Agroecología urbana; alimentos sanos: del huerto en casa a la mesa
Se afianzan en la ciudad la siembra y el cultivo en espacios reducidos
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Sembrar en el momento adecuado, buscar cada temporada semillas que se adapten al suelo y al clima, encontrar la mejor estrategia para preparar la tierra y el abono. Ésas son algunas de las claves a la hora de diseñar un huerto hogareño. Remolachas, ciboulette, papas, lechugas y espinacas asomarán a su tiempo en cada cantero, macetero o bolsa para empezar a generar una producción propia de alimentos.
Los huertos pequeños, familiares y urbanos superan las barreras sociales. Se trata de elegir un modo más sano de alimentarse. Y más económico. La agroecología urbana se afianza en Buenos Aires y el conurbano. Hoy, sólo el programa Pro Huerta tiene registrados 55.000 emprendimientos de este tipo.
La agroecología urbana se diferencia de la producción orgánica o la siembra en grandes espacios: se trata de una decisión personal por razones económicas, sociales o ideológicas, que tiene detrás conceptos como el comercio justo, la solidaridad y el desarrollo sustentable.
La agroecología urbana engloba también el concepto de soberanía alimentaria; debate el modo actual de producción agrícola y aparece como una solución posible para las necesidades de millones de personas en todo el mundo que viven con menos de dos dólares por día.
Las motivaciones y el movimiento de la agroecología urbana se expanden en la región. En Rosario nació con la crisis de 2001 y sigue en pie. Al AMBA llegó para quedarse.
Los huertos pequeños, familiares y urbanos superan las barreras sociales. Se trata de elegir un modo más sano de alimentarse. Y más económico.
Juan Pablo La Porta y María Belén Richter tomaron la semana pasada la última clase para convertirse en promotores sociales de esta movida. No sólo tienen su propia cosecha de verduras, sino que también, de forma voluntaria, enseñarán a otros cómo generar su huerta.
"Tuvimos esta iniciativa porque en mi casa siempre hubo huerta. Como vivimos en un departamento generamos los plantines y después los llevamos a la casa de mi hermano, que tiene un espacio un poco más grande", contó a LA NACION La Porta, que vive en San Miguel y cree que es preferible consumir frutas y verduras que no hayan tenido ningún contacto con agroquímicos.
"Además, es una gran satisfacción ver crecer lo que uno planta. Es muy importante conseguir y generar buenas semillas para después poder intercambiar", agregó su pareja, María Belén.
"La agricultura urbana es distinta de la periurbana. Esta última es la que hace un productor hortícola que tiene cinco hectáreas. El agricultor urbano vive en una cuadrícula urbana y produce en el fondo de su casa, básicamente porque no le da la superficie o porque tiene un espacio reducido. Tiene como premisa el comercio justo", explicó Claudio Leveratto, jefe de la delegación de la Zona Norte del INTA.
El comercio justo es una forma alternativa de intercambio de bienes promovida por ONG y por las Naciones Unidas. Busca que productores y consumidores acuerden el valor de las mercancías que intercambian.
La agroecología urbana se diferencia de la producción orgánica o la siembra en grandes espacios: se trata de una decisión personal por razones económicas, sociales o ideológicas
Por caso, las semillas no se compran ni se venden, sino que son objeto de trueque. Así sucede en los encuentros y talleres que se dictan en ferias estables como Sabe la Tierra o Raíz, o en convocatorias específicas de intercambio. Se hace en El Galpón, en Chacarita, o en el Mercado Bonpland, de Palermo.
El sistema Pro Huerta cumple 25 años y cada temporada, cada seis meses, reparte gratuitamente los sobres de semillas.
"Tratamos de que quienes vendan sus productos no lo hagan muy caro porque si no resulta privativo para algunas personas. Es una diferencia con el cultivo orgánico que termina incrementando su valor después de la certificación", agregó Leveratto.
San Miguel, José C. Paz y Malvinas Argentinas trabajan en sinergia con el apoyo del INTA y de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS) para crear una red de promotores voluntarios que, con ayuda de los municipios, generan nuevos cultivos y huertas en la zona.
Detrás de la estación Muñiz del ferrocarril San Martín, en San Miguel, lo que era un baldío y fue escenario de la muerte violenta de un adolescente muestra hoy radichetas en flor, tomates que asoman y dos repollos que esperan a ser cosechados, entre otras plantaciones. Allí se instaló una huerta en maceteros que sirve para la formación de promotores ambientales, a cargo de la UNGS.
"La tierra no era buena en este terreno. Tuvimos que colocar estos canteros y elevar los cultivos para conseguir una buena producción. Pero empezamos hace un año y ya tuvimos varias cosechas", dijo Santiago Piaggio, director de Medio Ambiente e Industria de San Miguel.
Valeria Sosa estudia Ecología Urbana en la UNGS y enseña a quienes serán los futuros promotores ambientales: "Compartimos este terreno con un vecino, José Painemilla, que también produce en la huerta y fabrica adornos ornamentales. Hace lombricultura y permite que el abono mejore la producción".
Los futuros promotores se preguntan por qué puede fracasar un cultivo. Les explican que siempre es mejor dejar que la planta cumpla su ciclo. La paciencia y el respeto por los ciclos naturales y estacionales son fundamentales para este tipo de cultivos y de producción. "Siempre es mejor usar una semilla que se generó en nuestro huerto que utilizar otra que provenga de otro ecosistema. Las plantas se van adaptando y transmiten la información genética, razón por la cual tendrán más posibilidades de éxito si consiguen sus propias semillas", explicó Sosa a los más de 120 alumnos que se convertirán en promotores.
