“Se intentó tapar el fracaso”: las múltiples causas detrás del deficiente desempeño de los chicos en comprensión de texto
Entender lo que se lee es básico en el proceso de aprendizaje, ya que recae sobre todas las asignaturas escolares; el rol de los métodos de enseñanza, el Estado y las familias
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Jeremías tiene 11 años y va a sexto grado de una escuela privada de la ciudad de Santa Fe. Aprendió a leer a los 6, y desde los 7 lo hace con mucha fluidez: siempre lo eligen para leer en los actos escolares. A pesar de sus logros, la madre lo ayuda a prepararse para todas las evaluaciones; es difícil que estudie solo cuando a escasos metros hay una Play Station. La última vez, sin embargo, para la prueba de ciencias naturales repasó los contenidos con su tía. Leyeron juntos, hicieron resúmenes y conversaron ampliamente sobre la temática. Al final de la jornada, manejaba con ductilidad los conceptos. Nada podía salir mal. Pero cuando el fin de semana siguiente volvió a ver a su tía, le comunicó que desafortunadamente no había aprobado el examen. Lo más llamativo fue la explicación: “No entendí lo que me preguntaban”.
La falta de comprensión de las consignas es, según los especialistas, una de las formas en las que los chicos demuestran las dificultades que tienen para entender textos. Desde aquella conversación familiar, la madre de Jeremías se pregunta qué hacer.
La semana última se conocieron los resultados de las pruebas Aprender que en 2023 se tomaron a alumnos de 6° grado del nivel primario. Un 33,6% de los chicos no alcanzó en lengua el nivel satisfactorio y en matemáticas un 48,6% se posicionó en el rango de menor desempeño (”debajo del básico” y “básico”). Para los expertos, los magros números de esa evaluación local se evidencian desde hace más de 10 años.
Las pruebas internacionales tampoco revelan datos alentadores. Según los resultados de las últimas evaluaciones ERCE 2019, de la Unesco, en la Argentina el 46% de los chicos de tercer grado no entiende lo que lee; la proporción se eleva al 61,5% entre los estudiantes de menor nivel socioeconómico.
La comprensión de textos es básica en el proceso de aprendizaje. Derrama y recae, como efecto dominó, sobre todas las asignaturas escolares. Según los docentes universitarios, las dificultades se extienden actualmente incluso en las carreras de grado del nivel superior.
Para agravar las cosas, la mayoría de los padres desconocen que sus hijos no comprenden lo que leen. Piensan que esos porcentajes hablan de otros chicos, que sus hijos no están en ese universo de quienes tienen problemas de interpretación. Identificar la problemática no es fácil; mucho menos, saber cómo resolverla.
“Algunos padres se dan cuenta de que sus hijos tienen problemas de comprensión, pero quizá no sean la mayoría”, dijo María José Navajas, miembro de Padres Organizados. Según expresó, uno de los problemas es que los mayores no tienen referencias claras de los logros que deben ir alcanzando los chicos, porque desde la propia escuela se fueron desdibujando los criterios. “Muchas veces escuchamos que los chicos aprenden a diferente ritmo y que en algún momento hacen el ‘clic’. Mientras pasa el tiempo, los chicos pierden la posibilidad de aprender lo que deberían y algunos quedan muy rezagados”. Y sumó: “Los padres pueden acompañar y reforzar lo que la escuela brinda. Pero si la institución no cumple la función principal, las familias no pueden reemplazarla”.
“Desde hace ya muchos años, en nuestro país, las evaluaciones nacionales y las evaluaciones internacionales nos muestran que el desempeño de los chicos en lectura y comprensión es cada vez peor”, recordó Ana Borzone, doctora en filosofía y letras e investigadora. Ella y su equipo trabajan junto a algunos ministerios de Educación provinciales en el Plan de Alfabetización Inicial Queremos Aprender. “Se incrementó la cantidad de chicos que abandonan el secundario y, si lo hacen, es porque no han aprendido a leer y escribir cuando debían”, explica.
“No arrastrar dificultades”
Según Borzone, es llamativo que se siga hablando solo de resultados. “Cuando se empezó a ver que los chicos no aprendían a leer y escribir en primer grado, como siempre habían aprendido en nuestras escuelas públicas, se intentó tapar ese fracaso. Se nos dijo a los docentes que los chicos tenían todo el primer ciclo para aprender a leer y escribir, cosa que no es así. Los niños tienen que aprender en primer grado para no arrastrar las dificultades a lo largo de toda la escolaridad y para no ingresar al secundario sin dominar la lectura y la escritura”, describió. Para ella, la causa del fracaso es la metodología de enseñanza y es preciso cambiarla de manera urgente.
