Un orfebre y un coleccionista de autos vieron su realidad cambiar desde que conocieron los modelos diseñados por el argentino; sus anécdotas, fuentes de inspiración y cómo llegaron al mítico diseñador gracias a la osadía y el arte
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Amantes del arte y los autos, Jorge Gómez y Gustavo Celli logran combinar su pasión con su trabajo y estilo de vida. Uno desde el lado empresarial, emprendiendo en distintos ámbitos de la vida, y el otro desde el lado de la orfebrería de lujo. Se conocieron gracias a su admiración por Horacio Pagani, diseñador argentino de autos de lujo, y forjaron una amistad impulsada por esas aristas.
“Yo soy un poco gracias a lo que Jorge me dio la oportunidad de ser”, agradece Gustavo. Los dos formaron parte de la cuarta entrega del evento de Movilidad organizado por LA NACION y se detuvieron a repasar sus obras más destacadas, su pasión, motivación y las anécdotas vinculadas a los autos que los llevaron a ser quienes hoy son.
“Mi familia empezó con una fábrica que hacía fundición de piezas de ornamentos y accesorios para marroquinería; yo ahí era el modelista. Cuando terminé el secundario trabajé en talleres de joyería y siempre me fui perfeccionando, aprendiendo nuevas técnicas”, recuerda Celli. “Mi familia es muy humilde, éramos clase baja y vivíamos con techos de cartón. Mi mamá me vestía como si fuera a ir al Premio de Mónaco; me dio mucha confianza en mí mismo, todos los días me decía que todo lo que me propusiera en la vida lo iba a lograr”, añade Gómez.
Sus vidas, en origen distintas, estaban unidas por la misma pasión: los autos. “Él (Gustavo) me empieza a seguir por Instagram y me ofreció un auto a escala. A mí mucho no me gustan, pero lo fui a ver. Yo tenía un diamante que le había comprado a mi mujer y ella pensaba que era una barbaridad. Me quedó el brillante y se lo di para que hiciera un anillo. Jamás imaginé que iba a ser lo que hizo; cuando lo vi, dije: ‘Este tipo está más loco que yo’. Me encantó”, recordó el coleccionista.
Gómez luce un reloj y un anillo únicos diseñados por el orfebre. “Ese trabajo demora alrededor de ocho o nueve meses. A veces se extiende un poco más, pero ese es el tiempo promedio”, explica Celli. “A mí me gustan los autos desde muy chico. Antes de conocer a Jorge yo hacía réplicas a escala. Vi por primera vez al [Pagani] Zonda de Jorge en el Salón del Automóvil y ahí hice contacto con él”, añade.
Pero mucho antes de conocerse, la osadía de Jorge Gómez y su atracción hacia los autos de Horacio Pagani fueron el punto de partida para que estas historias se encuentren. “En el año 2000 fui al Salón del Automóvil en Ginebra y vi un stand muy chiquito. Dije: ‘Este debe ser el del argentino’. Horacio no estaba, pero sí un amigo de él que me dejó pasar, sacarme fotos con el auto y me dio un folleto. Volví, yo estaba en el club de Ferrari y les dije que compraran ese auto”, narra.
“Pasaron cinco años y digo: ‘Si yo tengo la oportunidad de hablar con Horacio estoy seguro de que le caigo bien, por ahí tiene un auto usado... y me mandé. Yo estaba en Argentina y saqué un pasaje para Ginebra”, continúa. Bajo el lema “la peor gestión es la que no se hace” entró en contacto con el diseñador de autos y le sugirió que le vendiera un vehículo usado.
“Cuando me dijo el precio, que valían mucho menos que ahora, le dije que la plata no la tenía, que iba a buscar un amigo para ver si lo pagábamos a medias. Volví al otro día y le dije: ‘Horacio, el negocio se puede hacer, pero ¿y si cuando lo manejo no me gusta?’”, explica. Sin darse cuenta, Gómez estaba manejando un Pagani original junto al diseñador por las calles de Módena.
“Cuando yo lo voy a pagar, el que la recibía me dice que no sabía nada”, recuerda. Un llamado a Pagani para aclarar la operación terminó con un regalo extra del diseñador. “Después de llamarlo, a los 15 días me manda un mail diciéndome que iba a desarmar el auto y hacerlo a nuevo. Hay una cosa que me gusta mucho de esa historia que es que Horacio me dijo: ‘Estuve con gente muy importante en Argentina, nadie me compró nada, viniste vos y me dijiste que no tenías la plata, que querías cuotas... todo era tan poco serio que pensé que no me ibas a comprar el auto, por eso no avisé para que te reciban la plata. Me sentí tan mal que les dije a todos que lo desarmaran y lo hicieran de nuevo, era lo mínimo que podía hacer. Ahí empezó la amistad”, cierra.
Tras ese episodio, el empresario y el diseñador forjaron una amistad que perdura en la actualidad. Gómez no solo le compró varios modelos a Pagani, como el Utopía, la más reciente creación de la firma de autos de lujo, sino que incluso adquirió el primer vehículo que el diseñador manejó en su vida y lo convirtió en una escultura en su honor.
Además, junto a otro artista, fabricaron un Pagani a escala hecho únicamente con monedas soldadas, una escultura de alto valor que luce con orgullo en redes sociales y en su museo de arte. “A mí me gusta llorar de felicidad y eso me pasa con los autos. Me emociona el arte, pero el auto me hace llorar. Cumplí un montón de sueños, pero siempre voy por más. Esto se termina el día que te morís, mientras tanto vamos a seguir haciendo locuras y dándole trabajo a los artistas”, cierra Gómez.
“Lo que la madre hizo para con él es lo que él hace para con nosotros. Nos da la confianza y la posibilidad de expresar lo que uno sabe, hace y la pasión que uno tiene. El poder darte la libertad de hacer lo que tiene que ver con tu trabajo y oficio es impagable. Los autos son una forma de expresarse, yo los pude enfocar en la orfebrería, pero es una pasión que poder llevarla en un arte es importantísimo”, concluye Celli.
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