Desde un modelo a vapor, al vehículo en el que paseaba Borges o el Dodge 1936 que Roosevelt estrenó en su visita al país y que Maradona usó en su casamiento, a un recorrido por la trayectoria de Fangio y los hermanos Gálvez; un viaje a la historia de la movilidad en el país
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Ese aroma. Ese particular olor a tiempo acumulado en objetos que guardan historias y secretos. Ingresar a la Fundación Museo del Automóvil, este olimpo de la movilidad del ayer, es como sacar un pasaje en primera para volver al pasado, haciendo escalas en la década que a uno se le antoje, porque prácticamente a cada período le corresponde un exponente que algo o mucho tuvo que ver con ese determinado momento.
Los pasillos van abriendo camino entre autos, flanqueados de paredes y vitrinas repletas de piezas que pintan un escenario cinematográfico, en el cual los nostálgicos -los que vivieron alguna de esas épocas- no harán más que recordar alguna anécdota con ese auto o camioneta en particular, o se emocionarán reviviendo aquél banderazo de llegada con ese auto de carrera que hoy allí descansa en silencio. Y más de uno, claro, dejará caer una lágrima.
Para los más jóvenes es una invitación a descubrir la industria de antaño, a ver materializado y palpable algún vehículo que en su familia mencionaron más de una vez porque fue de un tío o porque era el “tutú” de los abuelos. Ni hablar de las epopeyas o hazañas de los tiempos en los que el TC solía andar por montañas y desafiantes caminos de tierra. Hay de todo y para todos. Incluso ambientaciones de una pasada vida cotidiana, la del arrabal porteño, como una antigua peluquería, un almacén de ramos generales, la barra de un bar y un taller de barrio de mediados de siglo pasado.
Cada escena tiene a sus protagonistas eternizados en muñecos que pintan un simpático paisaje. Las sorpresas se van sucediendo paso tras paso y, a medida que se avanza, es como que uno se va alejando cada vez más de la realidad actual y del bullicio de la ciudad, amén de que está situado en el apacible barrio de Villa Real, entre Villa del Parque y José Ingenieros.
Luis Spadafora es el ideólogo, fundador y director de esta invaluable colección, y Gisela, su hija, es quien se encarga del día a día, desde la administración a la logística de las visitas guiadas, pasando por las relaciones públicas y todo lo vinculado con la comunicación. “Nuestra misión es que vengan en familia porque en el recorrido hay propuestas para todas las generaciones”, dice este apasionado de los autos nacido hace 79 años y criado en Caballito, donde desde edad temprana cultivó su entusiasmo “tuerca” en un barrio en el que vivían varios ases del volante de esa época.
Este coleccionista que tuvo un Chevrolet 42 como primer auto, que es el único argentino en formar parte del Hall de la Fama de FIVA (Fédération Internationale des Véhicules Anciens) en reconocimiento por su aporte en rescatar y custodiar la historia del automóvil, dice que fue construyendo todo a base de cumplir sus sueños y que nunca se puso metas simples, sino “aquellas que parecían imposibles”. Así fundó este lugar que mucho tiene de increíble.
Un viaje a través del tiempo
El museo abrió al público en 1999, aunque el arduo trabajo de colección había comenzado hacía ya varios años. En 1993 consiguieron este local, que era una antigua fábrica de soda. Son unos 2.000 m2 de construcción, divididos en dos plantas.
Comenzando la caminata en orden, desde el nivel inferior, el visitante podrá explorar desde los inicios de la industria, ya que a la derecha de esa avenida inmediata al ingreso descansan una réplica exacta de un Rochester a vapor de 1901 y un original Tipo A de 1903, el ancestro de todos los Ford y con el que el visionario Henry iniciaba leyenda. Hasta ahí, era cuando aún los autos no se despojaban de su parentesco directo con los carros de tracción a sangre. También hay modelos “T” de distintas épocas.
