El Estaño, que también fue almacén de ramos generales, había cerrado durante la pandemia y reabrió el mes pasado renovado
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“Este lugar es sagrado”, dice Daniel López Novaro, propietario del bodegón El Estaño 1880, en la arrabalera esquina boquense de Aristóbulo del Valle e Hernandarias, a solo una cuadras de la mítica Bombonera, corazón de un barrio que comienza a recuperar sus espacios de encuentro. Único, su mostrador es de estaño de barra larga que ha atravesado tres siglos. “La Boca fue la cuna de la civilización porteña”, agrega López Novaro. Como el Café Tortoni, es Bar Notable y Sitio de Interés Cultural de la ciudad de Buenos Aires.
Dice el mito barrial que Domingo F. Sarmiento se sentó en sus sillas cuando iba a visitar a una novia que vivía cerca. “Acá se formó la identidad de La Boca —dice López Novaro—. Fue una posta, pero no sabemos la fecha exacta de su apertura.
Según datos que averiguó en registros catastrales de la Ciudad, en 1880 ya estaba abierta, bajo el nombre de Estrella del Sud. “Mi padre se hace cargo en 1939″, afirma. Era almacén de ramos generales y despacho de bebidas, lo clásico en la Buenos Aires de antaño. “Los laburantes pasaban a tomar su caña a las seis de la mañana antes de ir al puerto”, afirma. Ceremonias que marcaron para siempre el alma del boliche.
“Me enamoré del lugar”, cuenta Alejandro Figuera, que pasó por la esquina en enero de este año y halló un agente inmobiliario que estaba mostrando el bodegón. “Enseguida nos entendimos con Daniel”, afirma. La esquina estuvo ausente de la movida barrial durante toda la cuarentena y el 2021. Reabrió el mes pasado. “Esta reapertura es un símbolo de esperanza”, cuenta Figuera. Sus proyectos son nobles y están a la altura con los 142 años de El Estaño. “Es un lugar con muchas historias, quiero seguir sumando más”, confirma.
Cada vez que juega Boca Juniors, por la esquina pasan 11.000 personas. Plateístas, hinchas históricos del Club y miembros de peñas del interior usan al bodegón como punto de encuentro. “El club es el motor del barrio, y el hincha quiere tener un lugar tranquilo para antes y después del partido”, afirma Figuera. El Estaño vio nacer a la Bombonera en 1940, desde entonces la relación con el club es directa.
“Lo más positivo fue el contacto con la cultura barrial y con la gente”, cuenta López Novaro, que a los 12 años ya comenzó a despachar bebidas, ayudando a su padre. “Se tomaba de todo, pero muchas bebidas que hoy ya no existen como Amaro Monte Cudine y Chinato Carda”, recuerda.
Por las noches, la cosa se ponía densa. Se jugaba a los naipes, el juego preferido era el Tute Cabrero. Hampones y compadritos eran de la partida. “Mi padre les pedía que dejaran armas y cuchillos, y los ponía debajo del mostrador —cuenta López Novaro—. La Boca siempre fue pesada, y más de uno terminaba en el Riachuelo, que era el cementerio del barrio”.
Los memoriosos atestiguan que el legendario Segundo David Peralta, quien pasó a la historia como “Mate Cocido, el bandido de los pobres”, paraba en la esquina, al igual que Jorge Villarino, apodado “el rey de la fuga”. Mezclado con ellos, el mismo techo entretuvo al maestro Benito Quinquela Martín.
De posta a bodegón
La Boca es un barrio pequeño, pero con sectores muy diferenciados. El Estaño 1880 (el nombre lo puso López Novaro en 1976; hasta entonces la esquina carecía de uno) está alejado de Caminito y de la antigua zona de cantinas de calle Necochea, y más cercano al Parque Lezama. Pegado a la Bombonera, desde 1863 las vías del tren (de capitales británicos) estaban activas y por allí pasaba una formación que seguía al sur. Había depósito de papas y cebollas y la petrolera Shell construyó un depósito de combustible. “Cuando éramos chicos, subíamos a los trenes a robar papas, que asábamos en la vereda con madera que conseguíamos de los aserraderos”, recuerda López Novaro.
