Ciudad: entrada escalonada, filas, distancia y barbijos, las postales de la vuelta a clases en las escuelas públicas
Ludmila Bonetti, de siete años, tenía esta mañana una sonrisa de oreja a oreja que el barbijo no lograba disimular. Estaba vestida de rosa -salvo por el delantal blanco- y aguardaba impaciente su turno para entrar a la Escuela Nº 4 Provincia de Córdoba, en Palermo, donde cursa su primer día de segundo grado, luego de 11 meses de enseñanza virtual. Nada de entrar corriendo: el ingreso era por fila con distanciamiento y una vez que se pasaba la puerta de entrada había que colocarse alcohol en gel, pisar una alfombra con lavandina y tomarse la temperatura. Faltaban diez minutos para las 9 cuando una docente se asomó a la puerta para anunciar que podían retirarse los padres de los alumnos que ya habían pasado por el termómetro digital. No hubo lugar para las fotos con familiares: las selfies debieron tomarse fuera del establecimiento, porque el protocolo no permitía que entrara ningún padre.
Así comenzó el primer día de clases en plena pandemia del nuevo coronavirus en esta escuela, una de las 871 instituciones públicas de la ciudad que hoy abrieron para empezar el ciclo lectivo 2021. La cifra incluye a unas 259 de nivel inicial, 461 de primaria y 151 de secundaria que adoptaron el protocolo sanitario según sus posibilidades.
En la escuela a la que asiste Bonetti, las clases tienen un sistema mixto: cuatro horas cátedra son presenciales y otras tres continúan de forma virtual desde los hogares. Según explicó Silvia Achdjian, docente de Educación Tecnológica en el establecimiento, durante el año pasado hubo padres que hicieron lo imposible para cargar datos y que sus hijos pudieran conectarse a las clases que daban por Google Meet. “Buscamos contactarnos por todos los medios posibles: por WhatsApp con cada padre, a través de listas de difusión y hasta subiendo videos a Youtube”, explica. Como recompensa, siente que los padres nunca valoraron tanto la tarea docente.
“Tenía muchas ganas de volver, pero no tantas de levantarse”, dijo Gabriela Carabajal sobre el ánimo de su hijo Ian, que llevaba barbijo y tenía cara de dormido. Su familia recibió una tablet de la escuela con la que pudieron seguir las clases el año pasado. Eso sí, Carabajal dejó su trabajo para poder acompañarlo desde casa.
Cronograma
A unos kilómetros de allí, en la Escuela Argentino-China, en Parque Patricios, el ingreso escalonado de los alumnos, que establece el protocolo de la Ciudad, se demoró una hora para evitar las aglomeraciones. Un enorme cartel amarillo indicaba los horarios del turno mañana -y rogaba puntualidad- porque en el lapso de una hora debían entrar todos los alumnos de 1º a 4º grado con 15 minutos de diferencia entre cada grupo.
El cronograma de horarios general que está pegado en la puerta de la Dirección es una especie de batalla naval difícil de comprender a simple vista. Según explicó Mónica Deschner, directora de la escuela, la organización de los horarios fue lo más complicado de aplicar del protocolo para el regreso a clases presenciales. Ahí las aulas tienen capacidad para albergar a 15 alumnos con la distancia necesaria. Como los cursos suelen tener alrededor de 30 estudiantes, se desdoblaron en dos. La infraestructura de la escuela tiene a favor una enorme cantidad de ventanas en las aulas.
Un desafío particular en esta institución es que los alumnos, que son descendientes de ciudadanos chinos, suelen convivir con familiares adultos mayores que son población de riesgo. Para los chicos que acreditan el parentesco y el riesgo, hay clases virtuales que los docentes imparten luego de las presenciales.
Prioridades
Según explicaron voceros del Ministerio de Educación porteño, la prioridad hoy es que cada escuela intente ofrecer la jornada simple -unas tres o cuatro horas, dependiendo de la capacidad- y luego puede complementar según necesite con la virtualidad. Pero el objetivo a seguir es acercase lo más posible a lo presencial. La jornada completa es más difícil de articular, porque los comedores de los establecimientos no están habilitados. Entonces para que los alumnos puedan quedarse hasta la tarde, las autoridades escolares deberían coordinar con los padres para que lleven vianda y coman en el patio, o vuelvan a almorzar a sus hogares.
Melina Armando esperaba, spray de alcohol en mano, que su hija de cinco años saliera de su primer día de primer grado. Alma hoy desayunó rápido, porque estaba ansiosa de volver a ver a sus compañeros, que conoce desde el jardín de infantes y no veía desde marzo pasado. “Estamos asustados, pero muy contentos porque tuvimos un año de puro encierro”, explicó su madre. El bisabuelo de la niña murió de Covid-19 en agosto pasado y eso hizo que los cuidados se mantengan estrictos hasta hoy. “Tengo mucho miedo de que mi hija se enferme, pero confío en los protocolos. Los chicos necesitan venir a la escuela porque no aprenden de la misma forma en casa”, dijo Armando. Su hijo de tres años no irá al jardín de infantes por el momento.
En la Escuela Nº 4 Provincia de Córdoba hay dos termómetros digitales -uno que entregó el gobierno porteño y otro que consiguió la comunidad de padres y amigos de la institución- y purificadores de aire para suplir la falta de ventilación natural. A los problemas técnicos o de logística se suman los interrogantes sobre cómo la pandemia cambiará la educación. “Nunca nadie en el mundo alfabetizó con tapabocas”, reflexionó Celeste González, maestra de segundo grado. También se preguntó cómo va a poder rechazar abrazos o consolar a los alumnos con distancia.