De inmediato, a la izquierda emerge el Fórmula 1 Mecánica Argentina original utilizado por el recordado Jorge Cupeiro, el llamado “Trueno Sprint” con motor Chevrolet preparado por el “polaco” Jorge Herceg y diseño de Pedro Campos. A centímetros están el que supo pilotear Ángel Monguzzi y otro similar que corrió García Veiga. Un poco más adelante se encuentra el Berta Tornado de Luis R. Di Palma y el “Chevitres” (1968), un TC que manejó Carlos Marincovich.
Casi todos están acompañados por objetos personales como cascos, guantes, fotografías o buzos antiflama. Y como también se encargan de valorar y remarcar el ingenio y el talento argentino, cuentan con exponentes ilustres como una Tulia GT 1971 creada por Tulio Crespi –el auto más moderno que hay en toda la muestra- y una réplica de Bugatti Type 35 de Pur Sang, la fábrica artesanal de Jorge Anadón ubicada en Paraná y que LA NACION visitó en su momento.
Gisela Spadafora agrega que poseen un radiador y motor de un Anasagasti, es decir, el primer auto diseñado y desarrollado en nuestro país. Su creador fue el ingeniero Horacio Anasagasti y se produjo entre 1910 y 1915. “Contamos hasta la caja de compases del ingeniero”, agrega. Y luego se llega al sector de las glorias a las que la familia Spadafora le rinde un homenaje especial. Son los que al unísono nuestros anfitriones anuncian como “fundamentales”, divididos en tres espacios, dedicados a Juan Manuel Fangio y a los hermanos Gálvez.
En el sector “del chueco” se exhibe una recreación del Chevrolet de 1939 con el que corrió la Buenos Aires-Caracas. Además de varios objetos y artículos personales y fotos, en ese espacio hay un auto de Luis de Dios, pupilo del astro de Balcarce. En homenaje a Juan Gálvez hay dos recreaciones (réplicas exactas): la legendaria cupé Ford azul, en la cual el nueve veces campeón de Turismo de Carretera perdió la vida en 1963; y la famosa azul y roja con la publicidad de ATMA. Además, se expone un auto original que el piloto utilizaba como muleto para probar los motores.
Del otro lado del pasillo está el sector perteneciente a Oscar Alfredo Gálvez, el máximo ídolo de Spadafora, que supo mover cielo y tierra para conseguir la mayor cantidad de artículos posibles. Del “Aguilucho” tiene prácticamente todo lo relacionado con su trayectoria: trofeos, pinturas, documentación, telegramas, hasta su agenda personal. Allí se luce una réplica de la famosa “Empanada” (Ford 1934) y otra del mítico Alfa Romeo 308, con el que el crack les ganó en el 49 y bajo una intensa lluvia a todos los europeos que vinieron con autos mucho más modernos. El monoposto azul y amarillo se luce en un lugar sobresaliente porque es el auto con el que siempre soñó el fundador de esta muestra.
En la parte trasera del edificio – un enorme patio techado- junto a una recreación de una antigua estación de servicio del ACA se encuentran un Case de 1912 y un Fiat Baquet Tipo 53 A de 1911, con los cuales Luis y Gisela dicen presente en cada edición de la pintoresca Recoleta-Tigre.
Ya en el piso superior, se suceden motos, bicicletas, monopostos, máquinas de midget, varios autos made in argentina como El Justicialista, algunos Dodge y otros ejemplares de antes de la primera mitad del siglo pasado. Pero hay dos autos que se destacan por sobre el resto, más que nada por su historia y no tanto por alguna característica particular. El primero en orden del recorrido es un vistoso y robusto Hudson de 1928, negro, elegante, casi una limusina. ¿El dato de color? era el elegido por Jorge Luis Borges para pasear por la ciudad -de hecho, el escritor está representado por un maniquí que viaja sentado en las plazas traseras junto a su amigo Bioy Casares.
