Los trenes de alta velocidad, que nacieron en Japón y fueron impulsados por Francia, se multiplicaron en los últimos 20 años, especialmente en Asia; China quiere llegar a los 70.000 km para 2035
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Son rápidos, emiten poco dióxido de carbono y se imponen en el mundo como una alternativa a los vuelos de corta y media distancia, rompiendo con el dominio total de las aerolíneas. Los trenes de alta velocidad, también conocidos como trenes bala, son aquellos que alcanzan velocidades de 200 km/h en vías adaptadas, y desde 250 km/h en vías específicamente diseñadas para ellos. Son aliados en la lucha contra el cambio climático y cada vez hay más ciudades desde y hacia donde se puede viajar en ellos.
Todos estos beneficios los convierten en un foco de interés para los países que buscan mejorar la movilidad dentro de sus territorios. Sin embargo, el proceso de instalación es caro, y requiere de un gran desarrollo tecnológico. Así, contar con una red de trenes de alta velocidad se convirtió en el último tiempo en una cuestión de prestigio entre estados.
En este sentido, Japón fue el gran pionero en el desarrollo de trenes de alta velocidad, habiendo inaugurado Shinkansen, la primera red ferrovial en 1964, para conectar el superpoblado conurbano de Tokio-Yokohama y Osaka-Kioto, cuyas líneas de transporte estaban saturadas. La red, que se fue expandiendo y hoy cuenta con 3050 km, alcanza velocidades de hasta 320 km/h.
Francia fue otro de los pioneros en la materia. En este caso, aunque la idea original estaba orientada a motores de gas, la crisis del petróleo de 1973 desembocó en una apuesta del país por la energía nuclear y la electrificación de los ferrocarriles, dando origen a la TGV (Train à Grande Vitesse), la línea de trenes de alta velocidad francesa.
Sin embargo, es China quien lleva hoy la delantera en el desarrollo de esta alternativa avanzada de movilidad. En apenas una década, el gigante asiático construyó casi 40.000 km de vías de alta velocidad, más que la suma del resto del mundo, y quiere llegar a los 70.000 km para 2035. Para tener puntos de referencia: toda la Unión Europea cuenta con 11.000 km de este tipo de vías férreas.
El éxito de China
El abismo que hay entre el nivel de desarrollo que alcanzó China y el resto del mundo puede explicarse, parcialmente, por los costos de inversión. Mientras que en China un kilómetro de vías de alta velocidad cuesta entre 15 y 18 millones de euros, en Europa la misma unidad asciende a entre 22 y 34 millones de euros.
Aunque el auge de la infraestructura en China es una cuestión de voluntad política, el país “puede movilizar mucha mano de obra y materiales de construcción baratos”, explica Cecilia Van Springer, investigadora del impacto ambiental de la política de infraestructura china. Según la experta, las constructoras usan enormes cantidades de acero, aluminio y otros materiales con alto contenido de carbono de origen local que impulsan la economía de ese país.
Otro motivo por el que Europa está lejos de ser rival de China en este campo es que el esfuerzo del viejo continente por desarrollar este sistema de transporte pasa por iniciativas nacionales e individuales, en lugar de centrarse en cooperativas de escala internacional, para coordinar horarios, tarifas y cruces de fronteras. En otras palabras, Europa necesita unificar su red de trenes de alta velocidad para que, por ejemplo, viajar de Madrid a Roma pueda ser posible pagando un único pasaje y evitando trasbordos incómodos, demoras innecesarias y sobreprecios por falta de flexibilidad.
Lejos de ser un interés exclusivamente sostenible, China apostó por este método para conectar a su territorio, pero también para facilitar la incidencia en las regiones autónomas del Tíbet, Mongolia Interior y Sinkiang, así como para exhibir su poder tecnológico a nivel internacional.
En la potencia mundial que inauguró la primera vía para trenes de alta velocidad recién en 2003, hoy la cantidad de viajes en tren supera a la de cualquier otro transporte y, en algunas rutas, es tal la preferencia del medio que hay vuelos que directamente fueron cancelados. David Feng, investigador independiente especializado en los trenes de alta velocidad de China, explica que otro motivo que justifica el éxito de los trenes bala es que, en China, los vuelos comerciales deben esperar el aval de la fuerza aérea para el despegue, condición que resulta en retrasos de hasta siete horas en las aerolíneas.
Actualmente, el tren más rápido del mundo, el Shanghai Maglev, tiene una velocidad comercial máxima de 460 km/h; y el gobierno chino presentó un proyecto de un tren de suspensión magnética que alcanzaría los 600 km/h, convirtiéndolo en el vehículo terrestre más rápido del mundo.
En definitiva, en el campo de la movilidad, los trenes de alta velocidad son parte del futuro ya presente. Además de acortar considerablemente el tiempo para recorrer largas distancias, son sencillos de implementar en el sistema de transporte y, aunque durante la construcción de las vías se emite C02, en el balance general el tráfico ferroviario reduce la huella de carbono, destacan los expertos.
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