz gastronómica. En invierno, un gran hogar sirve de parrilla, jamás faltan las brasas, siempre están a punto. “Cada cual trae algo y tenemos un asador asignado”, dice Alustiza.
Oscar Ledesma es quien está a cargo, aunque la dirección de fuegos se comparte con Carlos Arce. “Puede ser vizcacha, mulita, una cabeza de vaca al horno de barro, lechón o costillar”, cuenta el periodista. El menú es salvaje.
La ceremonia comienza a las 19.30, la puntualidad es marcial. General Villegas tiene una vieja tradición nocturna de boliches que reciben bohemios, el aperitivo se respeta como una religión, es un rasgo que caracteriza esta sociedad. Cada cual tiene su público que muy difícilmente visita otros bares, existe un sentido de pertenencia que identifica a cada espacio. El bar del Polaco se ha convertido en lugar de culto, logia de hombres de costumbres nobles y sencillas. “Toda la vida estás buscando tu lugar en el mundo, nosotros lo hemos encontrado acá”, dice Alustiza.
Las normas de protocolo tienen una etiqueta propia, una tabla de madera en mostrador recibe aquello que va saliendo de la parrilla. Una galleta de campo es el plato usual, a la manera gaucha. El Polaco hace su propio queso de cerdo, celebrado entre los parroquianos.
Noches y actualidad
Las noches son divertidas, el grupo de hombres se sienta en mesas personalizadas. Cada cual, con su mesa, que tiene un nombre propio. Truco, mus y varias ruedas de aperitivos. Hace 23 años que la ceremonia se repite, sin alteración. “Nunca faltan, ni cuando llueve, son una gran compañía”, dice Florentino. Un rasgo humanitario lo vuelve aún más admirado. “Acá no importa el dinero, jamás te voy a dejar sin tu aperitivo”, dice.
En estos días, la crisis golpea al bolsillo de algunos de los clientes, el trabajo escasea en estas tierras donde culmina el mapa bonaerense. “Otra cosa, todo lo que sale de la parrilla, es de todos, no hay porciones individuales, acá la cosa es compartir”, dice Alustiza.
Se debaten temas de actualidad, y en un viejo televisor se ven partidos de fútbol. Entre los cientos de cuatros, hay espacio para todos los clubes nacionales y las camisetas de los locales están enmarcadas. Notables vecinos tienen un lugar de privilegio, como el locutor Antonio Carrizo, y los futbolistas Aníbal Matellán, Juan Carlos Falcón y Rolando Schiavi.
“Comencé a pasar por el lugar y vi el movimiento, es un lugar que tiene mucha mística”, dice una vecina de Villegas que prefiera mantenerse en el anonimato. Daba vueltas, y caminaba por la vereda de enfrente. Es un misterio para las mujeres de Villegas lo que sucede en el bar del Polaco. ¿Qué es lo que hacen allí los hombres? “Alcancé a ver cuadros de futbolistas y una imagina que lo temas de conversación deben centrarse en el deporte”, dice la mujer. “Desde afuera, es un bar muy lindo”, reconoce quien, viviendo en el mismo lugar, no ha entrado.
General Villegas tiene una gran movida cultural. El artista plástico Carlos Alonso vivió aquí, su obra se puede ver en el Museo Municipal de Bellas Artes que lleva su nombre. En el año 1964 fue convocado por la Editorial EUDEBA para ilustrar el libro “La Guerra al Malón” del Comandante Prado. Para hacer el trabajo, decide estar en el mismo territorio de frontera donde sucedieron los enfrentamientos entre los pueblos originarios el Ejército, se instala en Villegas. La serie de obras que hizo están expuestas en el Museo. Además, es un espacio donde se realizan actividades educativas referidas a la creación y el arte.
Manuel Puig nació el 28 de diciembre de 1932, su figura está aún presente en la vida de los villegenses, aunque es un personaje controvertido. Puig no regresó a su pueblo una vez que se convirtió en un escritor consagrado. Siempre tuvo una relación conflictiva con la localidad, a pesar de esto, la ficcionó en su obra más celebrada, Boquitas pintadas, y la llamó “Coronel Vallejos”. Sobre su pueblo natal, escribió que “estaba a 600 kilómetros de Buenos Aires, a 1000 del mar, a 1000 de la montaña de los Andes. Faltó la naturaleza auténtica. Solo había unos cielos muy despejados. El resto había que imaginárselo. Por suerte estaba el cine... Una sola sala daba todos los días una película diferente”, escribe. Según cuentan, iba con su madre, varias veces por semana.
Los teléfonos celulares no son tenidos en cuenta, si alguien necesita hablar con alguno de los que están dentro del salón, no va a ubicarlo. Aquí el código es disfrutar, algunos los mutean, otros sencillamente suenan y nadie les da importancia. “Lo mejor que me ha dado la vida es esta muchachada”, dice Florentino. Las anécdotas son miles, como el caso de Mario Piacentini, director de un diario local que relataba peleas de box, quien tenía la gracia de llevar un termo al que le ponía champaña. “Para no despertar sospechas, se servía en una taza, y todos decían: cómo le gusta el té a Mario!”, recuerda Alustiza. Cosas de Villegas.