Un fenómeno que genera congestión de tránsito y accidentes, tiene raíz en la psicología humana y puede ser altamente peligroso; ¿hay forma de evitarlo?
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Mientras Juan maneja por la autopista ve cómo dos ambulancias y un equipo de seguridad vial se abren paso entre los autos. “Uh, algo debió haber pasado”, piensa. A pocos metros, en el carril izquierdo del camino dos vehículos colisionaron. La escena es bastante cruda y si bien la zona está cubierta por las autoridades, él disminuye la velocidad, gira su cabeza y analiza todo el escenario. Los parabrisas rotos, las puertas abolladas, los médicos trabajando y una persona en el piso. Pese a que la velocidad máxima en ese tramo es de 100km/h, el pequeño auto de Juan bajó a 70km/h para ver qué pasaba. Detrás de él, varios conductores hicieron lo mismo y en menos de dos minutos, se generó una larga cola de vehículos esperando su turno para mirar el accidente.
Ya pasó una hora y la zona está despejada. Los heridos fueron trasladados al hospital más cercano y lo único que resta es que llegue la grúa para retirar a los autos chocados. Sin embargo, la arteria está colapsada y no solo es consecuencia del tramo cortado sino de los nuevos curiosos que quieren ver cómo quedaron los vehículos. La curiosidad es inherente al ser humano y, en el caso del tránsito, lleva un nombre: el factor curiosidad.
De más está decir que nadie se sube a una ruta donde sabe que hubo un accidente solo para verlo. Pero cuando se pasa por al lado de uno, inevitablemente también se disminuye la velocidad para ver lo que pasó. “El factor curiosidad es un retardo del tránsito por efecto de la intriga que genera en el que maneja una obra o un accidente. Esa fila de autos yendo a poca velocidad porque miran lo que está en un costado se llama rebote de tránsito”, definió Alejandro Mazorco, ingeniero civil que supo estar a cargo de la Oficina de obras de Autopistas del Sol durante las épocas de ampliación de la General Paz.
El fenómeno, sin embargo, no es exclusivo del sentido en donde se producen los accidentes, sino todo lo contrario. Un choque puede complicar ambas manos por más que una quede liberada. “En una autopista, por ejemplo, en la mano del accidente tenés el rebote de tránsito por el desvío de lo que pasó y todos los que miran y, del lado de enfrente, pasa exactamente lo mismo. Los que van en el otro sentido empiezan a desacelerar y mirar el accidente”, confirmó el ingeniero.
Lo que ocurre tiene su profundidad. Si vemos a alguien gritar en la calle, nos quedamos viendo hasta descubrir el motivo de sus gritos. Si encontramos a dos personas discutiendo en una esquina, indudablemente nuestros ojos se van a posar en ellos durante unos minutos. Ni hablar si sucede algo que se acerca a la fatalidad. “Desde el psicoanálisis y de la experiencia humana, hay dos cosas que no tienen significado, que representan un vacío muy difícil de entender: la sexualidad y la muerte. Como no hay una respuesta certera para todo, hay tantas versiones para estos temas como culturas en el mundo. Queremos ver lo que pasó porque nos remite a esos temas que no dominamos”, explicó la psicóloga Ludmila Bosco (MN 65449 MP 98675).
Se trata, entonces, de una reacción natural. Un dejo del instinto de supervivencia de todo ser. Algo que nos permite, al menos psicológicamente, tener cierta previsibilidad. “Un accidente en Panamericana, una ruta o avenida, en definitiva a las personas nos remite a la muerte. A los humanos, saber nos da tranquilidad, la mente se siente tranquila cuando tiene coordenadas que le permiten anticipar. Queremos entender lo que pasó en el lugar para saber si se pudiese haber evitado o si nos podemos identificar con las personas que está ahí. Nos puede provocar impresión pero verlo es recibir información para sobrevivir”, amplió la especialista.
Un factor inevitable pero ¿útil?
“No se puede paliar, es imposible. Algo te llama la atención y mirás. La curiosidad es inherente a las personas”, amplió el ingeniero. Misma línea en la que se movió Bosco. Ante la consulta de LA NACION, la respuesta fue concisa: “En la práctica, evitarlo es imposible”. Es decir, no importa qué tan mentalizado se esté, si hay algo llamativo como un accidente o una obra en el camino, el instinto es bajar la velocidad, mirar a un costado, analizar todo y seguir.
Si bien tiene un efecto, podría decirse, molesto para los conductores, el factor curiosidad tiene su utilidad. “Cuando trabajamos en la Gral. Paz, el factor servía. Teníamos gente trabajando sobre la autopista y si los circulantes iban a la velocidad normal, había cierto riesgo de que en la obra tuviéramos un accidente. Gracias al factor curiosidad, el riesgo se minimizaba porque [los conductores] iban bajando la velocidad automáticamente. Era provechoso para los que estaban trabajando dentro de la obra”, advirtió el ingeniero.
El rebote de tránsito y el lado peligroso del factor curiosidad
Los análisis pueden ser variados. Abordado desde el punto de vista psicológico, es un mecanismo de defensa; desde el lado técnico, se le puede sacar su provecho. No obstante, el factor curiosidad tiene sus efectos negativos y el primero, quizás más obvio y sentido, es la generación de tránsito. Si bien no existe una medición certera, la consecuencia del rebote de tránsito puede ser más o menos grave según la arteria, el horario, la zona y muchos otros factores. En algunos casos, un accidente y su consecuente factor curiosidad puede implicar hasta 10 kilómetros de rebote y una demora de varias horas.
La segunda es más complicada. “Si vas mirando y dejás de prestar atención en el camino, se puede producir otro accidente por esta distracción”, añadió el especialista. En ciertas ocasiones, incluso, el siniestro producido por esta desatención puede ser incluso más grave que el “accidente original”. Y así, hay efecto doble: el ciclo empieza de cero y se duplica en el mismo camino. Dos choques, dos rebotes, dos factores. Más tránsito y más peligro.
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