Se conocieron en España con el mismo sueño; hoy viven de viaje por Latinoamérica en un furgón con su perro y dicen que la libertad vale la pena
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Algo parecido a la llamada de la selva es lo que vivieron Martín Patiño y Paula Salado hace ya más de un año. Él, un porteño de 38 años, y ella, una andaluza de 35, llevaban vidas estables en Blanes y Barcelona respectivamente -ambas localidades en la parte catalana del país- hasta que se conocieron y, en el interior de cada uno, un chispazo de a todo o nada se encendió.
“Todo empezó la primera vez que nos vimos, en nuestra primera cita. Habíamos quedado en tomarnos unos mates en la playa y, hablando de la vida, del cielo y de las estrellas, con muchas risas de por medio, surgió la pregunta: ¿Cuál es tu sueño?“, cuenta Salado en un diálogo con LA NACION.
Resulta que para ambos y por esa cosa llamada destino, el sueño era viajar en furgoneta y recorrer Sudamérica y el Sudeste Asiático. Salado lo tenía, de hecho, desde muy chica y ya había intentado activarlo: hace unos años había planeado un viaje a la Argentina y la pandemia lo fastidió. En Patiño, por su parte, ya estaba madurando el concepto.
Ambos cuentan que conocerse era el disparador necesario para darse cuenta de que la vida es corta y que de nada sirve dar vueltas. A los seis meses se mudaron juntos y empezaron a ahorrar y a vender todo lo que ya no les servía, para poder volcarse de lleno en el único objetivo que sí importaba. A los 12 apareció Tango, un border collie de ojos azules, adicto a los mimos y a la pelota, “o lo que sea que le tires”.
“La vida nos mandó lo que veníamos pidiendo y juntó a un argentino soñador con una andaluza aventurera y un perro protector”, resume con gracia Salado. “Durante los primeros meses de convivencia empezamos a despojarnos, no solo de cosas materiales, sino también de miedos”.
En septiembre de 2022 llegaron a Buenos Aires, donde concretaron dos trámites importantes para empezar. El primero fue casarse por civil. El segundo fue ubicar y comprar una Sprinter que se transformaría en su hogar y medio de transporte. Le pusieron “La Tangoneta” -en honor a Tango-, y la mandaron recamperizar a una casa especializada en la localidad bonaerense de Alejandro Korn. En enero de 2023 estaban con sus emociones a flor de piel en camino a la Patagonia.
Una travesía 100% latinoamericana
La primera noche de la travesía la pasaron en Villa Ventana, en provincia de Buenos Aires; la segunda en San Antonio Oeste, en Río Negro; y la tercera en Bariloche. Ahí hicieron la ruta de los Siete Lagos y bajaron a El Bolsón, desde donde fueron a Los Antiguos, El Calafate y El Chalten; luego bajaron a Río Gallegos, llegaron al kilómetro cero de la Ruta 40, conocieron Cabo Vírgenes y cruzaron el estrecho de Magallanes a Tierra del Fuego, para alcanzar una de sus metas de ensueño: Ushuaia.
De ahí cruzaron a Torres del Paine en Chile, en donde tomaron la Ruta 3 para empezar a subir. Pasaron por Puerto San Julián, Puerto Madryn y de ahí nuevamente a Buenos Aires, Capital Federal, aunque esta vez fue algo parecido a una parada técnica, porque de ahí siguieron para Gualeguaychu, Concordia, Yapeyu, Corrientes, Posadas.
Ya en Paraguay recorrieron Encarnación y varios pueblos linderos al Río Paraná y en balsa volvieron a suelo argentino para conocer Puerto Iguazú. Con sed de portugués cruzaron en balsa a Brasil y encararon para Ametista do Sul, Curitiba y Florianópolis.
El último destino -por ahora, y desde donde responden a las preguntas- es Punta del Diablo, en Uruguay, a donde llegaron cruzando el Arroyo Chuy.
La pareja coincide en que, desde el punto de vista cultural, cada país tiene lo suyo único e irrepetible, aunque destacan como hito de su viaje tanto a Ushuaia, quizá porque era uno de sus destinos más anhelados.
