Docente y músico de formación, Horacio Purriños se constituyó como especialista en mecánica en general y de la marca del Cavallino en particular; fue quien restauró el motor del auto de carreras más importante de la historia argentina: el que compartieron Fangio y Froilán González
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Detrás de las grandes historias, del desarrollo de mayúsculos proyectos como la puesta en valor de piezas históricas caras al simbolismo y los afectos, suele haber hacedores que tienen mucho de anónimos. Muchas veces esas historias no alcanzan el nivel de popularidad que ameritan. La de la recuperación de la Ferrari 166 FL de 1949, una de las dos máquinas con las que corrieron Juan Manuel Fangio y Froilán González, es una de esas epopeyas dignas de atención. El artífice de resucitar su motor fue Horacio Purriños, un especialista en mecánica oriundo de Boulogne que forjó una prolífera trayectoria a base de pasión, creatividad y esfuerzo. Dice que buena parte de los logros que atesora a título personal “se dieron de alguna u otra forma por hechos fortuitos que lo tuvieron en el momento justo y en el lugar indicado”.
Horacio Purriños Classic & Sport Car es el nombre de su emprendimiento establecido en Villa Adelina, en un local ubicado en torno de una típica postal urbana. A simple vista, sería un taller más, pero éste no es igual a los demás. Su propietario es un distinguido en lo que hace dentro del exclusivo mundillo de los restauradores top que hay en el país. De hablar pausado, con tono amable y enriquecido por un léxico que le pone el justo valor a cada anécdota compartida, cuenta que ha restaurado unidades pre y posguerra de las mejores marcas de la industria como Rolls Royce, Jaguar, Bugati y Alfa Romeo. Todos lo deslumbran, pero su gran debilidad son los motores de la casa de Maranello.
¿Por qué Ferrari?
Dice que lo que más lo sedujo de la casa fundada por “il commendatore” es su mística y esa vibra “que genera algo que no se puede explicar”. Atribuye buena parte de esa pasión irracional al encanto que deviene de “ese seductor e inconfundible color rojo, a que la escudería nunca dejó de participar en la F1, a sus legendarios 12 cilindros y a la música de sus motores”. Sí, la música de sus motores, y lo dice un hombre formado en conservatorio, entre teoría, solfeo y partituras: cuenta que la marca del Cavallino contrató a músicos profesionales para que, junto a sus ingenieros, desarrollen escapes especiales para que el V8 del modelo 355 de calle logre emular el sonido de los V12 de competición.
La pasión de este hombre de 69 años viene de cuna, pero no por herencia sino por elección. Hijo de padre intelectual y periodista, Purriños quería ser ingeniero mecánico. Cuando arrancó a estudiar empezó a tener frustraciones porque veía que la carrera no tenía gran proyección y él quería construir su propio auto, pero no conseguía un líder o referente que lo guíe, “hasta que di con un profesor de Matemática que tenía experiencia en la industria, quien me dijo que sería ingeniero el día que arme mi propio auto”.
Al tiempo construyó su auto sport, mientras su vida seguía transcurriendo en Boulogne. Sin embargo, para la dedicación plena a los motores aún faltaba. Fueron varios los años en los que trabajó para una editorial, como responsable del control de calidad de impresión, mientras daba clases de mecánica en una escuela. Estaba cómodo en un buen empleo, hasta que su suegra le ofrece hacerse cargo del taller que había sido de su marido y que llevaba años cerrado. La decisión le costó, pero la encaró para canjear zona de confort por la “apertura a su propio mundo y un camino sin límites”, tal como lo aconsejó un jefe para empujarlo hacia su independencia. Antes del protagonismo en la mecánica se sacó el gusto de competir en motocross, una época de la cual le quedaron lindos recuerdos y unas cuantas fracturas como testigo.
La Ferrari de Fangio y Froilán
La historia cuenta que, en 1949, el Automóvil Club Argentino formó un equipo para representar al país con dos Ferrari de la categoría “Fuerza Libre”, la predecesora de la F1. Una era para “El Chueco” y la otra para “El Cabezón” -como se apodaba a los astros del volante-, quienes alternaron el manejo de los vehículos que con el paso del tiempo quedaron en desuso.
