Antiguos por fuera, modernos por dentro
Son edificios históricos que se reciclan a nuevo, pero en los que se respetan las fachadas y todos los detalles distintivos originales
Testigos únicos del devenir de la ciudad. Presencia muda y estática del ajetreado microcentro porteño, los edificios del casco histórico reflejan, como pocas cosas pueden, la historia de Buenos Aires. Muchas veces víctimas de quienes los ocupan, terminan por ser abandonados o intrusados. Sin embargo, ya son varios los proyectos que han realizado intervenciones en edificios centenarios, que los reconocen como patrimonio arquitectónico y logran conservarlos, reacondicionándolos para oficinas, hoteles u otros usos.
Una de las obras más emblemáticas de esta tendencia es donde hoy funciona la Fundación Cassará, en Avenida de Mayo 1194. De hecho, este proyecto resultó ganador del premio otorgado por la Sociedad Central de Arquitectos en la categoría "Recuperación y puesta en valor". Esta primera edición del concurso buscó estimular las iniciativas de este tipo, en una ciudad que cuenta con centenares de edificaciones que podrían ser recuperadas.
El edificio Cassará fue un hotel en el Buenos Aires de 1900, pero dejó de utilizarse a finales de siglo, pues el deterioro era tan grande que fue abandonado.
"Estaba destruido. La fachada debía ser intervenida con urgencia, había desprendimientos de balcones, faltantes de molduras, balaustres y mampostería y grandes rajaduras", resume a LA NACION la arquitecta Ana María Carrió. "La fundación lo adquirió en 2003 y yo como arquitecta reconocí su enorme valor al instante. Era un edificio noble, con una sólida estructura y paredes de 60 cm de grosor", continúa.
El proyecto se centró en la recuperación del espacio del patio central, que había sido cubierto de forma precaria. Así, uno de los atractivos del edificio recuperado es ese espacio, que ahora ilumina las dos plantas superiores, a través de cerramientos vidriados transitables.
La convivencia armónica entre lo preservado y lo novel agrega una belleza singular al edificio. Las pinturas testigo que cubrieron las paredes interiores durante más de un siglo, varios vitrales originales y la flor de lis característica del edificio (que fue restaurada y reutilizada a partir de un nuevo molde) comparten espacios con los ascensores y accesos para discapacitados, típicos de las edificaciones del siglo XXI.
Otra joya histórica restaurada es el nuevo edificio de la empresa petrolera Medanito, en Alsina 771. Este proyecto también priorizó la entrada de luz natural utilizando claraboyas centrales y ladrillos de vidrio. Un enorme atractivo es la terraza verde que se realizó en el techo, que permite a los empleados distenderse en esos espacios durante el almuerzo y es, además, un beneficio ecológico, pues retarda la salida de agua a la calle en momentos de intensas lluvias.
El estudio de arquitectos Hampton-Rivoira realizó la puesta en valor de este edificio, construido en 1896. Originalmente albergó a una empresa textil y debió ser recuperado para oficinas contemporáneas con los acondicionamientos tecnológicos pertinentes. Así, la primera fase de la restauración fue rescatar los valores patrimoniales del edificio desmantelando lo agregado en el último siglo. "Recuperamos los pisos de pinotea y las entradas de luz; todo lo recuperado es siempre un ahorro energético", afirma Emilio Rivoira, al comparar los costos de producir nuevas cosas con el reciclado de lo ya existente.
En la calle Chacabuco 752 se erige hoy el Hotel Patios de San Telmo, cuyo edificio fue construido en 1863 y albergó a un conventillo hasta hace cuatro años.
El arquitecto Lucio Neumann cedió al instinto empresario de su hijo Andy, quien vio el potencial del edificio y convenció a su padre de adquirirlo para su restauración. Neumann asegura que fue "un lío tremendo convertir un edificio del siglo XIX en un edificio contemporáneo" y que les costó convencer a sus socios estadounidenses de sumarse a un proyecto de tal magnitud.
"Si bien estructuralmente un conventillo y un hotel son compatibles, el edificio presentaba un deterioro tan grande que el desafío fue enorme", explica el arquitecto. "Logramos conservar muchas cosas únicas, como las vigas de madera talladas con hacha y ladrillos asentados en barro, y debimos dotarlo de sistemas técnicos contemporáneos, como equipos de aire acondicionado centrales, redes de Internet, agua presurizada y excavamos dos niveles", afirma Neumann, que admite entre risas no haber dormido mientras se realizaban las excavaciones debido al riesgo estructural que implicaban.
En materia de inversión, la reutilización de estructuras existentes es siempre una ventaja, afirman Carrió y Rivoira. Neumann no coincide y explica que el valor de la estructura es de un 20% del total, lo que no incide en la decisión de restaurar un edificio antiguo. "Es en realidad mucho más caro encarar estos proyectos porque generan complicaciones en la secuencia de la obra, pero la singularidad de un edificio es un valor en sí misma", asegura Neumann.
Coinciden todos, la conservación arquitectónica no es un capricho, posee un gran valor en la preservación cultural y económica de la historia de la ciudad. Si bien no es aún un hábito, la renovación de edificios centenarios permite que porteños y visitantes evoquen las lejanas primeras décadas de vida de la ciudad disfrutando de los detalles de lujo y funcionalidad de las más modernas construcciones.
La compleja tarea de proteger la memoria
Los arquitectos coinciden en que hace falta una mayor intervención del gobierno de la ciudad, que obliga a mantener edificios construidos con anterioridad a 1941 (ley 3056) pero "no incentiva su preservación". Esto genera "un destino de abandono e intrusión", explica el arquitecto Lucio Neumann. "Si no encontramos una manera inteligente de articular lo público y lo privado, no hay esperanza para el patrimonio", agrega.
Los números parecen darle la razón. Según informó la arquitecta Gabriela Mareque, del área de Seguimiento y Control de Obras de Puesta en Valor en el Casco Histórico, de 2004 a 2010 inclusive se restauraron 38 edificios. Sin embargo, "la curva es claramente descendente: en 2006 se reacondicionaron 10 edificios; en 2010, 2, y en 2011, sólo 1", resume.
"Siempre tiene sentido conservar lo que existe si tiene mérito patrimonial o valor de reciclado pero ni demoler ni conservar porque sí tiene lógica", afirma el arquitecto Emilio Rivoira, pues "no todo lo anterior a 1941 tiene que ser protegido", agrega.
Además, los requisitos técnicos son muchas veces incompatibles con edificaciones del siglo XIX, como "construir una escalera de incendio para un edificio de dos plantas", dice Neumann. La arquitecta Ana María Carrio también explica que los tiempos burocráticos del Estado no coinciden con los de los inversores, para quienes demoras en la obra generan onerosas pérdidas económicas.