“Es difícil quedarse con uno. Nos encantó la magia del sur, lo selvático del norte y de las islas de Brasil y la paz bohemia de Uruguay, pero nos trataron muy bien en cada uno de los lugares que conocimos”, comenta Salado, que se reconoce como una romántica en pleno viaje. “Todo me enamora”.
Un día en el ruedo
Una de las cosas que intriga a aquellos que piensan en vivir en el ruedo pero no se lo imaginan es la dinámica de la rutina. Para Patiño y Salado, es la mejor parte. “Lo más apasionante del plan es que no hay plan. Cambiamos de rumbo cuando queremos”.
Están acostumbrados a dormir en lugares en la naturaleza, donde no pasan autos, para poder descansar de verdad. “Nuestro despertador es Tango, que alrededor de las ocho de la mañana rasca la puerta de la furgoneta para salir y nos ladra bajito, o se sube a la cama y nos pega su nariz a la cara”, cuenta Salado con una sonrisa maternal. “Es muy tierno”.
Desayunan café y tostadas, meditan y hacen yoga y trabajan online. Patiño se dedica a las terapias energéticas y es consultor de bioexistencia consciente. Antes de eso era chef en un restaurant. Salado, por su parte, es coach especializada en inteligencia emocional y autoconocimiento. Ambos comparten la afición por lo artesanal y en su tiempo libre hacen macramé, que cuando visitan lugares más poblados venden instalando un puestito “fugaz”.
Nunca le dicen que no a un fueguito o a una guitarreada, y si van las dos de la mano mejor. De noche el plan predilecto puede variar: cocinar siempre está en la lista, que casi siempre va complementado con una buena película de acción o alguna serie divertida, o con un libro, un juego de mesa o un truco que a menudo lleva horas porque tienden a empatar.
“Mucha gente se interesa por nosotros. Algunos nos invitan a comer. Otros nos ofrecen un lugar para lavar ropa o para ducharnos”, cuenta Patiño y piensa en lo próximo que va a decir unos segundos más. “Es increíble la cantidad de personas que nos dicen que hacer lo que estamos haciendo es su sueño”.
Despojarse de lo material
Nunca todo es color de rosas y eso también lo tiene presente esta pareja de viajeros de van. Varias veces les cuestionaron y criticaron su decisión de dejar todo y lanzarse a manejar. “Hay de todo, algunos nos animan y otros nos preguntan si vamos a seguir así hasta jubilarnos. Nosotros entendemos que cada uno opina desde su mapa mental, pero nosotros tenemos el nuestro y estamos felices de verdad”.
Así y todo, no tienen problema en admitir que lo que más les costó dejar atrás es la familia y los amigos, aunque también confiesan que extrañan las duchas de agua caliente y los gigas libres.
También encuentran obstáculos cuando llueve y les toca encontrar un lugar al aire libre para que Tango pueda jugar. “Tango es parte innegociable de nuestro viaje, es uno más. Nosotros viéndolo caminar por las montañas o meterse en el mar en la playa disfrutamos mucho más”, ilustra Salado. “No sería lo mismo sin él y estamos felices de que nos pueda acompañar”.
Los tres están convencidísimos de que cualquier percance vale en nombre del beneficio de la libertad. “Sentirse nómade y trabajar día a día el desapego en todo sentido es hermoso”.
Hoy no tienen fecha de retorno. En parte porque no les gusta atarse a compromisos y en parte porque coquetean con la idea de que nunca se termine. “La vuelta será cuando hayamos visto todo lo que queramos ver”, dice Salado con un deje misterioso.
Sí están seguros de que su lugar es lejos de las ciudades, en la naturaleza; que la dinámica de vivir de viaje recién empieza, siendo Latinoamérica el primer capítulo de una gran novela.
De todo lo que aprendieron en la aventura de vivir en el ruedo, se quedan con algunas premisas que ya empezaron a implementar. “No necesitamos tantas cosas materiales y se puede vivir sin tanta ropa. Se puede confiar más en la vida y en las personas y el tiempo es lo más importante que tenemos”, dice Salado. “Ah, y que un mecánico de tractores te puede arreglar la furgo”.