LA NACION consultó a varios padres de distintos puntos del país y de distintos niveles socioeconómicos sobre el proceso de aprendizaje de lectura y sobre la compresión de texto de sus hijos. Menos del 25% de los consultados indicó haber advertido que sus niños –que van a instituciones privadas o públicas– tienen problemas para comprender textos. El porcentaje es bajo si se lo compara con el 46% que evidenció Unesco en sus pruebas de 2019 y del 61,5% que correspondió a los chicos de menores recursos. Esa brecha, de alguna manera, podría traslucir el nivel de desconocimiento y falta de reconocimiento de la problemática.
“A pesar de que ella lee novelas infantiles por su cuenta, muchas veces hay que volver a leer el texto. En algunas oportunidades debemos acompañar esa lectura con explicaciones”, admitió Carolina, que es madre de una menor que asiste a una escuela privada de Rosario. Además de ser maestra de nivel inicial, es licenciada en psicopedagogía. Por eso, el reconocimiento de las dificultades de comprensión de su hija y sus argumentos son valiosos. “Muchos padres desconocen que sus hijos están dentro de ese 46% porque no conocen cuáles son las habilidades lectoras esperables para la edad”, detalló.
Josefina vive en Cipolletti y es madre de dos niños: uno va a una escuela de gestión privada y el otro, a una pública. “A los chicos, en general, les cuesta mucho comprender: hay que explicarles y enseñarles a hacer cuadros sinópticos y resúmenes”, sostuvo. Para ella, el conocimiento de los padres sobre el nivel de interpretación de textos de sus hijos depende del rol que juega la lectura en la familia y de cuánto tiempo se le dedica al intercambio de ideas.
“Mi hijo no está en ese 46% de Unesco, pero su comprensión es pobre: muchas veces no sabe el significado de algunas palabras y no tiene incentivo de buscarlas en el diccionario”, aceptó María, que reside en la Capital y es madre de un alumno de 9 años que cursa en una institución privada. “Hay un seguimiento de nuestra parte para reforzar porque con la escuela solamente no alcanza. Las instituciones, además, hoy nivelan hacia abajo: todos aprueban y pasan de grado. Los que no acompañan a sus hijos con las tareas pueden pensar, erróneamente, que sus hijos no tienen problemas de comprensión”, añadió.
Familia y escuela
“Las investigaciones muestran que el apoyo de las familias a los aprendizajes escolares produce mejores resultados”, indicó Claudia Romero, doctora en educación por la Universidad Complutense de Madrid y profesora e investigadora de tiempo completo de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). “También es importante la relación de la familia con la escuela y con el maestro que enseña a leer y escribir. Los padres tienen la necesidad y el derecho de saber cuáles son los aprendizajes esperados en cada año de manera de ir siguiendo en casa esa evolución”.
Soledad, de Santa Fe, es madre de un estudiante de 14 años que concurre a una institución pública. Sabe que su hijo todavía enfrenta algunas dificultades con las lecturas. “Falló la enseñanza”, sentenció.
Algunos padres creen que los mayores problemas de aprendizaje están concentrados en las instituciones públicas y que, por eso, sus hijos (que no asisten a ellas) están al margen de las estadísticas. Sin embargo, tal como manifiesta Florencia Salvarezza, especialista en alfabetización, profesora de la Universidad de la Ciudad e investigadora del Haskins Laboratories –una comunidad internacional y multidisciplinaria de investigadores sobre el lenguaje hablado y escrito– esa idea es errada. “El método es el mismo en la escuela pública y en la privada. Los resultados de las pruebas ERCE, PISA y Aprender demuestran que las escuelas privadas también rinden mal. Más días de clase es mejor y genera algunos cambios, pero no es que los chicos que van a la escuela privada tienen comprensión de texto a niveles esperables internacionalmente y la pública no”, aclara.
El “efecto Mateo”, apuntó Salvarezza, plantea que los alumnos que comienzan en los niveles más bajos de comprensión lectora (o del dominio que fuera) con el transcurso del tiempo acrecientan la brecha con los compañeros de aula que están en los niveles medios. “Esto quiere decir que lo que no se trabaja bien desde el comienzo es muy difícil de reparar. De hecho, a lo largo y ancho de la Argentina hay un montón de programas remediales y, aun así, los niveles de comprensión lectora son cada vez más bajos”, consideró.
La idea de que los problemas de comprensión de texto se concentran en los sectores de menores recursos económicos es equivocada, coincidió Beatriz Diuk, investigadora del Conicet y fundadora de la Asociación Civil Propuesta Dale, que implementa programas de alfabetización en algunos sectores. “Los datos muestran que los niveles de comprensión lectora en la Argentina son bajos en todos los sectores socioeconómicos. Por supuesto, los más afectados son quienes más necesitan una escuela que les garantice reales oportunidades de aprendizaje”, señaló. Y agregó: “Parte de ese 61,5% que señaló Unesco, está formado por niñas y niños que no solo no comprenden, sino que sencillamente no saben leer”.
