César Litvin, experto en impuestos y CEO del estudio Lisicki Litvin & Asociados, tiene cuatro autos de las décadas del ‘50 y ‘60, con los que participa de las 1000 Millas Sport en la Patagonia; sus marcas preferidas y cómo es la rutina de un coleccionista
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El sillón de cuero negro en su oficina del piso 13 en plena city porteña ya anticipa todo: tiene el logo de Porsche bordado sobre el apoyacabeza y emula la butaca de un deportivo. “Un cliente del estudio (por Hugo Pulenta, importador oficial de la marca alemana) me llamó un día y me dijo: ‘Voy a comprar un sillón Porsche, ¿querés uno?’ Por supuesto, le respondí”, cuenta César Litvin. En la pared de atrás de su escritorio, junto a la ventana, sobresalen en los estantes las réplicas en miniatura de Ferraris, Mercedes, Alfa Romeos y, claro, Porsches. Y en la de enfrente hay cuadros varios con fotos de muchos de los autos deportivos clásicos más famosos de la historia.
Litvin es socio fundador y CEO de Lisicki, Litvin & Asociados, una de las principales firmas de impuestos y auditoría del mercado local, con 10 oficinas en el país, una en Paraguay y más de 400 empleados. Referente entre los tributaristas, suele ser consultado por los medios cada vez que una resolución o un nuevo impuesto sacuden la estabilidad impositiva de empresas y particulares –es decir, con mucha frecuencia. Ese mismo día, justamente, respondía desde temprano preguntas y dudas sobre el proyecto de renta inesperada, la última sorpresa gubernamental en la materia. Pero se hace un alto para hablar con LA NACION sobre su otra pasión fuera de la actividad profesional: los autos.
“Mi papá tuvo su primer auto a los 44 años, una IKA Estanciera usada, y después pasó a un Renault 4. Mi primer auto fue un Dodge 1500 motor 1.8 color amarillo, regalo de mi papá cuando me recibí de contador público. Cinco años después, me compré un Ford Taunus”, recuerda su primer contacto con el mundo de los autos.
El interés, dice, arrancó cuando le enseñaron a manejar en un camino de tierra sin tránsito en su Corrientes natal, antes de los 18. Desde ese momento, fue una carrera en ascenso. De los autos que admiraba en su infancia, menciona al Torino –que batallaba entonces con el Ford Falcon Sprint, el Dodge GTX y el Chevy- como su preferido.
“En 1985 me compré una coupé Renault Fuego usada, color crema. La tuve de 1985 a 1990. Luego me compré la Fuego Max, el modelo superior. Y cuando se abrió la importación a principios de los años 90, tuve una Nissan NX 180, a la que se le sacaba el techo”, enumera. La coupé Fuego marcó el inicio de su pasión por los autos sport. “Hoy veo cualquiera y todos me gustan. Los alemanes, los italianos, los ingleses, los japoneses…”, detalla.
Cambió la Nissan NX 180 por una Nissan NX 240 y, más tarde, saltó al primer modelo de “alta gama” en el segmento: la coupé BMW Z3, “color negro, con tapizado rojo, una belleza”, recuerda.
Su década preferida
Pero Litvin fue “refinando” su gusto hasta definir el segmento en el que empezó a poner el ojo y que lo llevó a transformarse en coleccionista: los modelos sport de las décadas del ‘50, ‘60 y ‘70. “Si me dan a elegir hoy entre una Ferrari o un Lamborghini 0km y uno de la década del ‘60 o ‘70, elijo el de la década del ‘60. No me gustan los autos que parecen naves espaciales, sino los autos que tienen mucho diseño”, define. Menciona como ejemplos al Jaguar E-Type, o los “muscle car” estadounidenses, como un Mustang.
Su mirada es amplia dentro de esa etapa tan fecunda para la industria del auto. “Me gustan los autos italianos, con mucha potencia. Uno se sube a ellos y es todo placer. Y también los alemanes, claro, que se la bancan. Por ejemplo, Porsche. Lo que tiene Porsche frente a otras marcas es que mantuvo un modelo (el 911) a lo largo de 50 años, con modificaciones estéticas y de tecnología, pero uno lo ve y sigue siendo el mismo. Un Porsche jamás te deja en la calle. Y tiene un aspecto sencillo, no es suntuoso. Una Ferrari llama la atención, un Porsche no”, resalta sobre su fanatismo por la marca.
