Borges y Sabato, reunión cumbre con piso de damero
No es una novedad que el periodismo, aparte de registrar hechos, a veces los inventa. No hay ironía en la afirmación porque lo que se quiere decir con eso es que el periodismo puede crear de la nada una noticia. Fue lo que ocurrió cuando Chiche Gelblung le pidió a Alfredo Serra que reuniera en una entrevista conjunta a Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, distanciados desde hacía décadas. Fue en el verano de 1975 y el lugar elegido fue el bar Plaza Dorrego, que ayer dejó de atender al público. El sur los unía: para Borges, era el escenario de una ciudad que a esa altura existía solamente en su imaginación; para Sabato, era el escenario de lo imaginario: ahí nomás, en Parque Lezama, se emplazaba la casona de Alejandra en Sobre héroes y tumbas.
El sur los unía, sí; también, la caña que tomaron. Todo lo demás los separaba. Uno menciona a Dostoievski y el otro habla de Henry James.
Uno de los pasajes más extravagantes, por no decir desopilantes, sobreviene cuando Sabato objeta que los diarios se publiquen todos los días. "¿Cómo se puede pensar que haya hechos trascendentes todos los días...?", se pregunta. Con una ingenuidad que maquilla una ironía impiadosa, Borges responde: "Es que no se sabe de antemano cuáles son. La crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió". Así con lo demás.
Estaba también ahí Orlando Barone, lejos todavía del panelismo de 6,7,8, y se le ocurrió el proyecto de prolongar esa charla. El resultado fue el libro Diálogos, que Emecé publicó en 1976, y que fue otra evidencia del desencuentro: una especie de conversación maldita, colmada de banalidades.
Como sea, la mesa de madera en la que se sentaron y el piso en damero del Plaza Dorrego encierran las huellas fantasmales de esa reunión cumbre, la conversación entrecortada de dos escritores que tenían poco que decirse.