Belgrano: los vecinos celebran la apertura de calles, pero una terminal de colectivos genera polémica
A bordo del taxi que maneja desde hace cuatro años, Gladys Centurión avanza sobre La Pampa. Hace un día que reabrieron la calle, cerrada por las obras del Viaducto Mitre, y el tránsito fluye como nunca antes. "Esta barrera era la muerte", dice Gladys, en referencia a la antigua vía. "Cuando te agarraban los dos trenes, podías llegar a estar parada más de diez minutos. A veces los pasajeros preferían bajarse y caminar. Es increíble lo que se agilizó la conexión con la Avenida Libertador", agrega, mientras le entrega el vuelto a un señor que desciende de su auto.
El hombre se dispone a cruzar la Avenida Virrey Vértiz y, sobre el asfalto, una pintada en letra roja le indica que "Mire" hacia ambos lados. Son pasadas las 16 de un miércoles de mayo y, en el ex cruce de Pampa y la vía (que dio origen a la popular frase), dos agentes de tránsito hacen un esfuerzo para que automovilistas, choferes de colectivo y peatones se vayan acostumbrando a la nueva señalización del barrio.
Para Santiago (que prefirió no dar a conocer su apellido), responsable de seguridad del edificio ubicado en La Pampa 1548, el cambio se ve, pero sobre todo se siente. "Hace un año que trabajo acá. En las horas pico el ruido era infernal. Ahora hay menos bocinazos", destaca. En sintonía con él, Alcidio Núñez, vecino del barrio hace 25 años, agrega: "Antes la zona era un caos. Había muy pocas calles habilitadas y tránsito pesado todo el día; incluso los fines de semana. Esto es diez veces mejor".
Con la calle La Pampa, ya suman siete las barreras eliminadas contando también la de Sucre, Juramento, Mendoza, Olazábal, Blanco Encalada y Monroe. Queda pendiente la de Olleros para cumplir con el objetivo de tener "una Ciudad sin barreras".
La terminal de la discordia
Los automovilistas que avanzan por La Pampa rumbo a Avenida Libertador hacen un esfuerzo para no desviar la mirada hacia la nueva terminal de colectivos que, desde el lunes 13 mayo, agrupa once líneas (29, 15, 55, 64, 84, 118, 114, 65, entre otras) en el Bajo Viaducto entre Pampa y Sucre. El playón tiene capacidad para 23 vehículos y la dinámica es más o menos así: los colectivos ingresan por Sucre y salen por La Pampa. Luego avanzan sobre la Avenida Virrey Vértiz y recogen a los pasajeros que salen de la estación elevada Belgrano C. "La terminal funciona 24 x 7 con más o menos flujo de colectivos en función de la hora. A partir de las 22, la frecuencia es cada treinta minutos", dice Cristian, a cargo del control de los coches de la línea 55.
El martes 14 de mayo a las 7.15 am, Andrea Fernández se asomó por la ventana de su departamento ubicado al 1800 de Montañeses. Vio que estaban reabriendo la calle La Pampa y bajó como un rayo desde el noveno piso, donde vive hace 24 años. "Necesitaba hablar con Horacio Rodríguez Larreta", cuenta. No es la única. Junto a ella, hay un grupo de vecinos que está en desacuerdo con esta obra. "Esto es una fábrica de cáncer. Además del monóxido de carbono que despiden los caños de escape y el ruido de la marcha atrás, tenemos que convivir con el hedor de once baños químicos frente a nuestro edificio", dice Andrea.
Matilde atiende el Lavadero ubicado sobre Montañeses, casi esquina La Pampa. "Tengo que tener la puerta cerrada todo el día: primero era el polvo de la obra, ahora es el ruido de los colectivos", se queja. "Esto no fue lo que nos prometieron -aseguran Héctor Raúl Stocker y Gabriela Zulima López, dueños de un Laverap ubicado sobre La Pampa al 1500.
