LA NACION se sentó en el asiento del conductor y, examinador mediante, hizo la nueva prueba; lo que se vive, en primera persona, al querer sacar la licencia
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El día comenzó muy temprano y después de un mate con tres o cuatro bizcochos, arrancó el viaje. Era martes y como no podía ser de otra manera, el subte estaba lleno. Después de varias estaciones y dos combinaciones, al calor subterráneo lo cortó un viento helado que ni el sol de la mañana logró aplacar. Las escaleras parecían eternas y la caminata, aún más. De un lado, el incesante tránsito típico de un día de semana que marcaba el tiempo y el ruido; del otro, una realidad totalmente distinta: vecinos tomando café frente a una plaza, como si la vida tuviera la quietud de un domingo.
Mientras tanto, puertas adentro del edificio de la Comuna 12 (Holmberg 2548), el personal batía un instantáneo al mismo tiempo que encendía las computadoras para darle la bienvenida al primer malón de personas que querían sacar su licencia de conducir por primera vez pero con desafío nuevo: la prueba de manejo se hace en tránsito.
Para ocupar el asiento del conductor, primero, hay que atravesar otros desafíos: un médico debe certificar la buena salud, un oculista la correcta visión y un psicólogo otras tantas cuestiones. Las primeras estaciones no difieren mucho de un preocupacional o una visita al médico de rutina. El nerviosismo empieza al mismo tiempo que las buenas noticias. “Está todo en orden, empecemos con el teórico”.
A las 30 preguntas tradicionales, el Gobierno porteño le añadió otras 10. Ahora son 40, por lo que hay que estudiar un poco más. La dificultad no varía y se siguen necesitando los conocimientos básicos de las reglas de conducción para pasar el examen con éxito. Opción múltiple, con fotos o simples interrogantes. Tiempo limitado. La primera parte supo ser la preocupación de muchos en tiempo pasado pero hoy se convirtió en, quizás, un desafío menor. Es estudiar, no más que eso. Aprender, memorizar, asimilar y saber aplicar. Como en el colegio. Una vez enviadas las respuestas, el sistema verifica en ese preciso instante y entrega el resultado. Nuevamente, las buenas noticias abren la puerta de la tensión.
¿Aprobaste? Andá a buscar la pulsera y acercate a los autos
Si la primera parte se supera con éxito, hay que ver la novedad. En la recepción te dan una pulsera y te indican con amabilidad el camino a seguir. Otra vez, el calor del edificio gubernamental es cortado en seco por una brisa fría y la imperiosa necesidad de frotarse las manos, cerrarse la campera y resoplar un poco. Para los más jóvenes, esa caminata de la puerta de Holmberg a la puerta del vehículo es una suerte de “camino a la independencia”; para otros, solo un trámite.
Al llegar al final del sendero, un examinador sostiene una tablet en su mano izquierda y con la derecha señala a los tres vehículos que están estacionados en la vereda sobre la avenida Monroe. Dos son modelo Gol Trend y tienen caja manual; el restante, un Peugeot 208 con transmisión automática. Cada aspirante elige a cuál subirse. LA NACION fue a lo tradicional y sin pensarlo demasiado, abrió la puerta de uno de los alemanes para darle inicio al momento final. Hasta el día de la fecha, de las 1144 personas que fueron examinadas, el 47% aprobó en primera instancia debido a “cuestiones de desconocimiento del nuevo procedimiento y no por falta de habilidad”, argumentan desde el Gobierno. Para que ese número suba a 60%, se necesitaron entre dos y tres intentos más.
Dentro del auto, el silencio es protagonista. Con el examinador se comparten algunas palabras: las primeras intentan descontracturar un poco, las siguientes son algunos chistes y de ahí en más, solo restan indicaciones de cuándo doblar y en qué dirección ir. La falta de sonido se hace notar e incluso poner el guiño antes de llegar a una esquina suena fuerte.
El trayecto de la Comuna 12 compuesto por 16 cuadras empieza y termina en la puerta del edificio. Una vez acomodado el asiento, los espejos y la altura del volante, hay que ponerse el cinturón. Cada movimiento es observado y olvidarse de un chequeo resta puntos. Claro, de eso no nos enteramos hasta que termina el recorrido. De mitad de cuadra de mano derecha, hay que ir a la esquina de mano izquierda y doblar. Lado bueno: no se maneja por avenida salvo el corto trayecto que se hace al inicio y al final; lado malo, algunos conductores prefieren ignorar el ploteo que señala “auto examen” y tocar bocina, rebasar e insultar si es “necesario”. Prueba de fuego. Examen en tránsito es examen en tránsito, con todos sus condimentos y matices.
Si la cantidad de autos acompaña, en no más de 10 minutos la prueba terminó. Lo único que queda es estacionar: hay que dejar el auto en el mismo lugar de donde se lo sacó y acomodarlo en no más de tres maniobras en un espacio de seis metros. Si queda muy pegado al cordón, baja puntos; si queda muy lejos, eliminación directa; si se lo deja sobre la imponente franja amarilla, estacionamiento perfecto. La prueba no es complicada y permite un paneo de lo que es manejar en la Ciudad de Buenos Aires solo que sin el tráfico y las concurridas arterias principales. Si todo marcha bien y alcanzamos los puntos necesarios, tendremos en poco tiempo el flamante plástico que nos habilita a manejar por todo el país durante 10 años.
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