Hace unos seis o siete años, el entonces presidente de General Motors de Argentina, Sergio Rocha, tenía la esperanza que hacia 2020 la Argentina sería capaz de producir un millón de vehículos anuales. En 2018, los análisis de la industria y los expertos indicaban que en el país se venderían un millón de unidades.
Este último pronóstico no se cumplió y el primero tampoco se materializará. Más allá de las causas económicas directas (devaluaciones, impuestos, o lo que sea), la reflexión es que nada se concreta porque la Argentina es así: pendular, ciclotímica, cambiante, bipolar.
La realidad es como esas grandes bolas que se utilizan para derrumbar un edificio: va para un lado y destruye todo; va para el otro y tampoco deja nada en pie.
¿No va siendo hora que realmente se fijen políticas de estado a largo plazo? ¿No es tiempo de que nuestra dirigencia llegue a acuerdos que perduren en el tiempo a resguardo de los vaivenes políticos? ¿Alguien piensa en el futuro más allá de los próximos seis meses? En el caso específico de la industria automotriz: ¿es una industria estratégica o no? ¿Tiene un papel fundamental en el desarrollo del país o su papel es secundario?
Y no es la única problemática del sector: los impuestos internos para evitar la salida de dólares deja casi fuera del juego a los importadores y sus fuentes de trabajo (sin olvidar que el 80% de los autos que se venden en la Argentina se importan desde Brasil); y aunque muchos dirán que "total son autos de alta gama", lo cierto es que, mientras tanto, los que soñaron con su 0km mediante un plan de ahorro han visto como las cuotas subieron estrepitosamente al compás de la inflación, al punto que muchos ya no pueden pagarlas. Nuestro país es así: siempre con más incertidumbres que certezas.