“Que sepan leer no significa que comprendan”, sintetizó Marisa Pieroni, directora general de la Escuela San Ignacio de Loyola de la ciudad bonaerense de Berazategui. “Lo notamos mucho en la secundaria; por ejemplo, no saben resolver problemas de matemática porque no entienden la consigna. O cuando leen sin ningún tipo de entonación”.
“En un aula, el 85% de los estudiantes no tienen comprensión lectora de manera autónoma”, sostuvo Débora Benítez, maestra titular de cuatro grado de una escuela pública del municipio de Tigre. “Los estudiantes entre tercero y sexto grado no comprenden lo que leen. Necesitan que la docente realice una lectura previa y luego una lectura grupal”, sumó. Para ella, al igual que para muchos docentes, la demora en la alfabetización, el uso excesivo de la tecnología en los hogares y la falta de acompañamiento de las familias son los factores que profundizan los problemas que tiene la comprensión de texto.
Patricia Tagliapietra es directora de una escuela primaria pública de Berazategui y, como a muchos directivos, le preocupan los problemas de compresión de sus alumnos. Según señala, los resultados que arrojó la última prueba de prácticas de lenguaje de tercer grado son alarmantes: solo un 54% pudo responder correctamente a las preguntas de comprensión lectora. “Los padres con mayor preparación educativa son conscientes de que la calidad lectocomprensiva de los niños no es la que todos esperamos”, sostuvo. Y agregó: “Los que fueron formados bajo este sistema educativo no alcanzan a tomar dimensión de la limitación que tienen sus hijos”.
Según Rufina Pearson¸ doctora en psicopedagogía e investigadora de la Universidad Católica Argentina (UCA), en las últimas décadas se dio mucha importancia a la subjetividad de los alumnos y a lo que ellos pensaban, pero se distorsionó lo que en realidad es comprender un texto. “Comprensión lectora no es interpretar el texto desde mi punto de vista, sino es entender lo que quiso decir el autor. Después, uno puede asociarlo y diferenciarlo de un punto de vista propio. Esto es algo que hizo un bache muy grande en los conocimientos y en la capacidad de comprensión de los alumnos”, describió. Las pruebas internacionales, añadió, demostraron el bajo nivel que se alcanzó con ese tipo de pedagogía. “Hay una moción de cambio, pero todavía no se termina de entender bien cómo trabajar la comprensión lectora”, dijo Pearson, para quien los docentes deben enseñar habilidades más que contenidos.
“Es importante que los padres se involucren, que no entreguen a ciegas a su hijo a la escuela, sino que también se interesen en lo que le va pasando para que puedan discriminar si necesita una atención especializada. En la práctica clínica los psicopedagogos podemos discriminar si el niño tiene un problema con base neurobiológica (como es el caso de la dislexia, o si lo que le falta son estrategias para procesar la información y técnicas de estudio para mejorar la comprensión”, señaló.
De cara a mejorar el aprendizaje de los chicos, algunas provincias implementaron iniciativas. Desde 2016, Mendoza cambió la metodología de enseñanza y comenzó a implementar el programa Queremos Aprender. “Incorpora estrategias de enseñanza sistemática, explícita e intensiva y estrategias de comprensión de textos”, señaló Borzone, coordinadora de esa iniciativa. Ante los buenos resultados, San Luis, Corrientes y Chubut también se movieron en esa línea. La especialista espera que en el futuro cercano más provincias adhieran.
En tanto, el año pasado la Ciudad instrumentó el “Programa de fluidez y comprensión lectora”, para que los alumnos de tercer grado de todas las escuelas primarias públicas aprendieran a leer con un nuevo método de enseñanza. Además, la semana pasada la nueva gestión presentó un plan para cambiar la enseñanza y el aprendizaje en las escuelas primarias y secundarias, con foco en lengua, matemática y educación digital. Entre otras cosas, prevé cambios en la forma de enseñar a leer y escribir en todas las primarias estatales y privadas a través de una intervención más directa y guiada de los docentes.
En noviembre pasado, la Unesco realizó las pruebas ERCE 2023 en la Argentina, al igual que en otros países de América Latina y el Caribe. Si bien los resultados estarán cerca de fin de año, no es difícil imaginar que los números serán aún más preocupantes. Primero, porque siguen ausentes los cambios que hace décadas demandan los especialistas. Segundo, porque es podrían reflejar también los daños que en el aprendizaje provocó la suspensión de la presencialidad educativa durante la pandemia de Covid-19.
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