Eran los 90. El presidente Carlos Menem viajaba en tiempo récord a Pinamar montado en una Ferrari y, cuando estaba en el país, la dupla Maradona- Coppola se paseaba por los boliches de la costanera rodeados por una troupe de modelos.
Esa zona costera contaba con varios iconos de la vida nocturna de aquel entonces, como El Cielo, Pizza Banana y Ski Ranch, aunque el más destacado era Pacha. Ese lugar fue más que una discoteca, ahí se gestó una cultura que, aunque amorfa, perdura hasta la actualidad. Fue la cuna de la escena electrónica local, comenzó en 1993 y cerró en 2016.
Ahora el lugar reabrió, pero pertenece a otros dueños y lleva otro nombre. Se llama Moscú y pasan cumbia, reggaetón y pop en la pista principal. Afuera, en la terraza, se mantiene la música electrónica y los amaneceres junto al Río de la Plata. Esto representa el final de un sitio que, para muchos, tuvo un brillo hipnótico y perteneció a una época que fue perdiendo su mística a medida que el negocio se hacía cada vez más masivo. El punto de quiebre para la escena local fue la tragedia de la Time Warp, en 2016, una fiesta en la que murieron cinco jóvenes de entre 21 y 25 años.
Fabio Carlucci, alias Big Fabio, un histórico DJ argentino que tocó en la terraza de Pacha en los 2000 junto a su colega, Javier Zuker, dice que ese era un lugar único, donde se respiraba libertad y amor por la música electrónica. "Me acuerdo la primera vez que entré al lugar en 1993. Había una especie de pasacalles que cruzaba la pista de lado a lado con la palabra 'escándalo'".
Carlucci recuerda algunas anécdotas insólitas que muestran la efervescencia del lugar: "Yo vi gente que se casó en Pacha, las novias entraban con el vestido y los novios de traje. Hasta tenía dos amigas judías ortodoxas que se escapaban por la ventana de la casa para ir a bailar. Para nosotros ir a ese lugar en los 90 era más que ir a un boliche, significaba pertenecer a una comunidad. Ir a Pacha todos los sábados me convirtió en DJ".
"Yo fui el manager desde 1993 hasta el 2016. Siempre me consideré como un director de energías, ahí había buena energía y yo trataba de que todo fluya de la mejor manera", cuenta Diego "el Chino", Mauviel, que nombra ese cargo como una forma de englobar todas las tareas que estaban bajo su responsabilidad.
"Organizaba las fiestas, manejaba el VIP, hacía de todo. La gente se volvía loca por esos precintos VIP, me mandaban remises a mi casa para buscarlos. A Pacha vino Madonna, Chris Martin, los de Depeche Mode, Luis Miguel. La gente de la tele aparecía en Pacha, las modelos que estaban en las tapas de las revistas también", agrega Mauviel. Ricardo Fort, un joven aún desconocido, también era habitué.
Mauviel relata que las cosas que se ponían de moda en Pacha, luego se replicaban en los boliches de todo el mundo. "En la reunión de los dueños de las franquicias, los españoles preguntaban qué pasaba en el de Buenos Aires, de dónde salía ese energía".
Vivir como un pachá es una vieja expresión que significa gozar de una vida pomposa, hedonista. Ricardo Urgell fue el empresario que le dio vida a lo que posteriormente se convirtió en un imperio del disfrute. Empezó en Sitges, en la región de Cataluña, España. Ahí la cultura hippie estaba floreciendo, había pelos largos, trenzas, bigotes, fiestas interminables. Claro, también había una gran liberación sexual y hasta el día de hoy esa ciudad es conocida por ser una de las favoritas de la comunidad gay.
En 1973 Pacha llegó a Ibiza, una isla de la que nunca se fue. Para los hippies cruzar el tramo del Mediterráneo que está entre el territorio continental y la isla era la concreción de un sueño en donde podían bailar psico trance al lado de Mick Jagger, Bob Dylan o Urusla Andress, la chica Bond del momento. Unas de las primeras atracciones fueron las fiestas Flower Power, que aún se celebran.
"Empecé a ir a Pacha de Buenos Aires como cualquier concurrente. Las entradas se compraban en la Bond Street, yo tenía 20 años. En ese momento la costanera estaba de moda, se mezclaba lo under con lo snob, eso era típico de los 90. La movida, en tamaño, era el 1% de lo que es hoy. Era una cultura totalmente distinta", agrega Carlucci.
