Noelia y Sol Pardal le dieron un giro a su vida para dedicarse a lo que realmente las apasiona; arriba de un velero, ofrecen una experiencia sensorial que se convirtió en su nuevo negocio
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El 6 de abril hubo luna llena. Para muchos pasó desapercibido; otros tantos ni se dieron cuenta y varios se percataron recién al leer estas líneas. Pero para Noelia y Sol Pardal, ese dato no se les escapa. Hace unos años, hubieran presenciado el fenómeno desde un estudio de arquitectura o rodeadas de papeles, archivos y balances trimestrales. Hoy, lo hacen arriba de un barco que compraron juntas y, en medio del río, comparten con otras personas la pasión de navegar y “soltar amarras”.
Hace calor en la Ciudad de Buenos Aires. Al momento de su charla con LA NACION, el clima todavía no da tregua. En las calles, las caras de agobio son moneda corriente junto a las botellas de agua fría, los aires acondicionados y el “¡Uff, qué calor!” de todo aquel que se anima a salir a caminar. Ellas responden desde su casa y así como persiste el panorama caluroso, persisten sus sonrisas. Su emprendimiento escaló a niveles impensados en estos últimos cuatro años y a bordo de su barco ya reciben a famosos presentadores de televisión. Acomodan la cámara, saludan con alegría y empiezan a contar su historia.
El camino de Sol al mundo de la navegación tuvo varios capítulos. Estudiaba Licenciatura en Turismo cuando gracias a una materia y una compañera se acercó a un velero por primera vez. Era chica, por lo que no se le permitía tramitar el carnet habilitante pero sí tomar clases. “Conocí lo que era navegar a vela y fue un antes y un después en mi vida. Realmente me marcó”, reconoció. Terminada la carrera de Turismo quiso más. “No me terminaba de llenar así que me metí en Arquitectura”, contó. Posgrado, currículum, estudio reconocido, planos, obras. El trayecto de todo apasionado. Pero algo faltaba.
Noelia, sin embargo, siguió una ruta más “lineal”, si se quiere. Terminó el colegio, estudió Contabilidad, se recibió y se metió en el mundo de las auditorías. Vivía de viaje. Recorría la Argentina de punta a punta y pasaba más tiempo a bordo de un avión o micro que lo que estaba en su casa. Las distancias y los tiempos en ruta empezaban a marcarla. La lejanía con sus seres queridos, también. Había algo en Noelia al igual que en Sol que no las terminaba de convencer.
Un hobby, un barco y una importante decisión
La búsqueda de nuevas emociones las hizo reencontrarse con la navegación. Sol ya había tenido un pantallazo de ese mundo y a Noelia la enamoró la “sensación de paz y libertad” que las imágenes del río y sus navegantes transmitían. Juntas -y ahora sí con la posibilidad legal de ser timonel- comenzaron el curso para aprender a navegar.
“Los domingos estábamos con esa sensación de libertad pero los lunes ya estábamos encerradas en unas oficinas de Microcentro”, comentaron. Durante el fin de semana, se rodeaban del silencio de un río calmo, el sonido del viento empujando las velas y los olores típicos de un puerto. En la semana, volvían a los bocinazos, el tránsito, los lugares pequeños y la comida por peso. “Sentía que me estaba apagando de a poco y veía que Sol estaba viviendo lo mismo”, reconoció Noelia.
Aquellas personas que están conectadas con el agua viven de una manera distinta. En los puertos y los amarres, las voces se sintonizan en un volumen medio y las palabras se toman el tiempo para salir de manera adecuada. No hay prisas. El curso llegaba a su fin y junto con él, la excusa para acercarse a ese mundo, al menos, un fin de semana. “No teníamos con quien seguir navegando hasta que un profe [sic] nos sugirió que compráramos un barco chiquito, de 24 pies”, contaron.
Si bien es una inversión importante, un velero no es demasiado caro de adquirir. Según fuentes consultadas por este medio, los valores rondan entre los US$12.000 y US$20.000 según su año de fabricación y estado general. Entre las dos, compraron uno. “Salíamos de trabajar a las seis de la tarde y viajábamos desde el centro hasta San Fernando (Tigre) todos los días con tal de poder ver la puesta de sol y meditar un poco”, señalaron.
Su mamá, que durante años fue instructora de yoga, les enseñó técnicas de meditación que si bien al inicio de sus vidas profesionales aplicaban para despejar la mente, de a poco las identificaron como un potencial negocio.
Una salida con amigas, el lanzamiento y una “renunciada masiva”
Mezclar la navegación con la meditación fue una idea reservada para unos pocos. Lo hacían juntas, lo hacían con amigas. Hasta que una de ellas les sugirió que abrieran la convocatoria. La primera vez fue un anuncio hecho a voces a través de WhatsApp y al encuentro asistieron solo dos personas. Pero gustó, convenció y, sobre todo, inspiró. Lo que empezó en 2017 como hobby, se transformó para 2018 en un negocio reservado para fines de semana y vacaciones. En 2019, había tantos pedidos para hacer los viajes que decidieron renunciar definitivamente a sus trabajos y volcarse de lleno a su emprendimiento.
Viajaron por el Delta, el Río de La Plata e incluso en Brasil. Ofrecieron experiencias de meditación y autoconocimiento a todo aquel que conoció la iniciativa y empezaron a hacerse famosas. Hoy, pleno 2023 y tras haber sobrevivido a la pandemia con talleres, retiros y meditaciones online, incluso recibieron una propuesta para escribir un libro que, estiman, estará publicado para cuando se celebre la nueva edición de la Feria del Libro en Buenos Aires.
¿Qué es “Soltando amarras”?
En resumidas cuentas, lo que Noelia y Sol hicieron fue dedicarse a su pasión y animarse, en medio de un contexto económico más que impredecible, a renunciar a sus trabajos estables para ponerle empeño y tiempo a lo que verdaderamente les gusta. Para ellas, es un estilo de vida; para sus pasajeros, una oportunidad de, valga la redundancia, soltar amarras.
Pero ¿qué quiere decir verdaderamente “soltar amarras”? Tal y como ellas explicaron, la invitación es a “soltar algo que no los está haciendo felices”. “Puede ser desde un trabajo a una relación, alguna memoria dolorosa, de angustia, de estrés, algo que les genera ansiedad. También nos ha pasado de gente que está por irse a vivir afuera y vienen a descubrir si lo quieren por el corazón o como impulso, de personas que vienen a despedir seres queridos, a proponerse casamiento, de todo”, sintetizaron.
La propuesta está abierta para todos, sin importar la edad. La tripulación comparte sus experiencias, se encuentra con ellos mismos y “dejan las amarras en tierra”. Es, en otras palabras, un viaje espiritual. Las reservas se hacen vía Instagram y los precios rondan los $12.000 para días normales y $15.000 para salidas nocturnas en luna llena. Para los más interesados, incluso habrá una experiencia en en Brasil el próximo 19 de junio “con constelación a bordo”.
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