Crónica urbana: Luis Zorz, decano del fileteado porteño
Tiene 85 años y desde hace décadas filetea colectivos, guitarras y frentes de restaurantes
En La Rioja y Cátulo Castillo hay una placa fileteada que recuerda a Guillermo Barbieri, guitarrista de Carlos Gardel. La placa es un recuerdo de los vecinos de Parque de los Patricios a uno de sus héroes y está realizada por otro héroe que llegó al barrio en 2011, Luis Zorz, “artífice del fileteo y orgullo de los mejores porteños”, según alguna vez dijo Enrique Cadícamo, “loco romántico que dio vida y color a un arte que anda sobre ruedas”, al parecer de Benito Quinquela Martín.
De Villa Lugano llegó Zorz con su mujer, Mary, seis años atrás. Nacido en el sur del barrio de Flores, esa coordenada fue la que siempre habitó. Sentado a una mesa de su departamento, con el pulso de un joven, a sus 85 años traza un dibujo a lápiz y declara: “Siempre fui un pintor, pero nunca me hice el raro”.
Luisito, como le dicen, es un anciano flaco, de pelo blanco y ojos de un celeste similar a los colectivos de la línea 113. El maestro, como también lo llaman, es “Patrimonio Viviente por la Unesco” y “Personalidad Destacada de la Cultura Porteña”, honores que no son vanos. Buenos Aires de algún modo es Zorz y Zorz de algún modo es Buenos Aires.
Sus ornamentos, banderas, dragones, caballos, guirnaldas, flores e iconografías de Gardel, todo ese conjunto que se resume en la voz “filete”, se encuentran mayoritariamente en el barrio de Boedo, con la Esquina Homero Manzi como emblema, pero también, entre otros lugares, en el Café Tortoni, el restorán Plaza Mayor (San José y Venezuela), la Plazoleta del Tango (Corrientes y Bouchard), la iglesia Nuestra Señora de Pompeya, los que fueron solares de Osvaldo Pugliese (Corrientes y Serrano, Álvarez Thomas 1477) y hasta detrás de los carteles de obra que no definen el destino de la otrora concurrida pizzería Tuñín, en Rivadavia y Castro Barros.
“Me da una gran tristeza lo del Tuñín, ojalá vuelva a funcionar”, dice Zorz. Y presa de un recuerdo tal vez asociado, agrega: “A los tangueros realmente los conocí por ilustrar una edición de seis tomos de la revista Los grandes del tango. Las presentaciones se hacían en el café Homero Manzi y pude cruzar alguna palabra con Rubén Juárez, Rodolfo Lesica, Roberto Goyeneche”.
Existe además una obra de Zorz más bien anónima, en una veintena de guitarras de León Gieco, como en zapatos, mesas de luz y de almorzar, pianos y ya extintos carros y colectivos que circularon por Buenos Aires hasta que fueron dados de baja. “La calle era mi oficina; mi teléfono, el que me prestaba el gallego del bar, y el filete fue siempre lo que más me gustó. Es una invención porteña, inspirada en las ornamentaciones de la arquitectura de la Buenos Aires de fines del siglo XIX y principios del XX”.
Guirnaldas de la abundancia, angelitos y elementos frutales, según el maestro, pasaron de los frentes de las casas y los edificios de rentas a los carros que ya no existen y que eran tirados por caballos mansos y tristes. “Los carros salían pintados de gris, y según me contó mi maestro Carlos Carboni, un día, a principios del 900, un chico se metió en una fábrica y pintó los bordes de uno de ellos. Ese chico era Miguel Venturo, el padre del filete. Y así son las cosas, hoy me toca a mí ser el que queda de los mayores”.
Los sábados, antes de las 10 de la mañana, el decano del filete camina hasta el Foro de la Memoria de Parque de los Patricios, donde unos 15 alumnos esperan sus lecciones de fileteado. Llevan lápices, reglas, marcadores, para estudiar la base del trabajo: el dibujo. Terminada la clase regresa con Mary. Los años obligan después a que los días se repartan más bien en silencio, o con una milonga de fondo, entre las rutinas lentas y tediosas que impone la vejez. Pero a veces Zorz, como ahora, vuelve a matar el hastío con un dibujo a mano alzada. Cuando lo hace, dicen los que lo conocen, se transforma en el pibe que fue.