Buenos Aires desde un skate
Matías Bruno tiene 28 años y recorre la ciudad sobre su tabla
En menos de diez segundos, Matías Bruno recorre todo el skatepark que bordea un tramo de la autopista 9 de Julio Sur en Barracas. Salta en el aire y vuelve a caer sobre la tabla. Baja a toda velocidad y salta un tacho de basura; después sube una rampa, cae, toma una curva y vuelve a saltar. Despega los pies en el aire y hace dar un giro de 360° al skate, que queda horizontal para recibir la caída. Frena y vuelve a empezar.Con 28 años, es uno de los que se suman al furor por este deporte en Buenos Aires. "Es lo que más me gusta hacer y lo que más me divierte. Donde voy llevo el skate", cuenta. Aunque cuando él empezó a patinar, hace 14 años, en Villa Devoto, todo era diferente.
"Empecé viendo trucos por televisión o por VHS y quería sentir la sensación de lo que veía. El skate no era tan popular y te echaban de todos lados. En un pasaje del barrio me hacía una rampa con una puerta vieja, pero siempre me la rompían. Iba con una tabla que me habían regalado mis tíos hasta que fui conociendo gente y empezamos a ir por la calle o por la zona del Correo Central. El microcentro y las escaleras del edificio de IBM (en Retiro) eran un desierto los fines de semana, y nosotros íbamos ahí como chacales", recuerda.
En Buenos Aires, los peatones van por su senda y los ciclistas, por la ciclovía, y en las grandes arterias, los colectiveros y los taxistas tienen su carril exclusivo. Sin vías preferenciales, el skater traza su ruta en función de los obstáculos que encuentra. "La cancha es toda la ciudad", explica Matías. "Cuando voy por la calle no veo la Ferrari, sino si es un buen lugar para andar: un buen piso de cemento, una calle en bajada, barandas, una escalera, son los mejores lugares para patinar", agrega. En la ciudad hay siete pistas o skatódromos en Barracas, Belgrano, Mataderos, Villa Lugano, Costanera Norte y Caballito, a los que se suman otras áreas que los propios skaters eligen para ir a patinar, como las plazas Francia o Houssay, los parques de Puerto Madero, o la pista de skate en Tecnópolis.
Sin embargo, el lugar preferido de Matías, que vive en Lanús, es la pista en Lugano I y II: "Es un «lugar natural», con muchas escaleras y bordes", dice. Para él, la tabla es una herramienta, un modo de transporte y una "protección": "En la calle nunca me robaron, y en medio del tráfico, siempre encontrás un lugar por donde pasar. También es diversión, es increíble la sensación de saltar, estar en el aire y sentir de nuevo el contacto de la tabla con los pies", explica.
Patinar para él es, además, una fuente de ingresos. Una marca de ropa y un local de venta de productos para skaters patrocinan su carrera. En el tiempo que le queda, termina de cursar la secundaria en una escuela media para adultos de Lanús. Los fines de semana también vende pan relleno casero en la plaza Houssay, uno de los centros del mundo skater.
Cuando no patina, investiga, mira videos e imagina combinaciones de trucos posibles. "¿Qué puedo hacer en esa situación si me encuentro con un cantero con baranda, un auto abandonado, un cordón, una rampa o una escalera? Usás la creatividad y nunca tiene fin, porque todo el tiempo estás aprendiendo", piensa.
Parte del aprendizaje se hace, también, a partir de los golpes. Desde que empezó, Matías sufrió esguinces, se rompió algunos dientes, y se le desplazó la rótula de una rodilla. Además del ollie (despegarse del piso con la tabla), que según él, "es la puerta de entrada a todo lo demás", entre las primeras cosas que se aprenden está la caída: "es una técnica para absorber el golpe, darse vuelta y enrollarse y no caer de frente". Las claves del entrenamiento para él son comer sano -"soy vegano, con tendencia al crudiveganismo", aclara-, tomar mucha agua, hacer elongación y algo de yoga.