Recientemente, las cabeceras de las líneas Urquiza, Roca, Belgrano Norte y Sarmiento fueron declaradas Monumento Histórico Nacional; su alto valor muchas veces pasa inadvertido para los pasajeros
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Junto a ciudades como Londres o París, Buenos Aires se disputa el podio de ser una de las capitales con mayor cantidad de terminales de tren históricas, con imponentes frentes palaciegos, grandes accesos e inmensos halls donde aún siguen en funcionamiento las antiguas boleterías y salas de esperas. Y por detrás, las descomunales estructuras de hierro de principios del siglo XX a donde llegan los trenes desde ese entonces. Cada una de ellas esconde tesoros patrimoniales frente a los cuales millones de personas apuradas transitan a diario sin prestarles atención.
La estación cabecera Retiro de la línea Mitre, restaurada en 2017, es la más impactante por su tamaño y su estilo arquitectónico eduardiano; en 1997 fue declarada Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, existen en total siete terminales ferroviarias distribuidas en diferentes barrios porteños. Cuatro de ellas ahora se sumaron a la catalogación patrimonial obtenida por Retiro-Mitre: Federico Lacroze, de la línea Urquiza; Constitución, del ramal Roca; Once, de la línea Sarmiento, y Retiro-Belgrano Norte. “En la Argentina llegamos a tener hasta 45.000 kilómetros de vías. Por eso pensamos a las estaciones centrales como un todo que fue el origen del sistema ferroviario en nuestro país”, explicó Teresa de Anchorena, presidenta de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, quien venía impulsando esta declaratoria desde 2017, cuando la comisión desarrolló un proyecto para reconocer a las estaciones como parte de “un sistema”.
Entre los cuatro edificios, el más disruptivo es el de la terminal Federico Lacroze, en Chacarita. Se trata de un exponente del racionalismo hecho en hormigón armado y diseñado por Santiago y Carlos Mayud-Maisonneuve (padre e hijo) en 1951 e inaugurado en 1957. Para Carla Brocato, especialista en patrimonio industrial y miembro de la Comisión de Monumentos, la joya de este edificio es “el gran mural del artista Luis Perlotti, ubicado sobre la rampa de acceso de la avenida Federico Lacroze”. Al ser un alto relieve de tono blanco, se confunde con la fachada del edificio, con lo cual la gente que ingresa al hall lo hace caminando de costado al mural, a pocos centímetros de él. La obra fue realizada en 1957 y está dedicada a las provincias que forman la Mesopotamia argentina, aludiendo a la historia, la leyenda, la tradición, la cultura, el trabajo, la ciencia y el transporte.
Once de Septiembre –conocida como Once, o como “la estación clonada” para los arquitectos– es una de las que despierta mayor curiosidad, en el barrio de Balvanera. Esto se debe a que en 1896 se inauguró sobre Bartolomé Mitre y Pueyrredón un edificio pequeño de frentes simétricos con una claraboya de vidrio, destinado a ser el edificio de pasajeros, proyectado por el holandés Juan J. Doyer. Pero cuatro años más tarde se lo replicó en la otra esquina de Pueyrredón para que funcionara allí la Bolsa de Cereales. En 1907, para ampliar la terminal de Once, Doyer unió los dos inmuebles existentes con un volumen más alto.
En el barrio homónimo, Constitución es otra de las joyas ferroviarias recientemente restauradas. Es un palimpsesto, reedificada cuatro veces. “Justamente lo que la hace valiosa es su mezcla de estilos, desde 1880 hasta 1920, se superponen construcciones de distintas épocas”, dijo el arquitecto Fabio Grementieri, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella. Por allí transitan casi 160.000 pasajeros por año, sin embargo pocos se detienen a observar su fachada principal, coronada su histórico reloj que, después de décadas en silencio, dio nuevamente la hora y campanadas en 2019. Ya nadie levanta la vista hacia él, cuando pueden saber la hora tan solo sacando del bolsillo el celular. “Pero este icónico reloj data 1907, cuando era un elemento de identidad indispensable y esencial dentro del mundo de los horarios de los trenes. De ahí que la recuperación de la centenaria maquinaria marca Gillet & Johnson con sus tres campanas asumió especial significación”, agrega Brocato. A esta pieza de alto valor se suman los relojes del hall principal.
Finalmente fue incluida en el listado la estación Retiro-Belgrano Norte, la hermana menor de Retiro-Mitre, mucho más pequeña que la primera, pero también de valor patrimonial. Allí se destaca su cúpula y los andenes, una estructura de hierro, de la firma Earl of Dudley Steel de Stafford, con columnas de cuatro piezas y capiteles de orden corintio, que sostienen las armaduras reticulares de las cubiertas, que poseen iluminación cenital.
Referente patrimonial
Todos estos ejemplos dan cuenta de que hay un referente del patrimonio industrial, que es el patrimonio ferroviario. El tren impulsó la economía, la formación de poblados y una nueva manifestación arquitectónica. Las estaciones, al principio de maderas y chapas, luego a imagen de las grandes estaciones europeas, constituyeron íconos en una ciudad que transitaba el paso de aldea a metrópolis. Fueron un lugar de encuentros y despedidas, una conexión con el interior del país y del interior con la Capital.
Por el decreto N°1063 de 1982, toda intervención en un edificio público de más de 50 años (la gran mayoría) debe ser consultada previamente con la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, organismo que con su equipo de expertos dará o no el visto bueno para avanzar con las obras luego de analizar los proyectos. El asesoramiento es vinculante y gratuito. Según De Anchorena, la importancia de la reciente declaratoria como Monumento Histórico Nacional radica en que distingue a los edificios como parte importante del patrimonio nacional.