Ubicada en Paraná, Pur Sang es la fábrica fundada por Jorge Anadón de la que salen réplicas de Bugatti y otros modelos históricos codiciados por los clientes más importantes del mundo; pieza por pieza, la producción es 100% artesanal, tal como se hacía en los años ‘20 y ‘30; toma pedidos con dos años de anticipación y vende hasta 30 unidades por año a coleccionistas de EE.UU. y Europa
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Ya en tierras entrerrianas. Por delante, un grueso e infranqueable paredón. Es la línea que divide a la empapada avenida paranaense de ese enigmático mundo interior. Al abrirse el portón, ese lluvioso mediodía ya no es el mismo que el de la calle. No, ya el tiempo puertas adentro pertenece a otras épocas y la pintoresca casona de “Villa Lola” es una suerte de pasaporte al pasado, una invitación a “bajar varios cambios” y sumergirse en otra era. Llegar a Pur Sang es acceder a un microclima especial en el que solo se sabe de pasión, esfuerzo y dedicación en pos de rescatar y mantener vivos algunos de los mejores momentos de aquella incipiente industria automotriz de décadas tan remotas, que amenazan con perderse en la noche de los tiempos de no ser por gente como ésta, que retoma todo al punto de la esencia.
Jorge Anadón es el fundador y quien dirige la fábrica que emplea a 106 personas abocadas a la producción de estas réplicas que, una vez listas, viajan para integrar valiosísimas y enormes colecciones de diferentes partes del planeta, o bien se convierten en el orgullo del garage de un apasionado que la disfruta no solo por tenerla, sino por darse el lujo de usarla. Hace más de 40 años que se dedica a la reproducción fiel de todo tipo de autos –curiosidades de lo más variadas y hasta aviones-, de los cuales ya van 33 dentro de esta propiedad. Hoy la recreación está enfocada en los autos comprendidos entre las décadas del ‘20 y del ‘30, pertenecientes a una edad llamada vintage. La clave o punto de partida es que cada auto “tiene que tener el carácter de aquellos tiempos. Si se busca hoy hacer el auto perfecto, lo que se consigue es un “auto de bazar” y aquellas máquinas no eran así, sino que las hacían a martillo y las pintaban con pincel, usando las técnicas y herramientas disponibles. Ese es el verdadero carácter que debe tener cada unidad”, asevera. “Por eso nuestros lugares de trabajo son así, los bancos son así, la fundición es así y todo debe estar en sintonía, porque de lo contrario se pierde la esencia”, agrega.
El origen de todo
Oriundo de Chaco, Anadón arrancó a familiarizarse con los fierros en La Plata, a donde con 18 años fue a estudiar la carrera de Agronomía. Allí trabajaba en un taller de taxis (entre Siam Di Tella y Mercedes-Benz 170) para ayudar a solventar sus gastos. Pero lo suyo no eran las semillas ni los sembrados, su destino era otro y bien diferente. Y no hubo ingeniero agrónomo, sino que, tal como cuenta -mientras oficia de guía por los diferentes galpones de la línea de producción- ya nunca se separó de los autos, que fue aprendiendo de los más grandes y que una cosa llevó a la otra, hasta que pudo viajar a Francia, donde completó su formación. La pasión ya estaba, era cuestión de forjarla y darle un destino.
Como constructor en sí, arrancó –junto a algunos colaboradores - cuando tenía unos 30 años. Impulsados por la necesidad de producir, construyeron autos de orígenes y estilos diferentes. Y Francia volvía a estar en su camino porque el primero de todos se vendió allí. En la etapa previa a trabajar con los Bugatti, fabricaban artesanalmente entre 2 y 3 unidades por año de autos como Nuvolari y otras máquinas emblemáticas, hasta que en un momento comenzó a comprar “buenos chasis” para rediseñarle las carrocerías, haciendo que del lápiz y tablero de Luis Huber (actual dibujante y diseñador de la fábrica) se convirtieran en modelos sport. Hasta que llegaron estas Type 35, los Alfa Romeo Monza y los Mercedes-Benz SSK.
Hombre sencillo, de hablar claro y directo, sin vueltas. Dice que de joven no era un fanático de las carreras, sino que le gustaba la atmósfera que las rodeaba. Ir al café La Biela a charlar y compartir con cracks de otros tiempos, disfrutar al ver esos autos de antaño aún versátiles, que se usaban tanto para una competencia como para ir a reunirse con amigos. Eso mismo hace que hoy sienta más placer al saber que sus vehículos se usan para moverse de un lado a otro, más que tener un estático destino en alguna colección. “El auto que acá se construye es una obra de arte dinámica, porque es bonito y se mueve. Cuando arranca y se desplaza, nos habla. Y eso es maravilloso”.
Asegura que a lo largo del tiempo se han divertido haciendo autos especiales, como los equipados con motor de avión, porque les permite salir del esquema de producción y fomenta el entusiasmo y la creatividad. “Soy feliz en lo que hago, tuve una vida hermosa y he cumplido sueños. Hoy llevo adelante todo con las mismas ganas de hace 30 o 40 años. Vengo todos los días a las 6.30 de la mañana y me voy a las 18.30.
La gestación de las criaturas
Hornos de fundición, martillos, soldadores, manos hábiles, cabezas compenetradas y horas, muchas horas, son piezas claves en esta factoría. Mano de obra noble y capacitada, y herramental en buena parte idéntico a los ancestrales. Todo es parte de esa mística y en eso se centra el esfuerzo. Son escenas del cotidiano ver chasis que toman forma a mazazos y carrocerías moldeadas a partir de una matriz de madera, o cómo desde el interior de un terrón de arena aparece una de las mitades de un block de motor, o un múltiple de admisión o de escape hechos en aluminio. Desde el forjado y mecanizado de las llantas, a la decoración al milímetro respetando rigurosamente el original, pasando por el armado íntegro del radiador, soldando tubito por tubito para dar forma al tradicional panal coronado por el emblemático logo.
