Fue el primer 0km que el Diez compró, ya radicado en Barcelona; años después, apareció abandonado en Salto, provincia de Buenos Aires, y a cambio de unos pocos pesos consiguió nuevo dueño
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Estacionado en la calle no llama la atención. Es un Fiat 128 color blanco del cual todavía se puede comprar algún ejemplar si se ingresa en las plataformas de venta. No presenta rasgos distintivos y, si bien a sus dueños les gustaría, tampoco tiene algo que haga referencia a la gran historia que esconde su chasis. Se patentó el 24 de diciembre de 1982 no por cualquier persona sino por el mismísimo Diego Armando Maradona.
Durante ese año, el Diez había dejado atrás su carrera en el fútbol argentino y emprendido un viaje al viejo continente. Barcelona era su destino para luego quedar en la historia y la memoria del deporte. En ese momento, cuando todavía le faltaban cuatro años para consagrarse campeón del mundo, le puso su firma a otra de sus pasiones: los autos.
El destino jugó su carta y con el tiempo Maradona se alejó de su Fiat 128. Había sido su primer 0km y lo manejó por las calles de Buenos Aires en sus estadías en el país. Lo vendió en 1984 y vaya uno a saber por qué, nunca más se supo nada del vehículo. Por años, el misterio del paradero de su primer auto quedó para las leyendas y el boca en boca; aunque nadie realmente se preguntaba por dónde andaba mientras veían a Diego en la cancha. Pero en 2003, un llamado, un asado y un restaurador encontraron un objeto invaluable.
“Vos sabés que tenés que venir, me parece que acá está el auto del Diego... el 128, el primero”, le dijo un amigo a Martín V. Él, fierrero de tradición, expiloto e hincha fanático de Boca, no dudó ni un segundo. Agarró sus cosas y viajó a Salto, provincia de Buenos Aires, para caminar hasta un gallinero abandonado y encontrarse con un Fiat blanco arrumbado, sucio y roto. “Le faltaba todo, había estado ahí más de 10 años. Para que te des una idea, alrededor del auto había muchas gallinas; parecía de película”, le contó Nicolás, hijo de Martín, a LA NACION.
Pero verlo y creer en su amigo no era suficiente, Martín necesitaba una prueba, algo que constatara que realmente era Maradona el dueño original. Volvió a la capital y se hizo presente ante el Registro Automotor, pidió los papeles y encontró el título. “Mi viejo se encargó de hacer toda la verificación y constató que efectivamente era el auto del Diego. Nunca lo transfirieron, andá a saber por qué quedó ahí”, relató Martín. “Volvió [a Salto] y les ofreció, no me acuerdo la plata pero algo como: ‘les pago un asado a todos y me lo llevo’”, recordó.
Así sin más, tenían en su poder un 128... pero no cualquier 128. El paso del tiempo había hecho lo suyo y no solo tenía problemas de chapa sino también de mecánica. No arrancaba, las ventanillas no podían abrirse y la instalación eléctrica estaba completamente deteriorada. Había que restaurarlo y en eso, Martín era un experto; en su haber tenía icónicas restauraciones y luego de su carrera como piloto era dueño de un amplio conocimiento sobre el motor. Después de mucho trabajo y especial cuidado en los detalles -para dejarlo idéntico al original-, el primer auto de Maradona volvió a la vida.
Nicolás vagamente recuerda la importancia de ese vehículo. Tenía cinco años cuando todo esto ocurría, pero en diálogo con LA NACION rememora las idas al taller y la obsesión de su papá. Recuerda, también, cómo viajaban arriba del Fiat por distintos lugares y como Martín se bajaba del auto, cruzaba de vereda y le sacaba una foto. No eran locaciones elegidas al azar; eran la cancha de Boca, la icónica casa en Devoto de la calle Cantilo...
Hoy, Martín prefiere que su apellido no sea publicado y el paradero del vehículo es un misterio y un secreto. Luego de la muerte de Maradona en 2020, la familia tuvo un poco de miedo. Ya existían algunos artículos que los mencionaban y temían que, en la vorágine, alguien quisiera llevarse el auto. “Era todo un descontrol, teníamos miedo de que lo rastrearan... entraron en la [Casa] Rosada y no iban a entrar a casa...”, explicó Nicolás. “Siempre estuvo en casa, pero ahora lo llevamos a otro lado”, cerró el joven sin precisar más detalles.
Para cualquiera, es un auto invaluable; si se ve en la calle, nadie va a reconocerlo. Quisieron, aunque sin éxito por la muerte del Diez, que Diego firme el capot del auto. Conversaron con gente de su entorno y estaba la promesa de que, una vez terminada la pandemia, el campeón del mundo iba a reencontrarse con su Fiat. Por más que eso no pueda suceder, la familia tiene más que suficiente. En algún garage, de algún lugar que solo ellos saben, tienen el primer auto de Diego Armando Maradona.