En ese entonces, El cielo era la discoteca más convocante, pero con el asesinato de uno de sus dueños, Poli Armentano, en 1994, los otros socios decidieron dejar ese local y abrieron Buenos Aires News. Carlucci trabajaba en una radio de la localidad de Quilmes para la que entrevistaban a distintos DJ. En 1995 entrevistó a Hernán Cattaneo, tal vez el mayor representante actual de la música electrónica argentina en el mundo, con quien forjó una amistad. Según dice, Cattaneo tenía una disquería y la única manera de estar actualizado en ese entonces era tomarse un avión e ir a Nueva York o a Europa para ver qué sonaba en las escenas de vanguardia.
"Hernán lo hacía, era el tipo más actualizado en cuanto a la música. En 1997 empecé a trabajar con él en radio Energy y ahí comencé a pasar música. En ese momento todo se trataba de la música. Pacha era como una misa, todos miraban al DJ. Los 90 fueron famosos por el derecho de admisión, pero ahí había mucha libertad, si no ibas a molestar, podías pasar. De hecho, un amigo mío iba en rollers y cuando la pista estaba vacía andaba en rollers por el lugar", recuerda Carlucci.
A fines de los 90 en Pacha empezaron a hacer fiestas con artistas extranjeros. En noviembre de 1998 tocó el británico Alexander Paul Coe, conocido como Sasha. Esa noche se vendieron 900 tickets y hubo 600 personas en la lista de invitados. Ese aglutinamiento hizo que los dueños puedan proyectar que la escena electrónica era tierra fértil en la Argentina. Decidieron agrandar el boliche y abrieron la famosa terraza, en el tramo que está paralelo al Rio de la Plata, y luego inauguraron otro corredor lateral al aire libre. Según dicen, estar apretados en el boliche no era una opción.
Los británicos que iban a bailar a Pacha, decían que la energía y la empatía entre los cuerpos les recordaba a cuando la escena electrónica empezó a crecer en Inglaterra en los 80. Ese entusiasmo y la gran concurrencia llevó a un grupo de empresarios ingleses a traer las fiestas Cream. Para eso quisieron potenciar un boliche de Buenos Aires y el retumbar de Pacha cumplía con todos los requisitos. El objetivo era que se convierta en un referente de la ciudad y que haya una agenda nutrida de eventos durante todo el año, así la fiebre por la electrónica se mantendría bien alta.
Y lo lograron, la discoteca fue elegida como la número uno del mundo por la revista DJ Magazine en el 2002 y 2003, y estuvo entre las mejores 10 durante una década. Eso fue, en parte, por los miles de turistas que llegaban a Buenos Aires, dejaban la valija y se iban directo a bailar a Pacha, como si para ellos el pulso de la ciudad fuera al ritmo de los bajos del boliche.
"Era el uno a uno, era posible traer artistas de afuera. Hoy traer a David Guetta, por ejemplo, te puede costar US$ 120.000, es muy difícil recuperar ese dinero. Por eso la escena fue mutando. Hoy todo tiende hacia los festivales masivos", explica Gustavo Palmer, que abrió la discoteca Ku en Pinamar en 1992 y en 1994 ya organizaba fiestas electrónicas para 10.000 personas.
Julián Leguizamón tiene 37 años. Ahora vive en Río de Janeiro, pero cuando residía en la Argentina visitaba Pacha casi todos los fines de semana. Eso quedó en el pasado, aunque él aún conserva una colección de flyers y fotos que sube a Facebook e Instagram a través de una cuenta que se llama Pacha BA History. "Era otro mundo. En los 2000 si querías saber quién iba a tocar te tenías que ir a la Bond Street para buscar un flyer, lo mismo si querías comprar una entrada. Por eso todo era para entendidos, esas cosas funcionaban como una especie de filtro. Acá había una movida increíble, de hecho la primera Creamfields de Sudamérica fue en el hipódromo de San Isidro en el 2001", relata.
Pacha fue el símbolo de una época. En la pista central nacía una cultura, mientras que en el VIP, el jet set local se regía bajo el lema de mirar y ser vistos. El lugar cambió, Costanera Norte ya no es lo mismo que en los 90, pero las miradas empáticas se mantienen, sobre todo cuando dos conductores se dan cuenta que ambos llevan un sticker con las dos cerezas pegado en la luneta trasera.
"Me pone contento que el lugar esté abierto.Hoy ofrecen un mix de música, no me parece mal. Ahora estoy trabajando en este nuevo proyecto para llevarle la mística de Pacha a las fiestas en Moscú. Yo pensé que Pacha nunca se iba a acabar, y se acabó. Pero hoy creo que nada se termina, todo se transforma", concluye Mauviel.