“Mamá cocinaba como los dioses”, enfatiza López Novaro. El movimiento de gente era incesante para la década del 60 y 70. Todavía no existían las cadenas de supermercados y los almacenes de barrio con despacho de bebidas se estaban transformando en los actuales bodegones. Se cambiaba un hábito. “Papá era genovés y mamá gallega, no faltaban recetas”, afirma López Novaro. Minestrone, buseca, guiso carrero, de lentejas y locro, el menú que se conseguía en El Estaño.
A la par, se vendían fideos, azúcar granulado, arroz, aceite, galletitas y todas las provisiones a granel. Entonces el almacén era de chapa y madera. En 1976, se hizo cargo Daniel, la longevidad de sus padres volvió natural el traspaso. Estaba estudiando computación científica, y debió dejar el álgebra y los cálculos para estar detrás del estaño. “Fue siempre un orgullo continuar con el legado de mis padres”, acuerda.
“Ellos cumplían una función social inquebrantable”, afirma López Novaro. En tiempos anteriores a las tarjetas de créditos y billeteras electrónicas, las libretas oficiaban de medio de pago. “Se cobraba con sentimiento: a aquellos clientes que no podían pagar o que tenían dificultades económicas, mis padres les daban mercadería igual recuerda. Cuando mi padre murió me enteré que le pagó operaciones a algunos clientes, él jamás comentaba nada de eso”.
En la década del 80 el almacén se transformó definitivamente en bodegón y la mística creció. El mostrador de tres metros y medio de estaño impacta. “Es el más largo de la ciudad de Buenos Aires”, asegura López Novaro. Dividido en dos, el salón principal tiene sus paredes cubiertas de madera y un original mural de época, arriba del mostrador; un conjunto de estanterías guardan botellas incunables. También se aprecia una heladera de madera alemana y un piso en damero. Infaltables los pingüinos y los clásicos sifones de soda de vidrio, algunos con vidrios tornasolados. Los detalles se completan con cuadros y viejas disposiciones policiales para ebrios e “intoxicados”.
“El tango siempre estuvo presente”, afirma. Astor Piazzolla era uno de los habitués del boliche. Las milongas cargaban el aire de nostalgia y sensualidad. “Venía a bailar El Pibe Palermo”, recuerda López Novaro. Su nombre real era José María Baña, y fue un furor en la época de oro del tango, a partir de la década del 40. Dicen quienes lo vieron que su baile hechizaba. “Él yeyeaba, le susurraba al mosaico, no despegaba la suela del piso”, cuenta López Novaro.
“Esta esquina pasó tres siglos, pocos lugares de la ciudad pueden decir lo mismo”, esgrime López Novaro. El Poder Ejecutivo y el Legislativo de la Ciudad lo nombraron Bar Notable y de Interés Cultural, respectivamente. Muchas películas se filmaron allí: Evita, La Fuga y El Amor y el Espanto, e incontables producciones para Europa. Algunos actores que lo frecuentaron los últimos años fueron Sergio Renán, Rodrigo de la Serna, Víctor Laplace, Julieta Ortega y Celeste Cid.
“Nuestra apuesta es ofrecer buena carne y levantar el nombre del bar”, afirma Figuera. A partir de 2016 López Novaro abandonó el mostrador y lo comenzó a alquilar, pero jamás dejó de estar cerca de la posesión más importante en su vida: “Este bodegón resume la sincronicidad artística, cultural y deportiva de la ciudad de Buenos Aires, fue el germen de su evolución”.
Si antes fueron las copas y los personajes de la alta bohemia, ahora los ejes pasan por la gastronomía y el servicio. “No queremos hacer ninguna locura: el que venga a El Estaño debe saber que comerá la mejor carne”, dice Figuera. La trae de Chacabuco, tierra de noble tradición ganadera.
Churrascos de cuadril, bife de chorizo, entraña, asado, bondiola y choripán, las herramientas gastronómicas con las cuales Javier Pinto, el parrillero, afina su mirada delante de las brasas. De reojo, mira el salón. “Le estamos poniendo mucho corazón”, concluye Figuera.