Le fueron infiel y empezó a bajar de México a la Argentina en bicicleta porque se sentía estancado; en el medio del viaje lo llamaron de Gran Hermano para contratarlo y dice que aprendió un mensaje impagable
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La vida es una narrativa compuesta por miles y millones de momentos, dividida en capítulos y definida por algunos puntos de inflexión, que hacen que lo que sea que tenga que llegar en última instancia, llegue. En retrospectiva, Federico Farrell dice que el momento bisagra de su vida se antelaba, aunque él no se lo esperaba.
Modelo, cantante, actor y, en general, artista, oriundo de Venado Tuerto, en Santa Fe, pero residente de Ciudad de México desde sus 24 años y nómade de Latinoamérica desde sus 36 (hoy tiene 37), por un mensaje de texto se enteró de que su pareja le era infiel, cosa que se sumó al hecho de estar desempleado y que derivó en una suerte de crisis de los 30 en el medio de la cual decidió que algo tenía que hacer.
La respuesta llegó sola y el único requisito que planteaba era tener una bicicleta, y ganas -muchas- de pedalear y de crecer: recorrer Latinoamérica en bicicleta. “Me dieron ganas de dejar todo eso que había pasado atrás. Estaba estancado. No estaba contento con la vida que llevaba. Nada me desafiaba ni me aportaba novedad”, contó en un diálogo con LA NACION.
En marzo de este año terminó de vender y regalar todas las partes de una vida adulta que fue construyendo a lo largo de 13 años en la capital mexicana, armó su propia bicicleta con un marco de bambú (la bautizó “Bambucleta”) y con un respaldo sólido de ahorros se lanzó a una aventura que, sin querer queriendo, le cambió la vida para siempre. Hoy va nueve meses y 9500 kilómetros pero ”si te soy sincero, no quiero que se termine más”.
De México bajó a Guatemala, luego Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador, desde donde ahora enuncia su bitácora. Mañana se va a Galápagos y de ahí el plan es seguir por Perú, Bolivia, Chile y finalmente la Argentina. “La última parada es la casa de mis viejos en San Francisco, Santa Fe”, dice, y aunque por un momento da la impresión de que hay un itinerario, Farrell no tiene ningún tipo de interés en respetarlo. “Si me quiero quedar en un lugar más tiempo o para siempre me quedo. Nada me retiene a ningún lado. Eliminé por completo cualquier fecha de llegada”.
Este rasgo anárquico y espontáneo, dice, lo tiene desde chiquito. Se define a sí mismo como la oveja negra que se fue de su casa a los 18 y apenas pudo renunció a cualquier tipo de mandato (su familia se dedica al campo).
Un viaje que no es para cualquiera
En su bambucleta, a la cual atribuye un carácter de fidelidad incondicional -no es arbitrario- que “lo banca en todas pase lo que pase, en mar, arena, lluvia o barro”, lleva tres mudas de ropa -aptas para invierno y verano-, comida para tres días, una cocina a gas, una bolsa de dormir de plumas, una carpa, un colchón inflable que no llega a los dos centímetros de grueso, alguna que otra herramienta para resolver pinchadas y un equipo de mate -yerba incluida- para conservar el sentido de patria.
Mentir sería decir que un viaje como el que emprende Farrell está libre de inconvenientes. “Los hay y muchos”, admite, sobre todo a nivel físico. “Es muy exigido el viaje. Meto entre 80 y 120 kilómetros por día. Es estar sucio y húmedo todo el tiempo, el olor a perro, el hambre, la insolación, el cansancio de pedalear incansablemente”.
Desde que empezó el viaje tuvo rachas de buenos y no tan buenos momentos; y, por sobre-exigirse, el cuerpo le pasó factura con una seguidilla de dengue, COVID, diarrea y blefaritis, entre otras pruebas que, con 1.93 metros de alto, le hicieron bajar de 94 a 75 kilos.
Pisciano con ascendente en sagitario y luna en tauro, a pesar de lo malo, elige quedarse con lo positivo del relato. “La bici te expone a un montón de cosas que de otra forma pasarían desadvertidas. Lo feo es lo lindo al mismo tiempo. El sentir todo con intensidad: la naturaleza, el sol, la lluvia, el viento, los paisajes de primera mano”, dice como quien emite las palabras “sí, acepto” en un casamiento. “La alegría inmensa de haber llegado después de un pedaleo eterno te lleva a un estado de pseudo Nirvana y de vulnerabilidad que te permite acceder al ahora y disfrutar a pleno del momento”.
