Las experiencias de mujeres que dejan otros trabajos y se meten en el mundo de las aplicaciones de movilidad; qué buscan, cuánto ganan por día y qué situaciones enfrentan durante la conducción
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“El trabajo de escritorio no me funcionaba. Ni ganaba lo suficiente ni tenía flexibilidad. Yo quería libertad e independencia económica. El tiempo lo pones tu. Yo decido cuánto quiero ganar. Si hoy quiero hacer $10.000 salgo y no vuelvo hasta conseguirlos”.
María tiene 33 y es de Barquisimeto, una ciudad a cuatro horas de Caracas, la capital de Venezuela. Se vino a Buenos Aires porque la situación económica allá ya no daba para más, pero el detonante fue que la asaltaron saliendo del auto, cuando estaba desensillando a su beba en la parte de atrás. En la Argentina encontró un nuevo comienzo. No sin índices de inseguridad vial, pero sí uno en el que se anima a salir a la calle a levantar y llevar gente, desconocidos, todos los días; a ir de un lugar a otro confiando en tener las herramientas necesarias para sortear las situaciones que se puedan presentar llegado el caso.
Desde hace ya cinco años María -como varias como ella que, según los referentes del sector de las aplicaciones de movilidad, son cada vez más- es conductora. El oficio le permitió reencontrarse con esas cosas que tanto anhelaba: tiempo, roce social e independencia económica. Al principio lo complementaba con un trabajo más “normal”, en una empresa con horario fijo, pero la parálisis de la pandemia la motivó a cambiar el rumbo y a meterse de lleno en el mundo de las apps.
Según los datos que manejan las empresas de aplicaciones de movilidad como Cabify, Uber, Beat y DiDi, las mujeres conductoras son todavía una minoría que ronda el 10% del total de conductores registrados. Pero todas advierten un crecimiento en el número de conductoras que se van sumando y cuentan con iniciativas puntuales para estimular su inclusión. Cabify, por caso, se fijó el objetivo de que las mujeres sean el 15% de los conductores en los próximos tres años en todos los mercados en los que opera.
Libertad e independencia económica
Adriana, que va a cumplir 60 años y empezó con Cabify hace cinco, también trabajaba en una empresa antes de esta vida, en el sector administrativo, haciendo tareas rutinarias que le consumían nueve horas diarias. “En 2017 tiré la toalla. Basta de estar encerrada y trabajando para otro. Trabajar de conductora es una forma de independizarte sin asumir demasiados riesgos”, sentencia.
En otras palabras: es una entrada que depende de la propia dedicación y responsabilidad. “Siendo conductora una se pone la meta de plata que desea, y trabaja la cantidad de horas necesarias para alcanzarla. Eso sí, hay que ser organizada y disciplinada, porque en la mayoría de las apps, lo ganado por viaje se adquiere instantánea o semanalmente, de manera que siempre se tiene a mano plata para gastar”, explica.
María, que además tiene un emprendimiento de tortas -y aprovecha los viajes en taxi para hacer envíos- tiene una rutina que respeta y fusiona con la de su esposo, que también se dedica a la movilidad. Ambos mediante Beat -app operativa en la Argentina desde 2019- trabajan todos los días con un horario establecido pero sujeto a cambios. Ella arranca su jornada laboral después de dejar a su hija en el colegio a la mañana, y la termina cuando la pasa a buscar a la tarde. “Trabajo el tiempo que está en clase. Con mi jornada laboral anterior cuando llegaba a casa ella estaba dormida. Antes el único momento que compartíamos era cuando la preparaba para irse al colegio, me perdía de cosas que hacen a la convivencia. Ahora tengo contacto todos los días”, rescata.
La fórmula: horarios y días que convienen
Entre trucos y recetas, María revela que conviene trabajar a pleno las primeras semanas del mes, porque es cuando la gente, con el sueldo fresco, se puede dar el lujo de viajar en auto. A fin de mes, en cambio, hay más moderación en materia de gastos. “Esos días no salís tan temprano y trabajás menos”, cuenta. Por otro lado, la franja horaria de 10 a 12 suele ser “muerta” y no tiene sentido estar pendiente de posibles viajes. “Parate y desayuná, no te estreses”, recomienda.
Por su parte, Mariel, porteña que también trabaja en el rubro, se queda con el turno tarde-noche. En general arranca alrededor de las tres de la tarde y a veces termina cerca de las cuatro de la mañana. “Es todo más tranquilo a esa hora, la gente está más relajada”, explica. Empezó a manejar los 12 años, pero con el mundo de la conducción paga se encontró hace tres. “Me divierto y encima gano plata”, dice entre risas.
Tiene una hija de 25 años, Florencia, que también maneja con una aplicación. Las dos confirman que es un trabajo con el que ganan bien y están contentas; con el que pueden producir y tener la libertad necesaria para transitar una vida sin apuros.
