Cuáles son los factores que dispersan al cerebro al momento de conducir; los riesgos de hablar o mandar mensajes por teléfono y el papel que juega la música, según los especialistas
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El cerebro es una de las máquinas más potentes y perfectas de la naturaleza. Es el órgano del cuerpo humano que más energía consume y, por lo tanto, un inigualable administrador de recursos. De su eficiencia depende todo lo que hacemos a diario y el manejo es uno de los momentos de la jornada en el que su mecánica ejecutora queda más expuesta, ya que una desatención puede llevar al error.
En la mejor de las versiones posibles, la atención y enfoque en la conducción deben mantenerse inmunes a los agentes que atentan de manera constante, empezando por los propios: un mal descanso, que si llego o no a tiempo, que las cuentas a pagar, que las reuniones del día, que el colegio de los chicos, que los cortes por manifestaciones, son apenas algunos de los factores que atraviesan diariamente nuestra cabeza. A esos se suman los distractores a bordo, como el celular, una conversación, una mascota, la música o la radio, causantes o posibles culpables de la pérdida de concentración. Y claro, afuera está el mundo, las calles, el tránsito y todos sus desafíos.
El error humano es el principal factor de siniestralidad vial y las distracciones son sus causas fundamentales. Anualmente los incidentes de tránsito provocan casi 1,3 millones de muertes y 50 millones de heridos en todo el mundo. “Si se puede evitar, no es un accidente”, una mentada frase en la jerga de los organismos que buscan concientizar y que definen a este tipo de sucesos como un siniestro, algo que pudo haberse evitado.
Todo lo vinculado con el universo cognitivo tiene al cerebro como manager de las acciones y reacciones. La doctora Lucía Crivelli, Jefa de Neuropsicología del Fleni, lo define como “el director de la orquesta, que va ordenando las funciones ejecutivas al dar prioridades y determinando a cuál otorgarle más o menos recursos, lo que en el manejo es clave porque hay muchas cosas a las cuales prestar atención”. Las funciones cognitivas son aquellas que genera el cerebro para analizar la realidad y determinar un comportamiento, y cada persona que se sienta al volante no solo interactúa con el entorno sino con todo lo que trae consigo: preocupaciones, emociones, planes a futuro y todo lo ocupa espacio psíquico.
“Todo requiere recursos y los mismos son limitados, porque cuando yo le dedico recursos a una cosa se los estoy quitando a otra. La neurociencia ha determinado que no existe una atención dividida, porque no se pueden hacer dos cosas a la vez con igual eficiencia, sino que existe lo que llamamos alternancia de la atención que es selectiva y va de un foco a otro”, sostiene. En ese sentido, el Dr. Ismael Calandri, del Servicio de Neurología Cognitiva del Fleni, es igual de categórico con el hecho de que la atención no se comparte por igual. El experto señala que “cuando uno comienza a conducir pone en marcha una serie de funciones ejecutivas que cobran mayor importancia que en otras actividades porque se pone en juego el factor seguridad. Son las que coordinan al resto de las funciones en medio de un proceso de etiquetado que hace el cerebro al determinar qué tiene mayor relevancia, y esas etiquetas tienen que ver con nuestra condición previa, para determinar cuáles llaman más mi atención y cuáles no”.
Aunque mucho del manejo es un mecanismo automatizado, como la vuelta a casa por un camino rutinario, son tareas que también requieren una cuota de recursos. Y cita un ejemplo: “Si uno pasa por el mismo lugar todo el tiempo, esa información cotidiana entorno al camino -como los carteles de publicidad de la autopista- pasan a ser ignorados porque se etiqueta como info poco relevante y pierden volumen atencional, hasta que aparece algo nuevo que capta la atención. En cuanto a lo emocional, una discusión a bordo quizás tenga más relevancia como amenaza que lo que está pasando adelante del auto y puede restar atención al manejo”, agrega.
El cerebro también cuenta con recursos como para economizar sus actos, tratando de ahorrar energía y trabajo. Por eso hay cosas que se hacen de manera automática, por ejemplo, al aprender a manejar se le pone mucha atención a cada tarea: apretar embrague, poner los cambios y todo lo que con tiempo y hábito pasa a ser una memoria de tipo “procedular”, destinada a los procesos automatizados o rutinarios que ya no consumen los mismos recursos que durante el aprendizaje. Crivelli señala que en neurociencia se utilizan dos conceptos: el “top-down” (de arriba hacia abajo) para indicar cómo uno está mentalmente para concentrarse en algo y prepararse para esa meta, ya sea manejar o la predisposición para estudiar, por ej.; y el “bottom-up” (de abajo hacia arriba), relacionado en ver si se está listo para reaccionar ante un sonido, una amenaza, un cartel o algo que llame la atención. Si es estamos preocupados, nerviosos o efusivos, se altera el top-down; mientras que los distractores externos como un celular, una discusión o algo que aparece en el camino, influyen sobre el otro. Para que el manejo sea más seguro, ambos deben interactuar de manera armónica.
