Abandono e inseguridad en la terminal de ómnibus de Retiro
Hay escaleras mecánicas fuera de servicio, basura acumulada, faltante de luminarias y poca vigilancia en los accesos; 100.000 personas recorren por día el predio
El abandono y el peligro son palpables en la estación de ómnibus de Retiro. Escaleras mecánicas fuera de servicio con basura acumulada en su interior, luminarias rotas o apagadas y poca seguridad en los accesos componen una postal desoladora. Especialmente por la noche.
Si bien dentro de la terminal hay gendarmes, en el entorno la oscuridad aumenta la adrenalina: los ingresos y egresos parecen lugares propicios para los arrebatos. Si el ómnibus parte después de la medianoche, acercarse a la estación en, por ejemplo, las líneas de colectivos 5, 106 o 132 tiene su riesgo. Las paradas funcionan de espaldas a la terminal y a pocos metros de uno de los accesos a la villa 31. Frente a ellas, hay un descampado sin siquiera un farol encendido.
Columnas de iluminación rotas o con los faros colgando conviven con las luminarias de los techos de las paradas, que quedan escasas cuando baja el sol. "De noche estás regalado, no ves un policía ni por casualidad. Está muy oscuro y hay poco movimiento, andamos con cuidado", afirmó un chofer de la línea 132.
Comerciantes que trabajan en las galerías interiores de la terminal se quejan de los robos frecuentes. Algunos de ellos se descargaron ante LA NACION, aunque por miedo a represalias no quisieron dar sus nombres. "Hay mucho peligro, es tierra de nadie -coincidieron-. Esta semana entró una pasajera corriendo porque le quisieron robar en el pasillo. Otros vienen a preguntar por dónde pueden salir sin que los roben. Después de las 21.30, no queda ni un policía y los arrebatos son a cada rato."
Uno de los comerciantes relató: "Cuando una clienta estaba pagando, un chico entró corriendo, le agarró la plata y salió para la vía. Lo salimos a correr nosotros porque te da bronca. Lo atrapamos y lo llevamos a la policía, pero al otro día ya estaba dando vueltas otra vez por acá". Además, una de sus empleadas fue sorprendida a las 5.30 de la mañana cuando entraba a trabajar. "Me agarraron entre tres, uno de atrás y otro me forzaba la cartera. Un tercero me robó la billetera, me tiraron al piso y me golpearon. Los fines de semana es peor", narró.
La puerta principal sobre Ramos Mejía se cierra de noche para evitar que se instalen los vendedores ambulantes o que duerman allí. A las 22.45, las persianas bajan y la rampa lateral sobre la calle Antártida Argentina pasa a ser el ingreso para quienes llegan caminando o en alguna línea de colectivo. Este acceso también está poco iluminado; son unos 50 o 60 metros en los que LA NACION no constató la presencia de efectivos policiales o de Gendarmería.
Por día, unos 1700 servicios llegan o parten de la terminal porteña, por viajes a toda la Argentina y los países limítrofes.
Marta Estévez llegó a las una de la madrugada a la estación para trasladarse al Norte y sintió temor al ingresar. "Viajo desde hace tiempo y nunca había visto la puerta principal cerrada. Esperé que viniera más gente para subir acompañada porque me dio miedo, vi un movimiento extraño de dos personas que estaban dando vueltas por la puerta y preferí esperar. Caminé preocupada, no da venir sola a esta hora", consideró.
Presencias extrañas
Otros pasajeros se asustan porque es frecuente ver recorrer el estacionamiento vehicular a chicos que van hacia la villa 31 a comprar droga. "Hay que caminar con cuidado, pasan seguido a buscar paco o alguna otra cosa. Igual creo que el ingreso principal es la parte más peligrosa", comentó un joven que trabaja en una parada de taxis.
Algunos opiniones son disonantes. Edith Darcio trabaja en uno de los quioscos que funcionan dentro de la terminal y aclaró que se siente segura: "Me decían que el turno noche era pesado, pero sinceramente acá adentro nos protege la Gendarmería o la seguridad privada. Si alguien molesta, vienen y lo sacan", dijo.
Consultado, Fabián Collado, subgerente operativo de TEBA SA, que tiene a cargo la concesión de la estación desde 1993 (ver aparte), afirmó que desde la llegada de esa fuerza de seguridad el predio está mucho más controlado. "Antiguamente había mucho problema con los arrebatos o robos, pero hace tres años cambió con la llegada de la Gendarmería. En marzo hubo sólo dos denuncias por robo y pasan 100.000 personas por día. Y en el libro de quejas prácticamente no hay reclamos de los usuarios por inseguridad."
Respecto de la falta de iluminación en las adyacencias y en los accesos, Collado afirmó: "Es verdad que en algunos lugares falta luz. Empezamos un recambio de lámparas porque nos exigieron pasar a luces de LED. Algunos sectores se ven afectados, es algo que estamos corrigiendo. Por otro lado, las luces en el sector donde paran los colectivos urbanos son alumbrado público, sólo nos hicimos cargo de instalar las torres".
Sin embargo, desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, que conduce Eduardo Macchiavelli, negaron esa información: "Ese predio y las luminarias corresponden a TEBA, no a la Ciudad. Es una calle interna", sostuvieron voceros de la dependencia.
La movilidad dentro de la terminal también muestra serias complicaciones, otro problema que se agrava de noche. Durante la recorrida que hizo LA NACION, todas las escaleras mecánicas estaban apagadas y las personas que llegaban a la ciudad con varios bolsos o quienes ingresaban para viajar al interior cargando valijas tenían dificultad para subir o bajar las escaleras con tanto equipaje pesado. En muchos casos, debieron arrastrar las pertenencias.
Una de las escaleras del ingreso principal está desarmada desde hace seis meses y se transformó en un basurero. La otra, algunos días funciona durante pocas horas y otros directamente no se mueve. Además, los puentes 1 y 3 fueron clausurados. En tanto, las escaleras mecánicas de los puentes 2 y 4 se apagan a las 23. Collado argumentó: "Son distintas cuestiones. Hay un problema de importación de los repuestos que demora el arreglo de las escaleras rotas. Están en vía de reparación. Los puentes fueron cerrados por un pedido de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, que trabaja ahí con sus escáneres. Las escaleras que se apagan de noche lo hacen para evitar un mayor desgaste; los motores deben descansar, es una recomendación de los fabricantes, si no se romperían rápidamente", fundamentó.
Ante la pregunta de LA NACION sobre la posibilidad de dejar alguna prendida, el subgerente operativo respondió: "Lo lógico es que dos queden funcionando, una para subir y otra para bajar. No sé por qué estaban todas apagadas", aclaró.