"No tengo nada en contra del Viaducto: me parece brillante. Ahora, en el Bajo Viaducto –entre Sucre y Pampa- estaba previsto un espacio verde con un sendero de tres metros de ancho que uniera un paseo peatonal (que se une al Nodo Libertador) y una zona comercial (que se une a la estación Barrancas)", cuenta el hombre, mientras imprime los planos del croquis preliminar. Según Stocker en las reuniones de Participación Ciudadana a las que asistió, le indicaron que los colectivos iban a circular de manera subterránea entre Juramento y Echeverría.
"Yo misma hablé con Juan Lazzaro, Líder del Proyecto, y me aseguró que ningún colectivo iba a dormir acá", agrega Zulima López. A metros de su comercio, un cartel que firma María Mercedes (y que está pegado en varias calles de la zona) convoca a una asamblea el miércoles 15 de mayo a las 20 para "pensar cómo canalizar un reclamo serio y preciso ante las autoridades de la ciudad de Buenos Aires". Está claro: los vecinos, sobre todo "los frentistas de Montañeses", no quieren la terminal ahí. "Si hay quórum, activaríamos a través de un amparo", explica la mujer.
Dudas y expectativas
En Sucre y Montañeses está "El almacén de la esquina". Si bien el cierre de la calle no le generó bajas en las ventas, Alejandra –su dueña- convive con un fantasma: el Bajo Viaducto. "Hay que ver cómo se desarrolla ese espacio. No me gustaría encontrar gente durmiendo, ni grupitos que se junten a tomar alcohol. De ser así puede desvalorizar la zona", advierte. Media cuadra más adelante, al 1553 de Sucre, Lili –a cargo del Estacionamiento que funciona allí hace 18 años- se ilusiona con la reapertura de la calle. "Espero que se reactive el negocio. Estos meses fueron muy molestos porque había agentes de tránsito que impedían el ingreso de los autos hacia este lado. Tuve que hablar con ellos varias veces para que los dejaran pasar", explica.
Tras la apertura de Roosevelt, los vecinos de Barrancas esperan ansiosos la inauguración de las calles Echeverría, Virrey del Pino y José Hernández. Agostina Beccaria tiene 26 años, es contadora pública y vive en un departamento sobre Avenida Libertador y Echeverría. A la hora de compartir sus sensaciones, se le dibuja una sonrisa. "La zona revivió. Hay más personas caminando por la calle y –aunque todavía no abrieron el bajo nivel de Echeverría- circulan muchos más autos. Me parece super positivo", dice.
Daniela Rondón, estudiante de Psicología, lleva dos años alquilando un departamento en Juramento y Virrey Vértiz y también está contenta con los cambios. "Ahora que eliminaron las barreras no hay tránsito. Además, muchas personas vienen a ver cómo quedó la estación y se sientan en los banquitos de afuera a sacarse fotos. Mejoró para bien". Como contrapartida, Gabriela Mercedes Belloc Gelos, abogada y vecina del barrio hace ocho años opina: "Vivíamos en una zona llena de verde y súper tranquila. A medida que fueron avanzando la obra sacaron varios árboles y empezó a haber más movimiento. No me parece que valga la pena".
El reloj marca las 18 hs y Kevin está a punto de cerrar el puesto de diarios que atiende, desde 2015, en Echeverría y Montañeses. Revista de cocina bajo el brazo, el hombre juega a ser guía de turismo. "Cuando alargaron los trenes, en los ’80, Echeverría quedó cerrada y, con los años, se fue deteriorando. Ahí enfrente -dice mientras señala el Supermercado Día de Montañeses 2014- estaba el Banco Italiano. Y allá, donde está el super Chino, había un Instituto del Gato Dumas. El barrio fue cambiando. Sin ir más lejos, yo le llevo el diario a los vecinos que vendieron sus propiedades bajas para que se construyeran edificios. Entonces hay un mix de arquitecturas: la nueva y la antigua. Esta última salta a la vista a través de los mármoles y las puertas de madera labrada".
Uno de los pocos comercios que sobrevivió al paso del tiempo es "Van Roger". El local de indumentaria masculina tiene 50 años en el barrio al igual que su dueña, Zulma. "Para mí siempre fue un sueño que reabrieran Echeverría. Por suerte ese sueño se va a cumplir dentro de poco. Pensé que no iba a estar viva para ser testigo de semejante progreso", concluye.