Cambiar mucho para que todo siga igual
Hablo con muchos colegas que trabajan en los hospitales de la ciudad de Buenos Aires. A la mayoría de ellos los encuentro desanimados y sobrepasados de trabajo. La renuncia de los tres médicos de terapia intensiva del hospital Durand hay que entenderla en ese marco.
El servicio en el que trabajaban carecía del personal suficiente para afrontar la dura tarea que demandaba en forma óptima. Nadie deja hoy en día un cargo rentado en un hospital municipal así porque sí. La dura realidad económica por la que atraviesa la profesión médica en la Argentina hace que a los profesionales que la ejercen les sea muy difícil prescindir de un nombramiento como ése.
A todo ello, hay que agregar la presión extra que representa el ámbito de violencia bajo el cual debe actuar hoy, en muchos casos, el equipo de salud, lo que se ve potenciado, además, por el desamparo que padecen quienes deben practicar la medicina en medio de esas circunstancias, algo nunca visto y ante lo cual la respuesta por parte del Estado, tanto nacional como municipal, es prácticamente nula.
Soy crítico de la gestión de Macri, una de cuyas primeras ideas, según recuerdo, fue la de cobrar a los pacientes pertenecientes a otras jurisdicciones que vinieran a atenderse en los hospitales porteños, iniciativa que no prosperó. Una de las quejas más comunes ha sido la falta de insumos, hecho que tuvo relación directa con el objetivo de combatir la corrupción que rodea al sistema de compras de la municipalidad. El tema es que, en el caso que nos ocupa, hay que hacerlo con métodos que no afecten las tareas del equipo de salud, no hagan más duras las penurias de los pacientes ni pongan en riesgo sus vidas. Sin embargo, y más allá de éstas y otras apreciaciones críticas de la gestión de Macri, hay que decir que los problemas de los hospitales porteños son endémicos.
Su causa principal es la falta de una política de Estado que permita un plan estratégico articulado entre la Capital, la provincia de Buenos Aires y el gobierno de la Nación. De esa articulación deberían salir las normas que permitieran, entre otras cosas, que el sistema hospitalario de la ciudad, que representa cualitativa y cuantitativamente la mejor oferta médica del país, contara con el aporte de fondos desde esas tres jurisdicciones para que la atención a todos los habitantes del país estuviera garantizada. Si no, los hospitales porteños y sus equipos de salud estarán condenados a que con cada nuevo gobierno municipal deban someterse a promesas de grandes innovaciones para que, finalmente, todo siga igual.
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