Aeroisla: el insólito proyecto que pretendía crear un aeropuerto en una isla artificial sobre el Río de la Plata
Cuando en 1929 Charles Edouard Jeanneret Gris, conocido como Le Corbusier, llegó a Buenos Aires quedó impactado con las posibilidades que ofrecía el Río de la Plata, donde acuatizó el hidroavión que lo transportaba, para los vuelos comerciales de la época. Quizás por eso entre las actividades que realizó el arquitecto francés en la ciudad, a la que arribó por invitación de la Sociedad Amigos del Arte, se hizo un tiempo para diseñar el plano de un aeródromo construido en una isla artificial frente a la costa porteña.
Su idea fue la inspiración de proyectos similares que quedaron en insinuaciones, hasta que en los noventa tomó mayor fuerza de la mano de Alvaro Alsogaray y Carlos Menem . La aeroisla , 66 años después de Le Corbusier, se anunciaba como una obra revolucionaria que cambiaría el diseño urbano de la ciudad, aunque terminó convirtiéndose en un plan alocado con un desarrollo inmobiliario en tierras preciadas escondido detrás.
Empresas alemanas, holandesas y argentinas mostraron interés en la obra que, según la previsión del ingeniero Alsogaray, consultor del entonces presidente Menem, se terminaría en un plazo de cinco años con una inversión de 930 millones de dólares. En 323 hectáreas, una superficie casi tan grande como la de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, se proponía construir una pista principal de 2500 metros (más larga que la actual del Aeroparque Metropolitano, de 2100 metros), un hotel, un estacionamiento y un muelle. Un puente de 2500 metros uniría a la ciudad con la isla artificial.
Promediaba la década del noventa y lo que mostraba el gobierno menemista era la intención de construir un aeroparque más moderno y superador al de entonces. El proyecto era muy diferente al de la ampliación actual, en el cual se están ganando posiciones para los aviones y se amplían las superficies de las terminales. La tierra ganada al río se utilizará para ensanchar la costanera y los espacios públicos.
Entre Le Corbusier y Alsogaray hubo otras propuestas para que el Río de la Plata se convirtiese en la terminal aérea porteña, aunque ninguna de ellas avanzó. En 1938 la Sociedad Central de Arquitectos presentó un proyecto para construirla sobre una isla artificial, pero cuando en 1945 se colocó la piedra basal del aeroparque Jorge Newery, se descartó. El mismo Alsogaray intentó sin éxito reflotar la idea en 1961. Hasta llegar a los noventa.
"Estamos persuadidos de que la aeroisla es conveniente, un proyecto que corre paralelamente al proceso de privatización de Aeroparque. La aeroisla es una necesidad imprescindible. Se hará. Algunos dicen que fue descartado el tema, pero es totalmente inexacto. La aeroisla sigue en marcha", le decía Carlos Menem a LA NACIONen febrero de 1996 durante una gira presidencial en Zurich, Suiza.
La oposición de distintos sectores políticos y de miembros del Gabinete de Menem dieron por terminada la discusión sobre la aeroisla. También fue determinante un informe del Banco Mundial que no avaló su construcción por considerarla inviable. El organismo especulaba que, para justificar la inversión, se necesitaba una circulación anual de 30.000.000 de pasajeros cuando la realidad indicaba que 7.000.000 de personas por año utilizaban la terminal aérea (en 2018 hubo un movimiento de 13.363.000 pasajeros)
"Técnicamente era un proyecto posible porque se disponía de tecnología y experiencia en ingeniería, nacional e internacional, aunque hubiera generado un polo de tensión para los criterios ambientales y urbanísticos de la ciudad", opinó el arquitecto y urbanista Guillermo Tella, profesor e investigador de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. "Era un proyecto demasiado alocado porque avanzar sobre el río hubiese generado un antecedente peligroso para la instalación de otros proyectos como hoteles, centros comerciales o torres sobre el río", agregó Tella.
La especulación inmobiliaria siempre giró en torno al proyecto de la aeroisla del menemismo. Según las crónicas de la época, en las 150 hectáreas que se liberaban con el traslado del Aeroparque se preveía construir torres de hasta 14 pisos. Algunos negocios que vinculaban a la familia Alsogaray con estos desarrollos le dieron la sentencia definitiva al proyecto. No alcanzó el esfuerzo de María Julia Alsogaray , por entonces secretaria de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable, quien aseguraba que, de acuerdo al estudio de impacto ambiental, la iniciativa era posible.
"Los desafíos hubieran sido múltiples, por ejemplo, todos lo vinculado al escurrimiento del agua del río, el movimiento del suelo, la compactación de la tierra flotante y los accesos a la isla artificial", sostuvo Roberto Agosta, ingeniero civil y docente en la Facultad de Ingeniería de la UBA. "Los parámetros a tener en cuenta para un proyecto así se reducen a una evaluación económica seria en la cual se incluyen todos los efectos, incluso los ambientales y la mitigación de ellos. Hay otros relacionados con el impacto urbanístico y los cambios que un proyecto así pueden llegar a producir", agregó.
Alsogaray insistió en reflotar su proyecto en 1998 en el despacho del por entonces jefe de Gobierno porteño, Fernando de la Rúa , a quien le llevó la propuesta. Hasta la tragedia de Lapa, del 31 de agosto de 1999, en la que murieron 65 personas, fue utilizada para presionar. "Fue un error descartar esa idea, era excelente", argumentaba Rodolfo Barra, ex viceministro de Obras Públicas y presidente del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (Orsna).
El último intento lo realizó en 2000 la empresa Aeroisla SA, que fue a la carga para construir un nuevo aeropuerto frente a la actual terminal. La enorme inversión y un esfuerzo logístico sin precedentes dieron por finalizada la discusión, en la que también se involucró trasladar toda la operación de la terminal porteña al aeropuerto internacional de Ezeiza. Así, la aeroisla pasó a la historia como otro frustrado proyecto de los años noventa. De Le Corbusier a Alsogaray.
Archivo: Juan Trenado