Aunque Farrell comenta que hay muchas personas haciendo la ruta panamericana pedaleando, asegura que son muchos más los que están buscando el mismo propósito del viaje pero en distintos formatos. “Creo que todos y cada uno de nosotros buscamos algo que se esconde en distintos formatos, algunos con 20 y otros con 60 años; algunos con un viaje de meditación, otros con un libro o una película. Al final cada uno encuentra su propia forma de vivir la experiencia de la misma vida”.
Repensar el camino del “éxito”
Entre los varios aprendizajes que fueron culminando a lo largo de su travesía, Farrell hace una mención especial a la reconcepción de su concepto del éxito. Reconoce que, por querer capitalizar sus talentos, una gran parte de su vida la dedicó -casi exclusivamente y sin percatarse demasiado- a una persecución “medio enferma” de la fama y del estrellato.
“Eventualmente entendí que era una carrera que no iba a ganar y que además me estaba haciendo mal”, confiesa. Además de subir mini documentales sobre los lugares que va transitando, Farrell es cantautor. Uno de sus temas, Zanahoria, está dedicado al dilema sobre el cuál ahora está reflexionando en voz alta. “El arte tendría que ser una forma de expresión sin influencia en cuanto a metas. Hoy me expreso desde un lugar mucho más relajado, despreocupado, sin la necesidad de llegar a muchos”.
Por todo esto también le huye al término “influencer”. “Soy un payaso pero gratis, por amor a la payasada”. En Instagram, plataforma en la que cuenta con 967.000 seguidores, sube contenido e interactúa con su audiencia a diario.
Entre las cosas que sube hay un poco de todo. Fotos, videos, preguntas y respuestas, confesiones y hasta llantos. Si tuviera que encontrar un hilo conductor es que todo es crudo y espontáneo. Por esas cosas de la vida y un poco porque lo venía manifestando, en agosto lo llamaron desde la edición chilena de Gran Hermano. “Querían que participe en el programa. Yo les advertí que no me veía mucho durando”.
Así y todo, dijo que sí -porque “soy un showman antes que nada”- y se quedó un mes en el que, cuenta con humor, le hicieron miles de estudios de salud y lo llenaron de vitaminas. Y fue adentro de la gran casa en la que culminó otra de las grandes lecciones de vida con las que hoy se queda.
“Me enseñó a verme desde una perspectiva ajena y a entender que lo mejor que podemos hacer es abrazar a quienes somos y aceptar que todos los días cambiamos”, revela justo antes de decir que, psicológicamente, se siente un adolescente de 15 años. “Aprendí a perdonar y a perdonarme, a hacer las paces con absolutamente todo y disfrutar de haber llegado a donde quería llegar”.
Queda una clave de vida por enunciar, y se nota que es su premisa a la hora de comunicar. “No te tomes nada en serio. Fue cuando entendí que todo es un ratito: lo bueno y lo malo, y que nada es tan importante, cuando me pude relajar y disfrutar de verdad, cuando más fácil encontré la felicidad”.
A la pregunta de si alguna vez pensó en pausar o cortar el viaje responde rápido y sin dudar. “Nunca. Se me presentaron miles de oportunidades laborales que nunca me imaginé que se me iban a presentar, pero nada me parece que valga dejar lo que estoy haciendo”.
Lo cierto, dice, es que de su vida anterior no extraña demasiado nada, más allá de hacer crossfit y de juntarse con sus amigos. El formato de estilo de vivir el día a día “bicivagabundeando” es para Farrell lo que en su narrativa sí o sí tenía que pasar. Hace un agradecimiento especial a su ex pareja, que aunque en el momento fue la responsable de que la pasara muy -realmente muy- mal, también fue aquella que le permitió animarse a dar el giro 180 de grados que necesitaba para cambiar de verdad.
Antes de que termine la entrevista empieza a cantar un hit del repertorio folclórico argentino, “Entre a Mi Pago Sin Golpear” de los Manseros Santiagueños; sirve referirse a la canción para darle un cierre al mensaje que busca mandar con su andar. “En el tránsito de la vida nos alejamos tanto buscando algo que estaba ahí cuando nacimos, algo que siempre tuvimos en frente de nuestros ojos”, expresa. “Mientras me traiga felicidad, que este viaje dure lo que tenga que durar”.
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