Y en el fondo aparece un descapotable color marfil y, quizás, el más multifacético de todo el recorrido. Resulta que ese Dodge de 1936 es el que Diego Maradona eligió para su casamiento con Claudia Villafañe. Para cualquiera con solo esa anécdota ya bastaría, pero guarda más. Resulta que ese vehículo llegó al país con motivo de la vista de Franklin D. Roosevelt (por entonces presidente de EE.UU.) en 1936. Lo trajo la embajada de EE.UU. y se quedó en el país. Después de muchos años lo compró un chofer que trabajaba en el lugar, y al morir, su esposa lo vendió. Comenzó a ser alquilado para películas, de ahí que llegó a “Evita” (de Alan Parker) protagonizada por Madonna y Antonio Banderas, y también apareció de fondo en alguna escena de “Siete años en el Tibet”.
Restauraciones varias y transporte público
Por la Fundación del Museo del Automóvil de Buenos Aires pasaron varios autos para su restauración. Y entre los tantos se destacan un Kriéger de 1898 (de origen francés) con motorización 100% eléctrica que hoy se exhibe en el museo del Automóvil Club Argentino. También junto a otros especialistas en la materia se restauró por completo el Cadillac presidencial (de la época de Perón, aunque no llegó a usarlo) modelo 1955 que hoy descansa en el Museo del Bicentenario de la Casa Rosada.
Actualmente el equipo del trabajo del museo restaura un vagón de subte de la histórica Línea A. Es un La Brujeoise -de origen belga- que prestó servicio durante casi 100 años y para su exhibición móvil (se desplaza algunos metros sobre sus rieles) se hizo una réplica de la estación Sáenz Peña que cuenta con cartelería publicitaria de la época y hasta su molinete. A pocos metros emerge un enorme un colectivo Double-Decker (doble piso), como los de las típicas postales londinenses.
Un show de atracciones a pocos minutos del centro
Fanáticos y ajenos a las cuatro ruedas tienen aquí garantizadas al menos dos horas de entretenimiento de altísima calidad. Para donde se alce la mirada hay un estante, una vitrina, un box con una pieza, un casco, un par de guantes, un trofeo, un objeto personal de un piloto o una pieza de un automóvil. Todo es motivo de exposición y cada ítem tiene perfectamente ganada su excusa para estar ahí. Ni Luis ni Gisela Spadafora se animan a dar una cifra de la cantidad de objetos que poseen, pero son miles. “Este no es un museo de momias”, asevera Luis y agrega: “La mayoría de los autos exhibidos arrancan”. Se recrean, se restauran y se mantienen. De hecho, hasta reciben donaciones, ya sea de vehículos como de cualquier tipo de objeto vinculado con la movilidad o como aporte a la ambientación de este mágico lugar.
En breve comienza el ciclo de charlas con el apoyo de la Comisión de Amigos de la Fundación. También arranca el período de visitas escolares a cargo de Gisela, quien cuenta que “las maestras lo solicitan porque saben que es un lindo programa y los chicos quedan fascinados. Y lo lindo es que esa misma maestra vuelve al año siguiente con otro grupo de estudiantes”. Cuenta hasta con un microcine y a mitad de recorrido, quien quiera hacer una pausa o para coronar la visita, puede sentarse en el café “La Bielita” que abrió hace poco. ¿Qué más hay? Mucho. Pero eso es materia de sorpresa. Hay que ir y ver. Basta con tomar la decisión de sumergirse en un viaje que repasa la historia de la movilidad en el país, de la mano de los grandes campeones y de los hábiles genios que escribieron gloriosas páginas de la industria nacional.
Los datos a tener en cuenta
Fundación Museo del Automóvil de la Ciudad de Buenos Aires: Irigoyen 2265 (a tres cuadras de Gral. Paz y Beiró). Abre sábados, domingos y feriados de 14 a 19 horas. La reapertura –luego del receso de verano- será el sábado 16 de marzo. Teléfono: 4644 0828. Mail: info@museodelautomovil.com
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