El impacto de las olas de calor en Buenos Aires es una de las principales razones por las que se puso en marcha este innovador vivero
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Las cinco plantas de coronillo entran en un frasco que podría ser de mermelada. Son diminutas, apenas se ven en el fondo clavadas en un medio gelificado que les aporta los nutrientes necesarios para vivir allí durante un buen tiempo. Cerca hay más frascos con jacarandás, cactus y otras especies que reposan en estantes con cientos de pequeños cultivos protegidos bajo un film que permite el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono, todo en un ambiente controlado para regular luz, humedad y temperatura.
Los ejemplares son los primeros que se producen en el laboratorio de propagación in vitro de árboles y plantas, pensado para traer soluciones a las sequías, las intensas lluvias y otras consecuencias del cambio climático.
El impacto de las olas de calor en la ciudad de Buenos Aires puede ser confirmada por los viveros donde se cultiva el material vegetal utilizado para la gestión de arbolado porteño. Las demoras en las entregas y la producción afectada por estas condiciones resultan serios obstáculos que afectan la sustitución de las especies. Y para terminar con ese déficit el Ecoparque porteño puso en marcha un vivero para la generación de árboles nativos estratégicos de gran valor biológico y cultural.
La ciudad cuenta con unos 361.000 ejemplares plantados en las veredas y otros 70.000 en espacios públicos como parques y plazas, con un objetivo para este año de sumar otros 25.000. En el laboratorio, que funcionará con un trabajo de colaboración entre la Secretaría de Ambiente y la Fundación Pablo Cassará, se plantean como objetivo alcanzar los 5000 ejemplares por mes y escalar luego a los 10.000, que serán distribuidos en los diferentes viveros hasta terminar el proceso y que puedan llegar al espacio público.
La técnica de micro propagación in vitro es una práctica realizada por profesionales que busca cultivar material vegetal bajo condiciones controladas de humedad, temperatura y nutrientes a partir de tejidos que cuentan con una trazabilidad biológica ya que las especies seleccionadas son de gran valor ecosistémico y de las mejores características fenotípicas. Esto garantiza buenos resultados y ejemplares de gran porte y salud.
“Lo que se hace es tomar pequeños fragmentos de tejido vegetal, desinfectarlo y establecerlo en vitro. De acuerdo al material que se elija se pueden acortar los tiempos de crecimiento. Un material adulto tiene ciertas características que permiten llegar a adultas más rápido. Después de la desinfección, una vez establecido en vitro, mediante ciertos reguladores de desarrollo, se favorece el crecimiento de hojas, ramas, raíces, según lo que uno quiera favorecer. Y cuando ya está la planta completamente regenerada, se pasa a tierra y se la aclimata para poder llevarla al medio externo”, explica José María Chaín, doctor en Biología y profesor de la Universidad de Buenos Aires, uno de los tres expertos que tiene a cargo el laboratorio.
A diferencia de un laboratorio in vitro para fecundación de bebés, en el puesto del Ecoparque “no hay intervención de gametas ni modificaciones genéticas”, aclara Oscar Romero, licenciado en Biología. “Pero son un poco como bebés porque estamos eliminando todas las toxinas y todo lo que trae la planta adulta, entonces estás teniendo como un bebé, digamos, plantas que sufren una etapa de rejuvenecimiento y con una desintoxicación crece mucho mejor, más rápido, más vigorosa”, sostiene.
“La característica principal es que cualquier célula viva vegetal tiene toda la información genética necesaria para reproducir todo el organismo. No hay intervención de gametas, no hay intervención de modificaciones genéticas. Lo único que se hace es lo que yo llamo ‘gajitos de laboratorio’, que nos permite hacer nuevos ejemplares masivamente. Lo que haría en la naturaleza, que es cortar una rama, ponerla en raíz y tener otra planta, acá lo estamos haciendo con microestacas y cada 40 o 50 días. O sea que la tasa de multiplicación es mucho mayor que lo que se puede dar en la naturaleza”, explica Romero.
Espacios donde se desarrolla la micro propagación ya existen en la ciudad, pero el laboratorio del ex zoológico porteño será el primero de uso público, aunque con participación privada a través de la fundación. “Usualmente están destinados a fines agronómicos o investigación básica, orientados a obtención de fitoactivos o similares”, cuenta la licenciada en Biología, Solange Cassará.
“Este laboratorio en particular se centra en remediación del ambiente con el fin de que todo lo que se produzca y sea plantado forme parte de los biocorredores y espacios verdes”, agrega.
Cina-cina, sen del campo, carqueja, herbáceas y arbustivas son algunas de las especies que componen el lote de producción del laboratorio, además del emblemático jacarandá. Las condiciones climáticas del verano pasado abrieron varios interrogantes en la estrategia de arbolado porteño por el impacto que tuvo en todos los viveros, tanto públicos como privados. El contexto se aprovechó para generar un espacio donde se puedan desarrollar especies que permitan restaurar los ecosistemas, que sean fuertes y gocen de buena salud.
“En nuestra búsqueda establecemos clones de distintos lugares. Un clon es toda una línea de producción de plantas que suele salir de una semilla. Tomamos semillas de sitios diversos para que haya una heterogeneidad; una parte puede venir de la vía pública y también hay mucha recolección en la Reserva Costanera Sur. Ahí se hace la detección de las nativas”, comparte Romero.
La técnica de la micro propagación podría permitir manipular cierta parte de la genética para favorecer aspectos buscados, por caso, ejemplares que sean más resistentes a la lluvia o al calor. “Esa es parte de una investigación, pero en este momento no estamos haciendo eso, sino recopilar material que genéticamente ya venga de la naturaleza con esas características educadas, con cierta fortaleza”, añade el experto.
Ambientes controlados, con 16 horas de luz, a 25 grados y una humedad del 100% dentro de los frascos, son la base para el éxito inicial. Los gajitos, mini árboles, son luego trasplantados a una bandeja con tierra, cubierta con una bolsa plástica, y más tarde, a una maceta en el vivero. La técnica de propagación se realiza arriba de un azulejo, más efectivo para dividir una planta en dos, tres, cuatro, cinco o más gajitos que luego ingresarán en el medio gelificado.
La técnica permite acelerar la producción y propagar ejemplares a pesar de los efectos del cambio climático. “Tomamos medidas con el fin de mitigar el impacto, y los árboles juegan un rol fundamental. Por eso nos proponemos garantizar la permanencia y aumento del arbolado urbano y el vivero in vitro es un paso más que permitirá preservar nuestra biodiversidad, la reproducción eficiente de especies fundamentales para nuestro ecosistema y, al mismo tiempo, fomentar el trabajo científico y de investigación”, aportó Inés Gorbea, secretaria de Ambiente porteña.