Para los entusiastas de los autos, ir a la tradicional exposición que se realiza este fin de semana en San Isidro es conectar con la memoria emotiva y un viaje a la nostalgia; todo lo que hay para ver en la muestra
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Hay algo que nos pasa cuando escuchamos ese “lento” de la adolescencia, o cuando olemos un perfume que nos recuerda a nuestra primera novia, o cuando algo nos sabe parecido a la chocolatada que tomábamos después del colegio. Está el hecho propiamente dicho, pero hay algo más. Es una sensación difícil de describir, inasible, infinitamente placentera, y un poco angustiante a la vez. Los expertos lo denominan “memoria emotiva”, y no tiene que ver con el recuerdo en sí, sino con la sensación y el clima emocional que teníamos al vivirlo. Para los entusiastas de los autos de mi generación –lo de pasados los 40– ir a Autoclásica genera toneladas de eso.
Casi todos nosotros forjamos nuestra pasión por los autos en la infancia jugando con miniaturas de colección, coleccionando pósters de revistas del rubro o idolatrando esos modelos increíbles que veíamos en la TV o en las cartitas del Tope&Quartet. Y de pronto estar parados ahí, frente a la versión REAL de esos modelos que amamos de chicos, se convierte en un viaje mental directo y sin escalas a nuestro pasado. A nuestro mejor pasado.
Entonces la Ferrari 512 BB deja de ser esa espectacular máquina con un motor V12 Boxer que podía andar a casi 300 km/h; para pasar a ser la felicidad del primer Tomica, ese que dejaba a los Galgo y a los Bubby –incluso a varios Matchbox– como a un Mis Ladrillos comparado con un Lego. Se convierte por un instante en la emoción de aquellas épicas batallas contra el Lamborghini Countach LP 500S –también Tomica– y contra el BMW M1 –Majorette– en el Rally del Sillón de La Abuela, que duraba hasta que llegaba el llamado para hacer los deberes. Todo eso pasa ahí, por un segundo, mientras uno se queda embobado mirando al magnífico auto rojo. En Autoclásica esa escena se reproduce por miles, una por cada uno de nosotros parado delante de algún auto que lo sumerge en su memoria emotiva.
Belleza
Autoclásica es para muchos un viaje a la nostalgia, está claro, pero también es una excursión hacia la belleza. Porque, por sobre todas las cosas, vamos cada año al Hipódromo de San Isidro a ver “autos lindos”. Lo interesante es que, a diferencia de un museo tradicional, los autos están dispuestos de manera más aleatoria, sin solución de continuidad cronológica. Entonces es posible ver un minúsculo Fiat 500 al lado de un Rolls Royce Phantom III de 1928; un Chevrolet Corvette del ‘53 justo en frente a un Alpine A110 de 1961 o un Porsche 356 Speedster dándole la espalda a una Peugeot 504 Coupe de 1969. Incluso este año se sumaron espectaculares “superautos” más modernos, como un Nissan GT-R, un Lamborghini Huracan Spydero un Mclaren 675 LT (si “corresponde” que estos últimos autos estén en una muestra de autos “clásicos” puede ser materia de debate, pero lo cierto es que llaman la atención y mucho).
En ese maravilloso menjunje de bellezas de todos los tiempos, aparece casi siempre la pregunta obligada: ¿cuál es más lindo que cuál? Es una pregunta que, claro, solo tiene su respuesta en el gusto personal de cada visitante. Pero más allá de las subjetividades, es una extraordinaria ocasión para ver, para analizar y comparar los distintos paradigmas de belleza de cada época. Es, en definitiva, un hermoso (y poco académico) curso de historia del diseño automovilístico de un día.
Y como se trata de gustos personales, yo soy de la opinión que los autos más hermosos de todos los tiempos son los Gran Turismo europeos de las décadas de 1950 y 1960. Por sus proporciones y formas, son los que mejor reflejan el concepto de elegancia clásica, con simplicidad y plasticidad. De nuevo hubo muchos este año (que son los que están casi siempre): desde el Jaguar E-Type (se celebra su 60° aniversario este año), hasta el Mercedes-Benz SL, pasando por el Aston Martin DB5, las Ferraris 195 S, GTB/4, 250 GTE y 330 GT o el Lamborghini LP 400. Tal vez el más destacado –sobre todo por el hecho de que es la primera vez que se exhibe en la muestra– es un bellísimo Alfa Romeo 6C 2500 SS Pininfarina de 1948 que vino desde Uruguay.
