Oriunda de Necochea, Laura Ferri lleva 14 años viajando a bordo de su Mehari; recorrió ya más de 120.000 kilómetros y con una amiga prepara su nuevo objetivo: llegar hasta el extremo del continente
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Esta historia empezó a contarse hace mucho tiempo. Hubo un momento en la vida de Laura Ferri, casi 15 años atrás, en que maduró un sueño. No fue una revelación súbita, sino el producto de una larga maceración. Entonces dejó su trabajo regular, se sacudió de encima la rutina y se fue a recorrer las rutas de América en un Citroën Mehari modelo 1973. Lleva miles de kilómetros trajinados y un plan ambicioso: viajar hasta Alaska.
La partida aún no tiene fecha fija, pero Laura acumula información, examina mapas y analiza cómo sortear el peligroso Tapón del Darien, que divide Colombia de Panamá, una zona considerada casi intransitable. Ya obtuvo la visa para ingresar en los Estados Unidos y sólo resta que le den luz verde en Canadá.
Después de más de una década viajando sola por diversos destinos de Sudamérica, Ferri consiguió una socia. Olga será su copiloto en el viaje a Alaska. Sin embargo, aclara, “nunca viajé sola. Eso es algo físico, pero es increíble todo lo que te acompaña, desde los pensamientos hasta la buena disposición de la gente”.
El encuentro fue casual. En 2019 Laura se fue a Iruya, en la provincia de Salta, para comenzar a escribir su segundo libro. Ya había publicado ‘Aventuras en Mehari’ y quería seguir narrando sus experiencias ruteras.
“Ahí me encontré con Olga en un hostel. Ella venía de una vida muy distinta, tenía un supermercado en la localidad de Gobernador Crespo, Santa Fe. Había enviudado hacía dos años”, cuenta. Al mes siguiente hicieron un viaje juntas a Bolivia y allí se selló una amistad inquebrantable. “A veces la vida te pone en el camino cosas que son como regalos”.
Pero esta no es la historia de dos aventureras del camino, sino la de Revo, el Citroën Mehari modelo 1973. “Cuando lo compré no pensaba ni por lejos hacer lo que estoy haciendo. Me gustó porque era rojo y negro, y yo soy del ‘59 (N. de R. el año del triunfo de la Revolución cubana). Era el símbolo de la aventura. Primero le decía el rojinegro, pero después empecé a decirle el Revolucionario. Hoy la gente lo conoce como el Revo”, explica Laura.
Todo empezó en Necochea, su ciudad, hace 15 años. “Yo estaba buscando un autito porque en ese momento estaba haciendo otra carrera en Mar del Plata y mis hijos estaban estudiando en La Plata. Eran 125 kilómetros que tenia que recorrer y quería un autito para ir y venir. El presupuesto me daba para un Renault 12 o un Dodge, pero había que hacerles mucho. Y pensé: si a mí me gustó toda la vida el Mehari. Entonces lo empecé a buscar y después de mucho tiempo lo encontré, o el me encontró a mí, a dos cuadras de mi casa”, en el centro necochense.
Tiempo después algo le hizo clic en el alma. En 2012 renunció a su trabajo en la Dirección de Escuelas y salió a la aventura. “Sé que le he hecho mucho más de 120.000 kilómetros. Son 14 años y fui hasta Perú, pero mis viajes casi nunca son lineales, voy entrando en los pueblos, si tengo que volver para atrás, vuelvo –cuenta Laura-. Desde que me hice dueña de mi tiempo ya perdí la noción de perderse. La primera vez que me perdí, en Córdoba, lloré. Y después dije: ¡Pero cómo me voy a perder si la tierra es mi casa! Donde haya un camino voy a llegar a algún lado. No uso GPS ni nada por el estilo, voy preguntando”.
El cuenta kilómetros de Revo no da abasto. En el último viaje, ya con Olga como copiloto, recorrieron 23.000 kilómetros, atravesaron 15 provincias y surcaron la Ruta Nacional 40 de norte a sur, incluidos los seis tramos de ripio. La pregunta es obligatoria: ¿Cómo se portó el autito? “Se rompe, porque es un auto viejo”.
Y agrega: “Si estuviera Olga diría que lo mejor que me sale es llamar al 0800 grúa. Tampoco los seguros te dan mucha grúa para ese modelo. Pero aprendí que cualquier inconveniente se resuelve con calma, sentándose, mirando alrededor. Siempre vas a encontrar la solución o la punta de la solución”.
Entonces cuenta la anécdota que vivió en Perú, cuando estaba subiendo el Abra Málga, de regreso de Machu Pichu, a 4.700 metros de altura. “Ahí rompí el volante de encendido, que es una pieza que tiene platinos. Y en Perú no saben lo que es un platino porque hace muchos años que ellos tienen autos con encendido electrónico que fueron traídos de Japón. Y sin embargo también eso se resolvió”.
Laura y Revo son una sociedad que sólo es posible si se mira la existencia con otro cristal. “Creo que es una actitud que uno va tomando frente a las dificultades. Primero, no dejarse abatir. Después cuando se resuelve el problema uno dice: ‘Al final, esto también ya pasó’. Eso te da un temple que es muy útil para la vida”, asegura.
