Fue parte de un proyecto cultural en Parque Patricios; hoy solo quedan las estructuras a la deriva, sin un plan vigente que contemple su recuperación
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Las rejas amarillas están algo despintadas y tiznadas de negro en diferentes sectores donde el pasto también está quemado. “Son los ‘fisuras´ que paran acá y queman los cables”, dice alguien al pasar, mientras camina por alrededor del predio. Las humaredas negras de los plásticos quemándose para obtener el cobre de los cables suele verse al caer la tarde y la noche, cuando ese rincón de la ciudad de Buenos Aires, en un vértice que une tres barrios, comienza a tomar un aspecto tétrico.
Dentro del enrejado se ven tres carpas de lo que alguna vez fue Polo Circo y la escuela de artes circenses del gobierno porteño, con lonas grafitadas, desgajadas y tajeadas; parecen estar comidas por ratas o por un ejército de hormigas negras de las que atacan las plantas y solo dejan el esqueleto. El programa se interrumpió hace varios años y hoy quedan las ruinas de un circo abandonado, en decadencia, sin saber cuál será el destino de las estructuras y del espacio que ocupa.
Polo Circo y la Escuela de Circo funcionaron en el espacio verde Parque Vuelta de Obligado, en Parque Patricios, frente al Hospital Garrahan. El predio, de 150 metros de largo y 130 metros de ancho, pertenece al Poder Judicial de la Nación, que lo cedió a la Ciudad, según confirmaron desde el Ministerio de Cultura porteño. Pero toda la actividad está paralizada y las instalaciones, en modo descomposición.
“Desde que comenzó la pandemia está así; hubo un evento grande antes de cerrarlo y nada más. Cada tanto viene alguien, saca fotos, recorre un poco, pero se va sin hacer nada. Quizás estén viendo de qué forma se puede recuperar, pero no sabemos nada. Las lonas están desenganchadas por el viento, algunas zafan, otras están muy rotas”, dice un guardia de seguridad que, junto a un gato negro que deambula por las carpas, son los únicos residentes en el lugar.
El programa había sido aprobado en 2009 con el fin de fomentar el desarrollo de las artes circenses en la ciudad. Polo Circo se había impulsado con propuestas que integraban a toda la comunidad porteña para convertir a la Capital “en pionera en el campo de la creación del arte del circo en el plano nacional e internacional”, además de crear el Festival Internacional de Circo de Buenos Aires con una programación permanente.
Sin embargo, el último festival se realizó en 2016 y un año más tarde comenzaron a dictarse talleres a distancia, la antesala de lo que fue el cierre definitivo cuando llegó la pandemia de coronavirus, que puso un freno a todas las actividades culturales en territorio porteño.
Desde el Ministerio de Cultura porteño informaron que el programa hoy está funcionando temporariamente en el Espacio Julián Centeya, situado en el barrio de San Cristóbal (avenida San Juan 3255), que le dio continuidad a los encuentros de manera virtual. Para este año se prevé que Polo Circo se instale en forma definitiva en el Corralón de Floresta, pero las ruinas del circo abandonado aún generan atracción.
Para los vecinos de la zona, que suelen usar el parque a modo recreativo o para hacer deportes, el predio ya es un protagonista más de ese cruce entre la avenida Juan de Garay y la calle Combate de los Pozos, donde se unen los barrios de Parque Patricios, San Cristóbal y Constitución. Pero aquellos ciclistas o peatones que están de paso miran sorprendidos las instalaciones detrás de las rejas.
Las carpas son de lona azul y blanca, aunque ennegrecidas por la suciedad, con las lonas sueltas y las telas de acrobacia que se escapan hacia el exterior. Entre ellas, en el medio y en una especie de patio, se mantiene en pie una estructura circular, con luces y un eje en el medio de hierro, que parece haber sido un escenario al aire libre o una carpa a la que se le voló la cubierta.
En las boleterías del acceso principal los vidrios están rotos y los carteles de la Escuela de Circo descoloridos y sombríos, como la larga pasarela bajo techo que lleva hasta una de las carpas entre vallas de seguridad tiradas en el piso y escaleras que se pierden entre los yuyos.
Dos contenedores, amarillos y blancos, están cerrados con candados aunque por las rendijas se observan los elementos de circo que allí se guardan. Hay cámaras de seguridad, rotas y descabezadas, tanques que podrían depositar combustible, estructuras metálicas, alfombras y módulos de madera gastada como pequeñas tribunas. Parece un escenario de Guerra Mundial Z. O el circo de los zombies.
“Es una lástima que este espacio se vea así, teniendo tanta necesidad, gente que duerme en la calle y un predio con carpas sin que se utilice. Hay personas que arman sus ranchos en las rejas, que duermen acá, otros que queman cables”, dice María Marta, una vecina del lugar que camina por el perímetro.
Mientras habla patea algunos restos de electrodomésticos y enchufes, que quedan de la quema de cables, la “actividad comercial” que rodea las rejas. “El parque tiene mucha vida deportiva y recreativa durante toda la semana, mucho más sábados y domingos. Una pena que las ruinas del circo estén así”, sostiene la mujer.
Polo Circo, cuentan en la Ciudad, es un proyecto que se trabaja en conjunto con otros sectores circenses “para potenciar la sede con dicha temática”, como es el caso de la Universidad Nacional de San Martín, que dictará clases de su licenciatura en artes escénicas, particularmente lo referido a artes circenses en el Espacio Julián Centeya.
Sobre el predio de Parque Patricios y el circo abandonado ni la Ciudad ni el Poder Judicial pudieron responder cuál será su próximo destino.