Ornella y Cristian compraron una Combi Volkswagen modelo 88 en junio de 2020, la bautizaron “Dorita” y hace un año y medio viven viajando; tras recorrer toda la Argentina, están por cruzar a Brasil y quieren llegar hasta Estados Unidos
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Al reparo del techo de una estación de servicio en Jardín América, provincia de Misiones, Dorita espera a que pase el azote de la lluvia que el efecto Niño ha traído sobre toda la Mesopotamia. No tiene apuro. Ha recorrido ya 13.200 kilómetros desde que salió de Los Antiguos, Santa Cruz, y en sus vidrios lleva pegadas las marcas de los lugares visitados: Ruta 40, Ushuaia, Puerto Madryn, Buenos Aires, Entre Ríos, Uruguay, Misiones, Corrientes.
Con la carrocería marrón perlada por las gotas de lluvia y sus elegantes cubiertas cara blanca, Dorita, una combi Volkswagen T2 modelo 1988, aguarda a que escampe. Esa máquina es la materialidad de un sueño, la realización del proyecto de Ornella y Cristian, que han decidido vivir viajando por el continente americano.
La aventura empezó en junio de 2020, cuando arreciaba la pandemia. Ornella, psicóloga y bahiense de nacimiento, y Cristian, maestro oriundo de Los Antiguos, trazaron con punta fina su proyecto y fueron tras el vehículo que les permitiera hacer realidad su ilusión. Después de mucho buscar lo encontraron en Bariloche.
La combi tenía chapa y pintura hechas a nueva. Fue amor a primera vista. La compraron por $450.000 y la bautizaron Dorita, en honor a la abuela de Cristian, viajera de otros tiempos. Ese sería tan sólo el primer paso de un largo proceso necesario para acondicionar el vehículo y darle las comodidades requeridas a la hora de salir a recorrer las rutas del continente.
“Somos los terceros dueños de Dorita. Los primeros la usaron bastante, en cambio los segundos no. La combi estaba en excelentes condiciones. De chapa y pintura estaba muy bien. Después con el tiempo nos dimos cuenta de que había que hacerle el tren delantero y el trasero, y el motor había que chusmearlo un poco también”, explica Cristian.
Sentarse en la butaca del conductor fue como atravesar un portal en el tiempo, ingresar en otro universo. Cristian, que estaba acostumbrado a manejar su camioneta Ford Ecosport, se encontró con un vehículo que tenía “dirección mecánica, durísima. El volante es duro, la palanca de cambios está lejos, los pedales están más cerca. Todo era diferente. Tenía un cebador, la calefacción de la combi es totalmente distinta. Fue un giro rotundo”.
Dorita está motorizada con un Boxer 1600 original, naftero. “En el mundo de las combis hay una grieta entre dejarle el motor original o cambiárselo –subraya Ornella-. Decidimos dejar el original porque los repuestos se consiguen en toda América. Es mucho más noble la mecánica tradicional que meterse en algo más moderno. Ni hablar de los gastos”. Cristian agrega: “Todo lo que es la marca Volkswagen, y el ensamblado de combis en especial, está en Brasil y México, así que los repuestos se consiguen”.
La decisión de no convertir la combi a gas también es estratégica. Los tubos le quitarían un precioso espacio en el habitáculo, lugar que necesitan para artefactos de la vida cotidiana. Así que Dorita siguió siendo naftera, con un tanque que tiene capacidad para 40 litros. El peso de la combi cargada, más el diseño poco aerodinámico, hacen que consuma aproximadamente 13 litros cada 100 kilómetros.
La nafta es el principal gasto que enfrentan Ornella y Cristian en este viaje que no tiene punto final. En Misiones debieron soportar colas de hasta tres horas para cargar porque el tipo cambio hace que los consumidores del Paraguay aprovechen la oferta. En otras ciudades de la provincia se encontraron con que sólo les permitían comprar 10 litros.
Trabajo duro
Antes de que Dorita se echara a andar por las rutas, entonces, hubo un largo trabajo de puesta a punto, de camperizar el vehículo. “Hicimos un plano para hacer la distribución de las cosas, dónde iba a ir la cocina con horno, dónde la heladera, dónde guardar la ropa, la garrafa de gas, la bacha. Eso lo visualizamos y lo dibujamos”, recuerda Cristian, un santacruceño hincha de Tigre, que lleva el banderín del Matador colgado detrás de la butaca del conductor.
“Le pusimos un aislante de doble aluminio de 10 milímetros para tratar de evitar la condensación que se da con los cambios de temperatura y en el contraste entre el frío de afuera y el calor de adentro del vehículo. También para aislarnos de las temperaturas –explica Ornella-. Todo el tendido eléctrico es a 12 voltios y tenemos un inversor de corriente de 12 a 220 para computadoras”. Todo se alimenta de las dos placas solares que están sobre el techo de Dorita.
Camperizar a Dorita fue todo un desafío, algo así como jugar un Tétrix desmesurado. Y como nadie nace sabiendo, Cristian y Ornella empezaron a preguntar, miraron videos, fueron curiosos. “La comunidad de los viajeros es muy grande. Uno va preguntando qué usas, qué hiciste, qué madera me recomendás para los muebles, qué placas solares, de cuántos watts. Miramos muchos tutoriales en youtube. Hay que ir investigando”, sostiene Ornella.
Ellos dicen que Dorita se porta “de lujo”. Sin embargo, debieron superar algún que otro contratiempo en el camino. En Puerto Madryn estuvieron dos meses parados ante la necesidad de rectificar el block del motor Boxer 1600. Allí se toparon con un inconveniente: el trabajo sólo se podía hacer en Buenos Aires. Así que hasta allá viajó el motor solo, mientras ellos afrontaban el gasto “súper importante” vendiendo artesanías y organizando un par de rifas.
Salieron airosos del desafío y eso, de alguna manera, también los templó. Un año y medio después de haber salido de Los Antiguos, Dorita ha recorrido la Ruta 40 pasando por El Chaltén, Calafate y Río Gallegos, y cruzó a Ushuaia para tocar el punto más austral del país. El periplo la llevó a subir por la ruta 3, cuando comenzó el tiempo de las nevadas, y tras superar la rotura en Madryn –como quien pierde el turno en el Juego de la Vida-, visitó Bahía Blanca, Buenos Aires, Entre Ríos y cruzó a Uruguay, donde Ornella y Cristian estuvieron cuatro meses y medio recorriendo la costa. En mayo Dorita regresó a la Argentina para andar por los caminos de Misiones y Corrientes. En breve traspasará la frontera e ingresará en Brasil para encarar un periplo de seis meses.
Aún a los viajeros sin reloj ni agenda los suele alcanzar las garras de la burocracia. Ornella y Cristian volverán al país para tramitar el visado que les permita ingresar en los Estados Unidos, pero lo que más lamentan es que no hay forma de renovar el registro de conducir fuera de la Argentina. “Ningún consulado o embajada lo renueva. Hay que volver sí o sí, estés donde estés”, recalcan.
En esto de vivir viajando por América, Dorita es mucho más que una combi. Es una casa con ruedas, un pedacito de la Argentina rodando por el continente. Es un sueño con alas grandes y, sobre todo, una aventura sin fin.
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