Adriana también es del equipo tarde-noche. Parecería que no hay mejor estudiosa del cambio de las energías humanas en el trascurso del día que la mujer taxista. “No es el mismo el pasajero que salió a trabajar a las 7 am y le queda toda la jornada por delante, que el que terminó su día y está yendo a descansar o a hacer algo divertido. Los ánimos y las energías cambian”, revela, y cuenta que generalmente son los momentos de la tarde-noche los que más se prestan para la charla. “Es una de las cosas que me encantó desde el primer momento: la parte social”, dice.
Madre, cura y psicóloga
Tanto María como Mariel y Adriana coinciden en que las mujeres trabajan más y mejor. “Somos más visuales: prestamos más atención y aprendemos más rápido”, sintetiza María. “Los hombres manejan como locos, y de noche, salvo que sea Navidad, no paran el auto, porque asumen que no hay nadie en la calle. Tu puedes estar manejando muy bien, pero para ellos estás estorbando”, agrega. “Prestamos tanta atención y somos tan precavidas en gran parte por cómo manejan ellos”, dispara.
Por su parte, los pasajeros retribuyen esa amabilidad y ese trato diferencial, dicen. “Qué suerte una mujer”; “Ay ahora sí me puedo relajar”; “¿Me puedo dormir un rato?”; “¿Te puedo pedir el número para llamarte si necesito un taxi en el futuro?”, son algunas de las exclamaciones y preguntas que escuchó Mariel en reiteradas oportunidades. “Muchas madres me preguntan si gano bien, porque les interesa meterse. Yo les digo que sí, y que metan a sus hijos a trabajar en esto”, comparte en diálogo con LA NACIÓN.
Según datos de Beat, para el 71% de sus 145.000 usuarios conductores (números de mayo último) manejar con la aplicación representa su principal fuente de ingresos, que puede llegar hasta más de $70.000 semanales dependiendo de las horas dedicadas.
Para Adriana -que devolvió tres celulares en tres oportunidades distintas, y más de una vez tuvo a pasajeros que lamentaban tener que bajarse del taxi de lo bien que lo estaban pasando- el rol de conductora es toda una experiencia. “Conocés tantas historias... El pasajero piensa que sos como su cura o su psicóloga y empieza a hacer catarsis, y vos ves la diversidad humana. Todo adentro del auto”, reflexiona.
La mujer es más responsable y los hombres lo saben. María escuchó a varios pasajeros hombres decir que prefieren tomarse un taxi con una conductora mujer que con un hombre, porque manejan con más aplomo y les generan más confianza. “La mentalidad del hombre es distinta y se nota en las acciones. Yo salgo de mi casa para trabajar, porque para no trabajar prefiero hacer otra cosa que estar arriba del auto”, cuenta María con determinación.
Romper con los tabúes
Detrás de la seguridad en sí mismas que hoy muestran, las entrevistadas confiesan que debieron transitar un camino de superación de miedos y de aprender -o acostumbrarse- a lidiar con situaciones incómodas e innecesarias.
Por un lado, enfrentarse al miedo a la improvisación del hombre al volante. “Todo lo que significa estar con un auto en la calle es distinto siendo mujer. Te encierran o se creen con más derecho por ser hombres, y por ahí te hacen maniobras que están mal. Hacen todo sin mirar y sin preocuparse. Sin pensar en que hay un otro”, se queja Adriana.
Naturalmente, esta dinámica dada se inserta en el ya de por sí caótico tránsito urbano. “Cuando llegué a Buenos Aires y me monté al auto por primera vez pensé que no podía. Habían demasiados autos, colectivos y motos. Estaba a punto de llorar”, cuenta María, como cuando alguien narra cómo aprendió a andar en bicicleta. Al estrés del volante lo superó gradualmente y sola, una vez que entendió que, como con casi todas las cosas, la mejora viene con la práctica.
En la misma página se inscribe el miedo a que el pasajero tenga malas intenciones. “Una vez subí a uno que intuía que podía terminar mal. Decidí encararlo y decirle que si pensaba robarme iba a salir perdiendo, porque andaba sin un mango encima”, recuerda Mariel y se nota que es una de esas anécdotas que la marcaron. “Andate y estamos a mano”, le dijo al ladrón en potencia con solo ella sabe qué cara. Efectivamente, le iba a robar, pero desistió y se bajó rápido del taxi. “Te imaginarás que no le pedí que me pague. Para mí estábamos a mano”, remata.
Mariel explica que es una cuestión de percepción instantánea, y que al peligro lo sentís o no lo sentís. “Es el mismo mal presentimiento que sentís en la calle, solo que cuando estás caminando podés irte y meterte en algún lugar rápido, y cuando estás en el auto lo tenés literalmente atrás tuyo”.
A todo eso se suma el prejuicio de que la mujer maneja mal. “Te pueden insultar y tratar de asustar. En la calle la mujer es menos respetada. Hay mucho misógino suelto y ahí se expresa a flor de piel”, protesta Adriana.
En definitiva, son varias las trabas con las que una mujer se enfrenta en la conducción. Para vivir en una realidad en la que se pueda elegir que la persona que maneja el taxi sea mujer todavía hay un largo camino que transitar. Un camino de construcción de conciencia social y demolición de prejuicios. “Yo creo que la mujer está a la altura de todo, pero todavía hay muchos que no lo saben”, concluye Adriana.
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