Sin repuestos
Las preguntas se caen de la libreta. Ferri cuenta que al inicio era una mujer previsora en el camino. “Al principio llevaba de todo tipo de repuestos, pero se rompía lo que no tenía. Igual que herramientas, llevaba de todo. Y después ninguna servía. Entonces dejé de llevar porque todo se resuelve y todo se consigue. Me han pasado las cosas más insólitas. He conseguido piezas en lugares adonde no hay Citroën”, dice, divertida.
Entonces narra la experiencia de cuando volviendo de Chile, a la altura de Río Colorado, rompió el radiador de aceite. “No te voy a decir que venía medio apurada porque el auto atrás dice Lento, pero estaba haciendo kilómetros para estar junto a mi madre en las fiestas. Rompí un radiador de aceite. Y, sin embargo, conseguí un radiador de un auto que había quedado tirado por ahí”.
¿A cuánto lo ponés? “En ruta asfaltada, sin lomas, sin viento y sin lluvias, es decir en lo lisito, estando el auto bastante bien, puede ir a 80. Pero yo no voy a más de 60 o 65, si tengo que pasar alguna cosechadora, que es lo único que paso”, resalta Ferri.
Ella reconoce que no es un vehículo dócil. Pero luego de 15 años en la ruta ya está acostumbrada. “Es un auto duro que tiene frenos a campana. Son 600 centímetros cúbicos. Lo más lindo que hay es agarrar los pozos y las piedras porque tiene una suspensión que es genial. No hay 4x4 que lo iguale. Me he metido en el río que une Iruya con San Isidro en Salta, entre las piedras, es impresionante”.
Con el tiempo se despojó también de la costumbre burguesa de pernoctar bajo techo. Revo hace las veces de dormitorio. “En el auto duermo hace muchos años. Al principio iba a algún hostel o algún hotel, pero luego me di cuenta de que si tiraba un colchón atrás podía dormir tranquilamente, así que lo convertí en un pequeño motorhome, con una garrafa con hornalla, con ollas, vajillas, cosas de limpieza, ropa”, explica.
Y añade: “Con Olga hemos dormido en Casabindo, Jujuy, en plena Puna, con una temperatura de 9 grados bajo cero. A la mañana estaba congelada el agua, el aceite de oliva y las toallitas húmedas, y nosotras atrás con nuestras bolsas térmicas y frazadas no tuvimos problemas. Eso es porque el auto es de fibra de vidrio y lona, entonces adentro se hace un pequeño microclima”.
El Citroen Mehari modelo ‘73 tiene un tanque con capacidad para 30 litros. “Pero nunca lo lleno porque como el tanque no tiene respiración, no es como los tanques modernos que tienen un pequeño respiradero, por ahí se ahoga. A veces le pongo 22 o 23 litros –aclara Laura-. Tengo un bidón homologado de 25 litros y quiero ver si puedo agrandar el tanque y ponerle 20 litros más”.
La experiencia y esta lógica de que, finalmente, todo se resuelve, le han permitido no temer la escasez de combustible. “Muy pocas veces me pasó de quedarme sin nafta. Siempre se encuentra. En los pueblitos pequeños, especialmente en el norte, la gente te vende nafta. En Perú y en Bolivia venden en la ruta. Por supuesto, yo también he superado esto de la desconfianza y la inseguridad. Si uno está con desconfianza, las cosas no van a salir bien. Parece que hay una cuestión de atraer un poco…”
El viaje a Alaska
El Revo ya no paga patente, pero tiene la exigencia de realizar la Verificación Técnica Vehicular todos los años. Por estos días se está poniendo a punto para cuando le llegué el momento de rumbear hacia Alaska, a 14.000 kilómetros de Necochea. No es poca cosa.
El objetivo es claro. El interrogante es cómo fue que se les ocurrió viajar hasta Alaska en Mehari. Ferri cuenta la historia, un eslabonamiento de sucesos casi casuales. Habían terminado de recorrer la ruta 40 y, estando a sólo 680 kilómetros de Ushuaia, decidieron visitarla.
“Cruzamos y cuando estábamos llegando vimos la posada Haruwen, que está en el kilómetro 3.005 de la ruta 3. Entramos porque nos gustaba. Nos iban a dar un certificado por haber llegado al fin del mundo. Y el hombre nos dijo que nos pondría un sello. Nos puso medio sello de América y dijo: ‘Tienen que ir a buscar la otra mitad a Alaska’. Nosotros nos miramos y empezamos a jugar con esa idea. Ya veníamos charlando que teníamos ganas de seguir”, relata Laura y parece sencillo.
Cada vez falta menos para que se encienda el motor del Mehari. Ferri cuenta que tras regresar de Perú retomó su trabajo docente y ahora está jubilada. Eso, en términos económicos, le permite moverse con mayor libertad. Además, vende algunos de sus libros por el camino y tiene alquilada su casa de Necochea, lo cual le brinda “una pequeña renta”. Igual, aclara, “viajando así gastás mucho menos que en tu casa”.
Asegura que nunca tuvo auspiciantes, aunque mucha gente que se entera de sus aventuras le envía cosas. Como es el caso de una empresa que le obsequió amortiguadores o la aseguradora de su ciudad, “que me dio varios meses”. El año que viene, en 2023, el Revo cumplirá 50 años de servicio. “Esperemos estar en viaje”, dice Ferri. El deseo se le hará realidad.
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