Litvin tiene hoy cuatro modelos de esa época en su colección, con los que participa todos los años de eventos clásicos como las 1000 Millas Sport en la Patagonia y el Rally de las Bodegas, en Mendoza: un Mercedes-Benz 300 de 1961, una Maserati 3500 de 1963, un Porsche 356 de 1959 y un De Tomaso Pantera (fabricado por el argentino Alejandro De Tomaso), de 1984.
La pregunta es obvia pero inevitable: ¿Cuál es su preferido? “No puedo elegir uno, me gustan mucho los cuatro. Pero mi corazón está en Porsche. El 356 es un auto hermoso, sin nada suntuoso”, responde.
Para quien se transforma en coleccionista, la aparición de joyas de esos tiempos son una tentación permanente, cuenta. “Lo mismo le pasa al coleccionista de obras de arte. Hay muchos eventos y todo un mundo alrededor”, agrega y enfatiza: “En las competencias, como la de las 1000 millas, hay camaradería, amistad, belleza visual en los paisajes. Ver 150 autos clásicos en movimiento es arte”.
Mirando el garage
¿Cómo es la rutina de un coleccionista de autos? Los viernes, Litvin trabaja desde su casa, “mirando los autos” estacionados en su garage. “Así como existe la obligación de sacar a pasear al perro, yo saco a pasear a los autos”, dice. Todos los domingos se encuentra con un grupo de fanáticos como él a desayunar en Pilar, para compartir sus vivencias con los autos. El domingo anterior, se había juntado con propietarios de un Mini, dos Corvette y un Mercedes-Benz.
Para los coleccionistas, los modelos anteriores a la Segunda Guerra Mundial (un Alfa Romeo, una Bugatti) son muy buscados y valorados. Pero a él, aclara, no le atraen. Tiende a mirar los de los años ‘60 porque están vinculados con su generación, explica.
Litvin corre todos los años desde 2003 el Rally de las Bodegas y las 1000 Millas Sport de la Patagonia, y suele participar también de las carreras en Tucumán, Salta y Jujuy y del rally por las altas cumbres de Córdoba y San Luis. “Ir por una ruta de la Patagonia en noviembre en un auto descapotable es precioso”, sintetiza la experiencia.
¿Y el mundo de los autos actuales? “Insisto en que si tengo que elegir un clásico o un auto nuevo me quedo con uno clásico”, repite. Maneja para el uso diario una SUV Audi Q5, “que cumple bien mis expectativas y tiene una buena relación calidad/precio”.
De los autos de hoy, le gustan las SUV Maserati Levante y –cómo no- la Porsche Macan. Pero el precio de los importados lo lleva a meterse en su terreno. “El grave problema que tienen los autos de alta gama en la Argentina es el componente impositivo. Hoy el valor de un auto es 50% impuestos. Y en los de alta gama, cerca del 60%. El Estado gana más que el importador, el fabricante y la concesionaria. Si uno compara el valor de un auto acá con el de otros países, valen un tercio afuera. Una Porsche Macan en Estados Unidos vale US$80.000 y acá, US$240.000″, cuestiona.
Antes de retomar las consultas de sus clientes por la renta inesperada, queda tiempo para una última pregunta: ¿Qué piensa un amante de los clásicos sobre los autos eléctricos que ya son una realidad y están cambiando el perfil de la industria? “No me gustan. Me tocó tomar un Tesla como transfer en el exterior, para ir al aeropuerto. Me sorprendieron dos cosas: la capacidad de carga, porque tiene dos baúles, y lo bien que reacciona, es picante cuando lo aceleran. Pero como fierrero, me gusta oír el ruido del auto y manejarlo, sentirlo, poner primera, que se escuche el escape. No es para mi generación tener un auto que puede manejarse con una aplicación”.
Y remata: “No sé lo que va a pasar con los autos clásicos en un mundo de eléctricos. Son arte, un resguardo de valor y una buena inversión. Pero cuando se prohíba su fabricación no sé lo que pasará”.
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