¿Y cómo se hace para arrancar a fabricar autos de este tipo tan lejanos en el tiempo? Consiguiendo planos originales, piezas, chasis, información de todo tipo y, sobre todo, poniendo mucha dedicación. Solo como para tener una idea: en los comienzos y como no había nada a mano, hicieron los moldes de las primeras cubiertas y las llevaron a una empresa local para que se las produzca. Las cajas de cambio, los frenos, el cardan, todo se hace aquí. La ampliación productiva fue de la mano de lo edilicio, ya que desde los salones de la planta baja de la hermosa residencia salieron las primeras unidades y con el tiempo se fueron sumando las otras estancias. Hoy son varios los galpones que componen la línea, todos con un estilo que rememoran los talleres de las primeras décadas del siglo pasado. Más allá de lo artesanal y ciertamente rústico del proceso, cada área está debidamente interconectada y sus tareas bien controladas, ya que es el único modo de lograr armonía productiva y orden en el método.
De la producción a su destino final
Con un promedio de casi 1000 horas/hombre de trabajo diario, se producen entre 25 y 30 unidades al año. Generalmente tienen la producción comprometida –con pedidos ya acordados- con casi 2 años de antelación. El 50% sale con destino a EE.UU. y el casi otro 50 restante se distribuye entre Europa y Asia. Apenas un pequeño porcentaje ha quedado en manos de argentinos. La mayoría de lo producido corresponde a clones de Bugatti Type 35 Grand Prix (con motor 8 cilindros de casi 2.300 cc) y es tan destacado el movimiento que posee y la trayectoria lograda a nivel internacional, que tiene la plaza de exportación dentro de las propias instalaciones. La relación con cada comprador se extiende de por vida, ya que es necesario acompañarlo con repuestos y asistencia –aún a la distancia- por cualquier desperfecto o rotura que pueda sufrir su unidad. En la actualidad hay alrededor de 400 Bugatti argentinas diseminadas por el planeta y más de 600 unidades contando los otros modelos y desarrollos especiales.
Una vidriera sensacional
Los coleccionistas de autos forman parte de una raza muy especial. Los hay de todo tipo y alcance económico, de perfil bajo o mayor renombre. Y lo cierto es que, si bien son muchos distribuidos en todo el planeta, conviven en un mundillo de absoluto nicho en el que los buenos de verdad, esos distinguidos en la materia, forman una elite no tan poblada. En esa categoría de máximas eminencias están los productos de esta fábrica y son varios los entusiastas que le han comprado una Bugatti para poder usarla y divertirse sin tener que apelar al auto original, por el riesgo que supone. Es igual y anda igual.
Tanto en Retromobile (muestra top que se celebra en París) como en Goodwood (festival del Reino Unido) es muy común ver una de las hechas acá. Si hasta el famoso comediante, conductor y coleccionista estadounidense Jay Leno tiene una Type 35 made in Paraná, y también supo comprar otras réplicas, como la de un Fiat Botafogo Special 1917 y algún que otro “especial”, además de repuestos y recibir el asesoramiento de los locales. No solo que le ha dedicado parte de algún capítulo de su programa televisivo (“El Garage de Jay Leno”), sino que también la recomienda a otros compradores.
De parte de él han llegado clientes de India, China o Japón, entre otras latitudes. Hacia octubre del año pasado recibió la visita de Horacio Pagani –el constructor argentino famoso por crear superdeportivos a la altura de Lamborghini o Ferrari- quien no conocía la fábrica y que luego de recorrerla, ver los autos y charlar con los empleados, no escatimó en elogios. Antes de irse le prometió que cada vez que venga desde Italia se dará una vuelta por Paraná. Hay clientes sin exposición pública que llegan a comprarle entre 5 y 6 autos por año. Claro, no es para menos: de ese modelo original, la compañía de Ettore Bugatti produjo poco más de 300 unidades a mediados de los años 20. Fue esa producción y punto, y por eso muy reducida la tanda de originales. De ahí que son tan preciadas estas réplicas y tienen tamaña demanda.
Su familia y su gente
Con el incondicional apoyo de su mujer fue transitando esta huella de crecimiento. Hoy sus hijos (Francisco, Florencio, María y Valentina) lo acompañan en el día a día aportando cada uno lo suyo. De ellos habla con orgullo y sin disimular emociones. Al igual que de su equipo de trabajo: “Me enorgullece liderar un grupo de personas excepcionales”, afirma. Buena parte del plantel está conformado por ex alumnos de la escuela técnica de Paraná, que fueron por una pasantía y se quedaron para formar parte de la familia Pur Sang. A los 75 años, asegura no vivir de reconocimientos, sino del esfuerzo y desafío diarios. “Siempre estamos maquinando alguna nueva locura, porque quedarse quieto es como quedase sin nafta. Sino buscamos algo para innovar, el tanque se vacía”.
Hablar de precios a esta altura es tan anecdótico como de especial tiene cada uno de sus autos. No hace a la cuestión. Son vehículos únicos, que se salen de lo convencional, y eso se paga. Vale contar la historia, vale la creación, ese “desafío a la voluntad”, tal como Anadón define a esta tarea de gestar autos de otros tiempos. El resultado final de una pieza de este tipo tiene sus raíces en una historia personal repleta de talento, sueños y desafíos, llena de aventuras. Y el creador se retroalimenta de este “atelier de obras de arte mecánicas” –como suele definirlo- más conocido en otras tierras que en la propia Argentina. Un espectáculo aparte, digno de ser mostrado, contado y valorado.
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