Según un estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), los huertos pueden ser hasta 15 veces más productivos que las fincas rurales.
La variedad de la producción de una huerta en el clima del AMBA es interesante: papas, batatas, rabanitos, cebollas, puerros, repollo, berenjenas, varios tipos de lechuga, perejil, zapallo, acelgas, rúcula, radicheta, maíz y todas las aromáticas.
Las hortalizas tienen un ciclo de producción corto. Algunas se pueden recolectar a los 60 días de la siembra, lo cual se adecua a la agricultura urbana.
Las papas, por ejemplo, se siembran y cosechan en bolsas grandes sólo a partir de un brote. "Necesita mucha cantidad de tierra. Es por eso que se usa un brote y se lo tapa hasta que se ve la planta; se vuelve a colocar tierra y así hasta que la capacidad de la bolsa queda repleta. Después de tres meses se cosechan hasta 20 papas por bolsa", explicó Piaggio.
Según un estudio de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), los huertos pueden ser hasta 15 veces más productivos que las fincas rurales. Un metro cuadrado puede proporcionar 20 kilos de comida al año.
"Los horticultores urbanos gastan menos en transporte, envasado y almacenamiento, y pueden vender directamente en puestos de comida en la calle y en el mercado. Así obtienen más ingresos en vez de que vayan a parar a los intermediarios", indica el último informe de la FAO.
Este tipo de agricultura se practica, por ejemplo, en un 40 % de los hogares de Cuba y en el 20 % de los de Guatemala y Santa Lucía. En las principales ciudades y municipios del Estado Plurinacional de Bolivia 50.000 familias son productoras de alimentos. En Bogotá, 8500 familias producen alimentos para consumo doméstico. En Haití, 25.500 familias cultivan 260 hectáreas de tierra en Puerto Príncipe y sus alrededores.
Entre las capitales, la "más verde" es La Habana, donde 90.000 cubanos se dedican a alguna forma de agricultura, ya sea en huertos caseros o trabajando en los huertos y las granjas pecuarias comerciales de la ciudad. Quito es otra de las que destacan; según el último recuento la capital ecuatoriana contaba con 140 huertos comunitarios, 800 huertos familiares y 128 huertos escolares.
En Buenos Aires, las escuelas públicas ya cuentan con 306 huertas que tienen una doble función: la social y ambiental y la educativa. Cada escuela trabaja sobre distintos dispositivos según el espacio y las posibilidades edilicias con las que cuentan. El 41% instaló su huerto en un terreno; el 32%, en cajones; el 15%, en botellas y recipientes reutilizados, y el 12%, en macetas y canteros.
"Gracias al proyecto Huertas Escolares los chicos pueden abordar distintos contenidos pedagógicos a través de la experiencia y el contacto con las plantas y la tierra y tener la oportunidad de conocer de dónde vienen los alimentos que consumen en sus casas. Para eso se les entrega a los docentes un manual que detalla el anclaje curricular para su implementación en clase", explicó Carlos Gentile, responsable del programa Escuelas Verdes del Ministerio de Educación porteño.
También en la Legislatura se debate el tema. El proyecto presentado por Pablo Bergel (Bien Común) pretende convertir en política pública lo que es una práctica creciente, aunque todavía marginal.
En Buenos Aires, las escuelas públicas ya cuentan con 306 huertas que tienen una doble función: la social y ambiental y la educativa.
"La iniciativa fue presentada en 2012. Y abarca tres aspectos: el primero se refiere a la producción de compost a partir de la producción de residuos orgánicos; el segundo, a la promoción de las huertas familiares, individuales y en edificios, y el tercero, a los puntos de venta", explicó el diputado, que espera que su iniciativa se debata en el recinto.
Federico Moschettoni, fundador del emprendimiento Del Gorro (www.delgorro.net), es asesor en la construcción de huertas a medida: "Aumentó la demanda de la gente de querer tener huertas, está mucho más asentada. Ya pasó a otra etapa y hay mucha que tiene algo sembrado en donde esté".
Moschettoni empezó a armar este tipo de soluciones ante la demanda cada vez más frecuente de gente que quiere obtener sus propios alimentos, al menos para las ensaladas. "Empecé preparando estas huertas para chefs; gracias al boca en boca la gente se entera y llama. Primero nos sentamos y vemos qué es lo que quiere la gente. Se define el tamaño del cantero, si se necesita más o menos sol, el tipo de riego, cómo se harán los canteros. Después ponemos el relleno y nos sentamos y definimos qué vamos a poner. Lo importante es que con el tiempo la gente se da cuenta de lo que da la huerta, de lo que consume y, también, de lo que necesita".
Leveratto contó que el año próximo se incorporará la Agroecología Urbana como curso de posgrado en la UNGS. Y el INTA lanzará en los próximos días la guía "Mi casa, Mi huerta", realizada por Janine Schonwald y Francisco Pescio, una publicación didáctica dedicada a todos aquellos habitantes del ámbito urbano que quieran emprender una huerta en su hogar y no se animen a hacerlo por creer que no disponen del espacio suficiente.
Todas estas acciones fortalecen el concepto de la propia provisión de alimentos sanos. Del huerto en casa a la mesa de la familia.