Arriba de un modelo Campeón de la marca estadounidense, Andrés y Adán Stoessel recorrieron 32.000 kilómetros entre la provincia de Buenos Aires y Manhattan; fue el viaje en auto más largo durante décadas y les pasó de todo en el camino: robos, inundaciones y detenciones por falta de papeles
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Hay hazañas poco conocidas, cuyos protagonistas son prácticamente anónimos, y más aún si la misma quedó allá lejos, suspendida en la noche de los tiempos. Y están esas historias que, por transmisión oral, la cobertura de los periódicos de la época o, la reconstrucción a través de alguna obra literaria en forma de cuento, llegaron a tener cierta trascendencia.
La de los caballos criollos “Gato y Mancha” que llevaron al intrépido suizo Aimé Félix Tschiffely de Buenos Aires a Nueva York en 1925 logró una muy merecida fama, porque fue una epopeya tan real como descabellada. La de los hermanos que salieron en auto tres años después desde el interior de la provincia de Buenos Aires para llegar a La Gran Manzana es menos popular, pero no por eso menos sensacional, y bien podría haberse perdido una vez callados sus protagonistas y contemporáneos (familiares, amigos y gente del pueblo), de no ser por un libro que narra semejante travesía: “32.000 kilómetros de aventuras”, escrita por los propios viajeros, y una película que ellos mismos registraron durante el viaje.
Todo suena a fabuloso y espectacular por las distancias y geografías y, en especial, por los tiempos en los que transcurrió. Es que incluso en la actualidad, con el nivel tecnológico y las capacidades que han alcanzado los vehículos, hay que tener las convicciones muy bien puestas para encarar semejante periplo. La hazaña de los hermanos Stoessel ocurrida hace más de 90 años es digna de un documental para cualquiera de las plataformas de moda. Estos descendientes de alemanes del Volga tardaron 24 meses y 9 días desde que partieron a bordo de su Chevrolet modelo Campeón. La leyenda empezó a las 8 de la mañana del 15 de abril de 1928 en Arroyo Corto, localidad del partido de Saavedra, a unos 20 kilómetros de Pigüé. “… finalizados ya los últimos preparativos del viaje, algunos de los cuales debieron realizarse en Buenos Aires, emprendíamos la travesía en nuestro reluciente Chevrolet de serie, sin dudas destinado a empresas menos arriesgadas que la que nos proponíamos hacerle cumplir a lo largo de las tres Américas”, contaron los viajeros en sus crónicas.
Con 33 años, Adán salió con el cargo de “jefe de la expedición”, mientras que Andrés –diez años menor- partió como “jefe de ruta” y encargado de filmar todo lo que podía durante el raid. El mecánico Humberto Tontini y otro muchacho llamado Carlos Díaz completaban la tripulación.
El heroico “chivo”
El Chevrolet modelo “Campeón” fue producido en 1928 en la planta que la compañía tenía por entonces en el barrio de Barracas. Los Stoessel se lo compraron a la agencia “Faure Hnos.” de Pigüe. Tenía volante a la izquierda (algo inusual porque por entonces en la Argentina se circulaba por la izquierda y todos los autos tenían columna de dirección del lado derecho) y motor 4 cilindros en línea con una cilindrada de 2.800 cc y una potencia de 25 HP a 2.000 rpm. Llevaron 43 cubiertas de repuesto y en los desiertos de arena calzaron “neumáticos reforzados y con la mitad de la presión normal para no hundirse”, unos precursores del off-road.
La primera escala fue Rosario (Santa Fe) y más tarde enfilaron hacia la región del NOA. Bolivia sería el debut fuera de los límites de la frontera. El camino siempre les proponía un nuevo desafío: ríos, pantanos, laderas y tramos a más de 5.000 metros sobre nivel del mar con temporales de nieve incluidos. Pasaron hacia Perú y en Lima, Díaz abandonó la travesía (se dijo que por cuestiones de “trabajo y un amor”) y lo reemplazó un tal Escuderoni. No la pasaron nada bien en el ex reinado incaico cuando cerca de Trujillo, a punta de pistolas, unos bandoleros les llevaron cuanto pudieron, excepto el auto, quizás porque no sabían cómo manejarlo.