Los pilotos siguieron sus propias trayectorias, Fangio en otras escuderías, mientras que Froilán llevó (en 1951) a la casa italiana a la primera victoria en F1 de su historia, aunque con otro auto. Años más tarde, uno de los dos autos fue comprado por un grupo inglés -hoy pertenece a Bernie Ecclestone- y el restante se utilizó como donante de piezas.
“De este motor apenas quedaba el block y una tapa”, comenta Purriños. “Yo siempre admiré ese auto y soñé con poder reconstruirlo. En cada viaje a Europa buscaba información y cuando encontraba uno lo estudiaba, le tomaba fotos y medidas”, recuerda. Así se fue haciendo su propio manual. A mediados de los 90′ el proyecto de restauración del V12 de 2 litros y 280 CV cae en manos de él por pedido del ingeniero Rafael Sierra –un histórico del ACA- y de Froilán. Y así comenzó el minucioso y titánico desafío de diseñar y fabricar cada una de las piezas faltantes.
Finalmente, luego de siete años de trabajo y un gran aporte de la familia Saglimbeni en el desarrollo de las partes (chasis y carrocería estuvieron a cargo de Néstor Salerno), llegó el momento de ponerlo en marcha. “En las pruebas en banco todo parecía estar bien, pero distinto era hacerlo arrancar, que gire y enciendan los 12 cilindros…en fin. Y arrancó. Fue un momento increíble, mágico y ahí entendí que todo el esfuerzo, los sueños, las frustraciones y por todo lo que pasé, estaba pago”, comenta emocionado.
Claro que el derrotero no fue gratis: el pico de stress le costó una internación. El obstinado motorista lo había logrado: el auto más importante de la historia del automovilismo argentino había renacido, y desde la casa matriz de la marca vinieron para certificar y aprobar oficialmente el trabajo. Hoy ese monoposto reposa en el museo de la sede central del ACA (en Balcarce hay una réplica) y el testimonio de la hazaña de Purriños se deja leer en una ficha técnica que corona el tótem que custodia el auto de color azul y amarillo.
A un paso de estar en el equipo de F1
Una de las anécdotas que más disfruta compartir es cuando conoció al empresario Luca Cordero di Montezemolo, quien fuera presidente Ferrari entre 1991 y 2014, y con quien entabló una rápida relación forjada en la previa del GP de Fórmula 1 de Argentina de 1995. El pope italiano vino al país para acompañar al equipo y Purriños ofició de anfitrión durante su estadía por pedido del mayor coleccionista argentino de Ferrari clásicas y modernas. El frenético derrotero los tuvo ocupados con actividades variadas, desde estar metido horas y horas en el box del equipo, hasta la propuesta de formar parte de la Scuderia, la que declinó por tener formada su familia y su vida aquí. A cambio, acordaron que participaría en cuanta especialización y curso de actualización mecánica se dictase en Italia. Viajó a Italia en repetidas oportunidades, restauró autos y motores para los coleccionistas argentinos más destacados, recorrió buena parte del mundo y hasta desarrolló carburadores para Tulio Crespi. Los autos lo llevaron a estar en los lugares que jamás se hubiera imaginado y a conocer personajes de la talla de Luciano Pavarotti.
Su taller hoy
Desde el pasillo que recorre el local repleto de autos se pueden ver modelos desde chinos a alemanes, pasando por estadounidenses e italianos. Arranca muy temprano desde su casa, leyendo alguna nota técnica o “mirando cosas de YouTube”. Tiene dos ayudantes. Ha arreglado y reconstruido decenas de motores Ferrari y por estos días trabaja en el sistema de distribución de una F355 GTS, que exige una revisión completa en un trabajo que demanda unas 200 horas/hombre.
“La pasión es la mecha de la vida y lo que me impulsa cada mañana. Yo siempre digo que la vida es en blanco y negro y con la pasión le ponés colores. El día que no tenga pasión, se acabó todo”, sentencia. Como ya se señaló, la otra gran pasión de Purriños es la música y el canto, y en esa faceta también demuestra talento. Pero eso es parte de otra historia.
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