Como si fueran espejitos de colores
Acostumbrados a convivir con lo peor, cualquier cambio parece un regalo del cielo para los sufridos usuarios de los trenes suburbanos de Buenos Aires. Hoy, los privilegiados que tienen acceso a servicios diferenciales valoran que los trenes tengan puertas automáticas. Destacan que se cumplan los horarios, que en invierno haya calefacción, que las ventanillas estén todas con sus vidrios y cerradas. En el Belgrano Norte, hay coincidencia en cuanto a la limpieza de las formaciones y la ausencia de grafitis. Finalmente, los usuarios valoran que los trenes lleguen a destino sin chocar y sin provocar muertes.
Pobre consuelo -casi como si recibieran espejitos de colores- de quienes están condenados, desde hace décadas, al sufrimiento de viajar casi a la deriva, en trenes viejos, abandonados y sin control.
En este globalizado siglo XXI, los pasajeros de cualquier lugar del mundo tienen asumido que los trenes cumplan sus horarios. Lo toman como la obligación que el prestador del servicio debe cumplir.
Hoy, mientras en el ferrocarril San Martín se ponen en marcha trenes que llegaron al país hace más de un año, pero que no se pusieron a rodar en esas vías porque nadie reparó en que los nuevos coches necesitaban andenes más altos, hay centenares de personas que reclaman en un tribunal justicia por la absurda muerte de 52 personas en la estación Once del ferrocarril Sarmiento.
El mismo ferrocarril Sarmiento que iba a ser soterrado por una tuneladora -pomposamente llamada La Argentina- que hace casi un año espera que alguien tome la decisión de ponerla a trabajar.
Duele tomar conciencia de la triste realidad. Lastima la imagen -asociada con la supuesta revolucionaria política ferroviaria- de cientos de personas aguardando la llegada de un tren sobre una tarima de no más de dos metros de ancho, sostenida por una estructura tubular. Tal vez en China, de donde vienen los trenes, a eso le puedan llamar andén.
Tal vez haya que insistir y machacar sobre la idea, pero servicio, lo que se entiende por servicio público, es decididamente otra cosa. Pero, lamentablemente, hasta ahora, de eso no se habla.