Al arribar a Quito (Ecuador) ya habían recorrido 9.517 kilómetros en unas 460 horas “útiles” de viaje. En Colombia y a fuerza de machete debieron abrirse paso en la selva rumbo a Cartagena. A Venezuela la atravesaron de noche, para pasar inadvertidos porque era una época turbulenta y fértil para constantes revoluciones. Al cruzar un arroyo, el auto quedó sepultado bajo agua y lodo y tuvieron desarmar el motor y dejarlo secar. Transitaron la Nicaragua del “Sandinismo”, territorio hostil topográfica y socialmente hablando. Fue tanto el barro en el camino, que tardaron 24 días para hacer apenas 124 kilómetros. Un hecho curioso y digno de destacar es que registraron imágenes de Managua, antes de que la capital de Nicaragua fuera destruida por el gigantesco terremoto ocurrido el 31 de marzo de 1931.
En Tegucigalpa, Andrés cayó enfermo por una fiebre tropical y se salvó casi de milagro. Tuvieron que quedarse allí unos 15 días. Y para completarla, cuando llegaron a México les robaron las cintas de la filmación que llevaban encima. Y “como siempre se puede estar peor”, en un control aduanero los detuvieron por no tener las patentes del auto y debieron declarar ante un juez para justificar la falta de documentación que respaldase su viaje. Eso los demoró otros ocho días. En algunas ciudades pudieron exhibir lo filmado hasta el momento, o vender copias, lo que les permitió recaudar algún dinero para seguir solventando la travesía.
Por fin Norteamérica
Arribados al país del norte, visitaron Washington y en la Casa Blanca los recibió el vicepresidente Charles Curtis, porque el presidente Herbert Hoover estaba ausente. En el destino del raid, pasaron unos días disfrutando de las luces de Manhattan y luego también se dieron el gusto de pasar por Detroit, para visitar la casa matriz de General Motors. Autoridades de la compañía los recibieron, agasajaron y mostraron la fábrica, laboratorios y campos de prueba.
Estiman que en total gastaron unos 6000 galones de combustible, el equivalente a 22.700 litros. Y también hicieron historia en infraestructura vial porque ciertos trayectos del itinerario sirvieron para el posterior trazado de la Ruta Panamericana, incluso participaron de la inauguración de dos de sus tramos. De los cuatro originales, sólo ellos dos completaron la hoja de ruta.
“El 6 de mayo (año 1930) nos despedimos de nuestro Chevrolet, infatigable y heroico compañero de pruebas que, desde aquel momento, tenía reservado un lugar en el Museo de GM de Detroit”, recordaron. El auto se quedó allí, aunque lamentablemente hoy no se tiene registro de su paradero. Pegaron la vuelta en un vapor y continuaron su vida en el pueblo, donde vivieron el resto de sus vidas seguramente relatando a hijos, nietos, amigos y vecinos las anécdotas de la formidable travesía.
Hoy todo está acreditado en el mencionado libro y en el film “Expedición Argentina Stoessel”. Fue durante décadas el viaje más largo realizado en un auto. “El éxito ha coronado el deseo de esos bravos muchachos, y es orgullo para nosotros, tratándose de hijos de Arroyo Corto, y por ser los primeros expedicionarios que han salido de la Argentina y llegado con el mismo automóvil, sin valerse de otros medios que un buen Chevrolet”, versaba por aquellos días una columna del diario regional “El Mensajero”. Un excelente resumen de esa epopeya y justo homenaje a esos hombres que hicieron realidad su sueño, y a ese automóvil, invaluable medio y compañero que les permitió alcanzarlo.
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