Todos ellos comparten, más allá de sus particularidades, unas proporciones “de manual”, con sus capots largos y estilizados, la cabina pequeña tirada hacia atrás y el peso visual recostado confortablemente sobre las ruedas traseras. Todo esto coronado estilísticamente con un trabajo aerodinámico cuidado (pero no exagerado), y una ornamentación vistosa y a la vez austera. Estas coupés son, en mi opinión, el equivalente a lo que el Partenón es a la Arquitectura, el David de Miguel Ángel a la escultura, y Led Zeppelin al Rock&Roll: simplemente lo más clásico entre lo clásico.
Y claro, lo mismo le pasará a otras personas con los muscle cars americanos de las décadas de 1960 y 1970, con las imponentes coupés de preguerra, o con los Torinos, sin ir más lejos. Lo bueno es cada uno se encuentra con su patrón de belleza automovilístico ideal.
Dos detalles de diseño: expresiones y tamaños
Una cosa apasionante al recorrer una muestra tan grande y diversa de autos como la de Autclásica, es ver las relaciones y continuidades entre los autos modernos y los del pasado. Uno de los rasgos estilísticos que está muy de moda en estos días (yo diría que hasta el hartazgo), son las expresiones agresivas en las trompas de los autos. Pero no es algo tan novedoso como parece. El Alfa Romeo Montreal –uno de mis favoritos de siempre en la muestra– con su ceño fruncido y su mirada desafiante, es un hermoso ejemplo de que los diseñadores vienen trabajando el tema de la agresividad en la “expresión facial” de los autos desde hace mucho tiempo. Y hablando de expresiones, el caso opuesto es la Ferrari 275 GTB/4, un auto que en general está considerado uno de los más bonitos de la historia de la marca, pero que para mi gusto tiene una mirada desorbitada y levemente estrábica… algo así como una rana con anfetaminas (y que Scaglietti me perdone).
Otra cuestión muy interesante es poder apreciar la evolución del diseño en su aspecto más funcional, más allá del estilístico. Desde el punto de vista de la ergonomía, es muy impresionante ver en autos de proporciones bellísimas, como el Jaguar E-Type, o casi todos los GTs listados antes, lo increíblemente diminuto que es el habitáculo. Está comprobado que el promedio de altura era bastante más bajo por aquellos años, pero igual parece que esos modelos hubiesen sido diseñados más para hobbits que para seres humanos (salvo por las pedaleras, claro). Moraleja: muchos de los autos que nos encantan por su silueta sexy, baja y estilizada, no son aptos para el manejo razonablemente cómodo por parte de una persona medianamente normal. Y si lo fuesen, para mantener esas prístinas proporciones que nos encantan, deberían medir todos por lo menos un metro más de largo...
Pasado y futuro
La mirada hacia el pasado que nos brinda una exhibición como Autoclásica es única. Pero, ¿qué nos dice acerca del futuro? Los fabricantes de autos están desconcertados (casi que aterrados) por la supuesta falta de apego para con los autos de las nuevas generaciones. Al parecer los autos serán para ellos simplemente aparatos para moverse de un punto a otro, sin mucha más carga emocional que un lavarropas o una heladera. Casi que exactamente lo contrario a lo que decía al principio respecto de nosotros, los mayores de 35.
Permítanme desconfiar un poco de esa visión, y al menos Autoclásica es una señal que lo desmiente. Siempre está lleno de chicos, y se los ve tan contentos como lo estarían en un parque de diversiones. Quién dice que el efecto de los autos no esté siendo para ellos el mismo que fue para nosotros. Quién dice si no van a volver a Autoclásica 2037 y tengan entonces su propio viaje emocional al pasado, directo a estar a “cococho” de sus padres, mirando el mismo auto que 20 años antes.
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