Celular: el pasajero más influyente
Diversos estudios indican que su uso multiplica por cuatro el riesgo de accidente. Hablar por teléfono, así sea con manos libres o grabando un mensaje de audio de WhatsApp, implica perder capacidad de concentración y conlleva a no mantener una velocidad constante, a que la distancia de con el vehículo que circula delante no sea suficiente, y a que el tiempo de reacción aumente. A través de observaciones de laboratorio se ha concluido que, durante una conversación de un minuto y medio, el conductor no percibe el 40% de las señales, su velocidad media baja cerca de un 11%, el ritmo cardiaco se acelera y tarda más en reaccionar.
Un informe elaborado por CESVI Argentina -Centro de Experimentación y Seguridad Vial- luego de pruebas con conductores, advierte que el 90% de los participantes no pudo mantener su atención mientras hablaba por celular e incurrió en un error. La publicación señala que para leer quién está llamando se necesitan 4 segundos; otros 2 para tomar el aparato y entre 4 y 5 segundos para dejarlo en un lugar del habitáculo. Escribir un mensaje de texto con buena digitación (saludo o cortesía) toma 5 segundos; leer un mensaje de texto, entre 8 y 10 y escribir algo más detallado se eleva a 12 segundos. Y lo más alarmante es que si se tiene en cuenta que al circular a 40 km/h se recorren 11 metros por segundo, dejar de mirar el camino por 4 segundos implica circular 44 metros sin ver la trayectoria. La Agencia Nacional de Seguridad Vial ya advertía en un informe de 2018 que el celular ocupaba casi el 10% del ranking de distracción, mientras fumar superaba el 3% y comer o tomar rondaban el 2%.
¿Y la música?
¿A quién no le gusta disfrutar de una buena canción mientras va arriba del auto? Es que, así como ponerlo en marcha y colocarse el cinturón (pensando siempre en un ideal), el encender la radio o multimedia integra el kit de automatización conductiva. Lo cierto es que, si bien se puede coincidir en que es un tipo de compañía -más aún si se viaja solo- es muy relativo todo lo que rodea a su función y acción en la mente. Al momento de discutir cuán buena o mala es la compañía sonora hay que poner sobre la mesa cuestiones como volumen, tipo de música, si tiene letra o es instrumental o bien, si es una charla radial. Estudios indican que casi un 90% de la gente que conduce señala que escuchar música en el auto le da una sensación de satisfacción o felicidad; sin embargo, no todo es tan llano. Los resultados han demostrado que además de influir en el ritmo cardíaco, la música tiene injerencia en la actividad cerebral, lo cual no implica que sea necesariamente sea positivo.
Dejando de lado cuestiones como el género musical o tempo, la existencia de lírica (letra) puede tener incidencia en mayor o menor medida. Más allá de eso hay una cuestión de fondo que se relaciona con que “en general, la música no es un elemento que mejore las condiciones conductivas, porque se lleva una porción de los recursos cerebrales en cualquiera de los casos”, tal como explica Crivelli, que asegura que el componente verbal adicional consume más atención. Por eso concluye que, “en líneas generales y siendo rigurosos, no es recomendable poner música para manejar mejor”.
Teniendo en cuenta no tiene el mismo efecto en todas las personas, Calandri sugiere que “hay que relativizar la evidencia de un experimento para diferenciar entre lo teórico y lo empírico, y que no se puede afirmar que escuchar determinada música induce a un choque, pero sí que cualquier tipo de música reduce la atención, más aún si la canción tiene significancia emocional para el conductor (le trae recuerdos, por ejemplo), ya que probablemente se robe una cuota extra de ese recurso cerebral”. En cuanto al volumen, además de asociarse a lo emocional (las canciones que más gustan se escuchan más fuerte), compite directamente con lo auditivo, siendo que “oír la calle” es un factor importante en el manejo. A más volumen, más aislado del amiente del tránsito y ante un imprevisto, la capacidad de reacción del conductor se reduce.
Estar presentes en el presente: el consejo
Los especialistas concluyen en que lo más aconsejable es tratar de mantener un grado de bienestar físico y emocional para el manejo, y que ciertos trastornos (insomnio, depresión, ansiedad) requieren una evaluación específica para saber si la persona está en condiciones. Mantenerse con un ánimo estable, descansado, conectado con la realidad, con el aquí y ahora al momento de manejar, dejando para más adelante preocupaciones y resolución de pendientes. “Si vamos hablando, peleando con los niños que viajan atrás, escuchando la cotización del dólar o lo que fuere, dividimos la atención en más de un frente. Lo ideal es reducir cuestiones para mejorar el dividendo”, sugiere Calandri.
Cognitiva, visual, física o auditiva, cualquiera sea la causa de la distracción, tendrá un efecto indeseado que podría haberse evitado. Si al hacer las cuentas se le suman las distracciones del peatón, estamos ante una ecuación complicada.