Avellaneda industrial: de pujante polo fabril a zona abandonada
En la ribera sur del Riachuelo, que fue la cuna de la industria argentina, la vieja fábrica de SIAM volvió a producir; a su alrededor, languidece un cementerio de galpones abandonados y centros de logística
"Pensá que éste fue el despacho de uno de los industriales más poderosos de la Argentina", dice Ezequiel Fernández con una mezcla de asombro y emoción. Asombro por el estado de abandono de lo que alguna vez fue el lugar desde el que se comandó un imperio y hoy tiene los pisos de madera rotos y los vidrios de las ventanas astillados. Y emoción porque hay algo de belleza en la enormidad que se intuye en aquellas ruinas atravesadas por el sol de una tarde de invierno.
Con 59 años, el trabajo de Fernández consiste en recuperar parte de la gloria perdida. Es el gerente de planta de la reencarnación de SIAM, la mítica marca que fue poderosa en la década del 40, quebró en los 70 y hoy intenta revivir en el mismo predio del borde sur del Riachuelo, en Avellaneda, donde se hizo grande. El despacho lo ocupaba Torcuato Di Tella, el creador de la marca y padre del actual embajador en Italia.
El rescate de SIAM es un oasis en el estado de desolación de lo que fue el principal polo industrial de la Argentina, que en 1935 llegó a emplear a 36.000 obreros. La zona ribereña de ese sector de Avellaneda hoy languidece como un cementerio de depósitos y galpones derruidos.
Di Tella fue un inmigrante italiano que desembarcó en la Argentina en 1905 y murió en 1948. Para entonces, tenía 56 años y era uno de los capitanes de la pujante industria argentina, el hombre detrás de la planta donde se fabricaron los ventiladores, heladeras y el resto de los electrodomésticos con que la clase media argentina celebró su progreso.
El tercer piso, donde está el despacho de Di Tella, aún no fue reformado y allí sobreviven los restos de la antigua gerencia de la empresa. Se entra por una puerta giratoria que fue imponente y a la derecha, después de un pasillo, aparece lo que se adivina como un comedor para directivos con su respectiva cocina, una amplia sala de reuniones y hasta una especie de biblioteca con un armario donde aún descansan los dibujos con los diseños, hechos en lápiz, de diferentes piezas industriales de la década del 50. Toda esta planta está abandonada, como si un día los gerentes se hubiesen ido para nunca más volver. Desde entonces, sólo el paso del tiempo modificó su aspecto.
Lo mismo ocurre con el segundo y el primer piso del edificio, que tienen mínimas intervenciones y funcionan como depósito. En la planta baja, en cambio, es donde la empresa intenta renacer; es el ámbito de trabajo cotidiano de Fernández.
"Cuando llegué, esto era Kosovo", recuerda sobre su primera impresión de la fábrica, en julio de 2012. Fernández fue el tercer empleado que el Grupo Newsan, una empresa con seis plantas de ensamblaje y producción de equipos electrónicos en la ciudad de Ushuaia, contrató cuando se hizo cargo de SIAM. Hasta el momento, Fernández se había especializado en la industria automotriz, pero conocía y respetaba la historia de la empresa.
Su abuelo fue un inmigrante español que se instaló en la zona de Avellaneda y Fernández relata con asombro un episodio con gusto a premonición: unos cuatro años antes de entrar a SIAM, mientras llevaba a su madre a visitar familiares por la zona, se desvió para curiosear las instalaciones, al momento semiabandonadas, de la mítica fábrica. "¿Vamos a ver cómo está SIAM, vieja?", le propuso.
Ya contratado, el desafío de Fernández fue montar una planta moderna para fabricar heladeras -el primer producto que lanzó al mercado la nueva SIAM- en la antigua fábrica. Construidos hace más de 80 años, los galpones de la planta están sembrados de columnas estructurales y sus techos son bajos, lo que dificulta el trabajo con los sistemas de producción actuales, pensados para funcionar dentro de enormes y despejadas estructuras. La producción proyectada para 2015 es de 150.000 heladeras. Se comercializan en el mercado argentino, que, según cifras de la empresa, demanda 900.000 unidades al año. Emplean a unos 300 trabajadores que se desempeñan en dos turnos.
Pasado de gloria
El movimiento es notorio en relación con el virtual abandono que sufrió ese predio durante décadas, pero también es una sombra de lo que fue. La bonanza de la posguerra y el esquema de economía cerrada ayudaron a que, a mediados de los 50, SIAM fuese la quinta empresa entre las de mayor facturación de la Argentina y la primera manufacturera latinoamericana. Empleaba a casi 16.000 personas en un conglomerado de más de una docena de organizaciones donde producían heladeras, pero también autos, motonetas, equipamiento para la industria petrolera y hasta servicios financieros y campañas de publicidad.
En SIAM todo era monumental, y ésa, se justificaba Guido Di Tella -hijo de Torcuato y ex canciller de Carlos Menem-, fue una de las principales razones de su derrumbe, a inicios de los 70. Guido tuvo la ingrata tarea de negociar la nacionalización de la empresa que había fundado su padre. Hundida por las deudas, amenazaba con arrastrar la fortuna familiar. Un rescate por parte del Estado fue la única manera que encontraron para evitarlo. "Pero caramba, así que ahora vamos a tener que fabricar heladeras", dijo el presidente de facto Alejandro Lanusse cuando, en noviembre de 1971, firmó el decreto con el que el Estado asumió la conducción de SIAM.
