A no olvidar los años de desidia y corrupción
Ha pasado de todo en el ramal Sarmiento en los últimos 10 años. Se fue desde la tragedia hasta la euforia. Ayer la presidenta de la Nación, Cristina Kirchner, se paseó entre las siete formaciones nuevas que desde hace pocas horas corren en el ramal que une Once con Moreno y convirtió lo que debería ser una habitualidad en un hecho extraordinario. Y claro que lo fue.
Después de una década de despilfarrar dinero, anuncios y recursos, ayer se estrenaron unidades cero kilómetro compradas a China. Esto implica que un tren de cada tres será nuevo, al menos hasta septiembre, cuando el ramal estará renovado totalmente.
Hace poco más de dos años, luego de la tragedia del ferrocarril Sarmiento en la estación de Once, que dejó 51 muertos, el ministro del Interior y Transporte de la Nación, Florencio Randazzo, puso en marcha por primera vez durante el kirchnerismo un plan para el ramal. Bajó la frecuencia de los trenes (y, con eso, la posibilidad de que ocurran nuevos accidentes) y avanzó con obras estructurales a la espera de coches chinos.
La medida significó arrumbar en el rincón de las cosas que no se usan miles de millones de dólares que durante años el gobierno nacional destinó al ferrocarril. Aquella apuesta a recuperar los trenes y la industria ferroviaria con la que Néstor Kirchner hizo campaña en 2003, en 2007 y en las legislativas de 2009 se desarticuló y se optó por la opción más rápida y segura: comprar trenes a China, terminados y puestos en la Argentina.
Cada habitante del país aportó varios miles de pesos, que se derrocharon en campañas y negocios oscuros entre empresarios, funcionarios y sindicalistas.
Los empleados ferroviarios vieron cómo sus ingresos subían a ritmo inesperado y los usuarios se mantuvieron anestesiados por un boleto que salía monedas. Una perfecta combinación para que nada cambie.
El negocio
Sin tiempo para otra cosa se optó por China. Allí no hubo condiciones particulares, ni créditos, ni financiamiento. El Gobierno fue y pagó el precio de mercado por casi 2000 coches, entre vagones y locomotoras. Las condiciones de pago fueron las mismas que tiene quien compra un sillón para el living: un adelanto, y el resto, a contra entrega, a excepción de un 10% que se reservó el comprador y que se pagará una vez que las pruebas de funcionamiento y prestaciones estén realizadas.
Durante estos años de desastre los pasajeros se acostumbraron a no pagar por su boleto; la vergüenza estatal por el servicio que se brindaba era tal que no había autoridad moral para exigir las monedas del pasaje.
Sólo en los últimos meses, con la colocación de molinetes, la costumbre de pagar por un servicio empezó a mostrar la recuperación de las ventas.
Ahora vendrán tiempos de trenes nuevos. Pues, bienvenidos a los rieles. Pero bueno sería también no olvidar los diez años anteriores cargados de desidia y corrupción. Y apostar a que no sea la tragedia la que impulse los cambios profundos.