La de Di Tella no fue la única industria que se desmoronó por aquellos años y desde la terraza de la propia SIAM asoman las torres abandonadas de las otras fábricas que hicieron de Avellaneda el polo fabril más importante de la Argentina y uno de los primeros en América latina. Escondidos entre la cancha de Huracán y la Torre de Interama, aparecen los logos pintados en edificios en altura de fábricas que fueron poderosas, como la metalúrgica Gurmendi; Tamet, que arrancó produciendo clavos y tornillos y abrió una fundición en 1911; la cristalería Papini, y la aceitera Bycla, entre otras que ya no existen.
Una recorrida confirma el estado de abandono de la zona aledaña a SIAM. Las dos construcciones vecinas -Bycla y Hornos Weis- están en un estado calamitoso, como si allí hubiese habido una guerra. En Bycla, de hecho, la hay: los restos de su construcción son usados para combates de paint ball, el juego donde dos equipos se enfrentan con armas que disparan pintura.
Rudy Varela suspira con tristeza en una recorrida por el barrio. Nació hace 80 años en Piñeyro, la localidad de Avellaneda donde se encuentra SIAM, y conoció tiempos mucho mejores. "Esta calle se llama Mario Bravo y por las mañanas era un gentío de obreros yendo a las fábricas", recuerda. La zona residencial de Piñeyro tiene casas bajas y calles anchas, pero no hay mucho movimiento. Los galpones de las industrias que no están abandonadas hoy funcionan como centros de logística: Global System, que se estableció donde antes estaba Tamet, y Andreani tienen grandes sedes en el barrio. "Antes ésta era zona de industria. Ahora, de logística", señala Varela mientras enciende uno de sus 20 cigarrillos Pall Mall diarios.
Alejandro Acquotta es otro que recuerda con añoranza los tiempos de esplendor. Entró a SIAM como aprendiz de tornero cuando tenía 16 años por recomendación de un profesor de su escuela técnica, la Torcuato Di Tella, que queda a la vuelta de la fábrica, y nunca se fue. Hoy tiene 54 años y sobrevivió la quiebra, la intervención en tiempos de gobiernos militares y es uno de los fundadores de la cooperativa que sigue funcionando en parte del predio y con la que resistieron cuando la empresa quedó sin rumbo. "La heladera antigua que está en exhibición estaba en mi despacho", dice sobre un elegante modelo de 1948, con carcasa de madera, puertas de mármol y un gran compresor debajo del gabinete.
Orgullo obrero
Acquotta y Varela son dos exponentes del orgullo fabril presente en esta zona del conurbano desde siempre. Separada de la ciudad de Buenos Aires por un Riachuelo que a esa altura es apenas un curso de agua angosto ralentizado por los meandros en los que se enreda, Avellaneda surgió como la proveeduría de una ciudad en expansión.
Barracas al Sud, como se llamó en sus inicios, se pobló a mediados del siglo XIX con los saladeros que trataban la carne que exportaba el país y teñían el curso del río con el rojo de la sangre de los animales. "La boca del Riachuelo... y la humareda de sus saladeros es la despensa de Buenos Aires y el laboratorio de su industria", escribió Domingo Faustino Sarmiento. En 1871, cuando los saladeros fueron expulsados a zonas más alejadas, sus galpones fueron ocupados por frigoríficos y otras industrias, como curtiembres y fábricas de jabón.
Más adelante, ya en el siglo XX, el proceso de sustitución de importaciones permitió el desarrollo de industrias pesadas, como la metalúrgica. "Avellaneda es la cuna de la industria argentina", confirma Marcelo Rougier, profesor de Historia Económica en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
La cercanía con la ciudad y la conveniencia del Riachuelo como canal industrial por el que entraban los insumos y salían los productos, señala Rougier, hicieron que ya a fines del siglo XX Avellaneda tuviese la mayor cantidad de industrias de los alrededores de Buenos Aires (más de 70). La supremacía se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX: en 1941, casi la mitad de los 110.000 obreros industriales que trabajaban en el conurbano bonaerense lo hacían en Avellaneda.
Aunque inhóspita y propensa a inundarse, la zona se fue poblando. "Las fábricas abrieron el camino y a su alrededor se armaron las zonas residenciales", señala Fernando Rocchi, profesor de Historia Económica en la Universidad Di Tella. En los noventa años que van de 1870 a 1960, la población de Avellaneda se multiplicó por 35 cuando en toda la Argentina lo hizo por diez y en Estados Unidos, por cuatro.
Nueva estrategia
Para Newsan, el desembarco en Avellaneda es un giro en su estrategia. El grupo, cuyo presidente es Rubén Cherñajovsky, se hizo fuerte en Ushuaia, donde tiene seis plantas con las que se convirtió en el principal fabricante de electrodomésticos y productos electrónicos del país. Está detrás de las marcas Sanyo, Atma, Noblex, Philco, JVC, Pioneer y Microlab, entre otros, y sus críticos señalan que su modelo de crecimiento se sostiene en el ensamblaje y las barreras a la importación.
Con SIAM, en cambio, incorporaron una marca que representa, en el imaginario argentino, el pasado de chimeneas humeantes. Esa historia es la que recordó la presidenta Cristina Kirchner cuando cruzó el Riachuelo para estar presente en la reinauguración de la fábrica, el 30 de abril del año pasado. La misma idea se celebró en el desfile del Bicentenario, con heladeras y un auto de la mítica marca como parte del show volador del grupo Fuerza Bruta.
"La industria electrónica, en la Argentina y el resto del mundo, es de ensamble. La de heladeras, en cambio, lleva mayor producción", explica Luis Galli, CEO del grupo, cuando resume las diferencias entre los dos negocios. Acaba de salir de una reunión de directorio en las nuevas oficinas de SIAM. Modernas y austeras, están montadas en una edificio lindante al que usaba Di Tella. Desde allí comandaba su "centro fabril aplicado a las conquistas de la paz", según la engolada dicción con que el noticiero Sucesos argentinos celebró a SIAM allá lejos y hace tiempo.
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